Dentro de la ortografía del español hay una mano: ☞. Propiamente, se llama manecilla y se encuentra en el grupo de signos auxiliares que la ortografía de nuestra lengua incluye como elementos de funciones diversas y de carácter accesorio. Si entre los signos de puntuación se encuentran formas tan conocidas como los puntos, las comas o los signos de interrogación, entre los auxiliares hay elementos más desconocidos como la barra vertical (|) cuyo nombre técnico es pleca, el calderón (¶) o el signo de párrafo (§). Son signos menos usados, aunque en determinados escritos o ámbitos profesionales se utilizan más, por la función que asumen.
La manecilla reproduce la figura de una mano vista en horizontal y de perfil con su dedo índice extendido, bien a la derecha (☞) o bien a la izquierda (☜). No hay signo en la ortografía más motivado que este, que implica reproducir en los libros el común acto por el que cualquier persona señala con la mano algo que es de su interés o que considera relevante.
Este signo de naturaleza antropomórfica que hoy tenemos incorporado a las fuentes de nuestros ordenadores era uno de los más comunes en los manuscritos y libros impresos hasta el siglo XVIII. Se utilizaba en los márgenes de los manuscritos occidentales europeos, escritos en latín o en alguna de sus lenguas derivadas, para llamar la atención sobre una frase o fragmento del texto, esa parte a la que el dedo índice de la manecilla inequívocamente señalaba.
Teniendo en cuenta que los manuscritos circulaban con la idea de que podrían ser comentados, glosados y anotados por sus posibles lectores, el uso de la manecilla estaba ligado a la propia forma de escribir y de leer en la Edad Media. Escrita por el copista del manuscrito o por los lectores que disfrutaran de la lectura tras él, la manecilla señalaba siempre de fuera hacia dentro y desde los márgenes, o sea, en esa zona externa a la caja de escritura en la que también se hacían anotaciones explicativas o glosas. En esa época, anotar los libros era común. Curiosamente, esos mismos libros antiguos contaban con muy escasos signos de puntuación; en cambio, la manecilla, que propiamente no es un signo de puntuación sino auxiliar, de lectura, pululaba por los márgenes de las obras. Si el chiste no fuera tan malo, diría que la manecilla iba por los libros de mano en mano.
Las variantes con que aparecía dibujada esta manecilla eran tantas como la capacidad artística de quien estaba copiando o anotando el manuscrito. Había meras manos con dedos, manos con puños, manos con brazos, manos con un cuerpo completo, manos con mangas, manos con espadas y hasta manos con cinco dedos cerrados y un sexto dedo que es el índice que señala. Había también manecillas con dedos larguísimos capaces agrupar extensos párrafos haciendo la función que hoy cumpliría la llave. En este enlace puedes ver muchas muestras de manuscritos antiguos. Cansado de tanta antropomorfia, hubo algún copista que postergó la mano y directamente dibujó a un pulpo señalando con sus tentáculos...
Al inventarse la imprenta a finales del siglo XV, la manecilla no desapareció. En primer lugar, porque siguieron copiándose muchos libros manuscritos con márgenes donde se alojaban manos, flechas y notas. Y, en segundo lugar, porque la propia manecilla entró en los talleres de la imprenta, dentro del repertorio de letras y signos con que se componían los libros. Las manecillas impresas eran, obviamente, más sobrias y uniformes que las dibujadas pero cumplían su misma función: los editores las utilizaban para avisar del cambio de una sección o de un asunto relevante, incluso incorporándolas dentro del propio texto y no solo en los márgenes. La prueba de que era un signo muy empleado es que la palabra se utilizaba en la lengua común; a finales del siglo XVII, el literato Vicente Sánchez escribía en su Lyra poética que un personaje de su obra llevaba el dedo en cabestrillo, lastimado por haber usado mal un arma, y que su mano parecía “manecilla de margen de libro”.
Aunque hoy hay manecillas en nuestras fuentes de ordenador (como esta ☞), apenas se usan. La manecilla entró en declive en siglo XVIII, época en que los márgenes de los libros impresos comenzaron a ser ocupados por fragmentos de texto que resumían contenido o avisaban del título de un capítulo. Hoy la función de la manecilla la cumple más bien la flecha, otra representación icónica, en este caso de un arma arrojadiza, que también está dentro de los signos auxiliares de la ortografía.
Hay sorprendentes herencias y usos de la manecilla en el mundo actual. En el ámbito angloparlante, la manecilla salió de los textos para instalarse en otros soportes: aparecía en los postes de cruces de calles y carreteras (fingerposts) donde indicaba la dirección de un lugar, y, en algunas zonas de Estados Unidos, se incluye en los sellos que estampan en correos sobre las cartas que van a ser devueltas para a su remitente por estar mal franqueadas o erróneamente dirigidas.
Pero la más llamativa herencia de la manecilla es, sin duda, informática. La manecilla fue el signo inspirador de la mano (en este caso señalando hacia arriba) en que se convierte a veces la flecha del puntero, por ejemplo cuando posamos el ratón sobre un hipervínculo o elemento que se puede abrir. Este símbolo aparece en interfaces gráficas de ordenador desde los años ochenta y tiene la gracia de reproducir la posición en que tenemos el dedo índice sobre el ratón cuando pulsamos sobre un elemento; nos muestra que, aunque estemos en un nuevo verano con otro calor y otro año en el calendario, no hay mano nueva bajo el sol.