Tu afectada forma de proferir enunciados (o sea, hablas pedante)

¿Por qué hay palabras que nos parecen más finas?

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Uno de los tuits de <a href=https://twitter.com/Quesueneculto>@Quesueneculto</a>
Uno de los tuits de @Quesueneculto

Te levantas resacoso, y en lugar de decir "no sé ni dónde estoy" sueltas algo como “tengo los parámetros espacio-temporales un poco enajenados…”. Tú eres un pedante, amigo. Pero no te preocupes, hay mucha más gente por ahí que lo es e incluso hay una especie de pedantizador en Twitter que convierte el himno raphaelita de “Qué pasará / qué misterios habrá / puede ser mi gran noche” en esto:

O hace que el clásico cameliano “Sueño contigo / qué me has dado / sin tu cariño / no me habría enamorado” se encarne en:

Ambas son algunas de las versiones que la cuenta @QueSueneCulto desliza en su perfil. Quien escribe bajo esa cuenta (que prefiere mantenerse en el anonimato) tiene el tino de tomar una frase conocida y pasarla por un particular conversor lingüístico que da lugar a un tuit equivalente en fondo pero no en forma a la frase de partida.

El ejercicio de nuestro tuitero recuerda a otros precedentes que escribían parodiando el lenguaje oscuro pretendidamente culto. Así, Quevedo escribió contra Góngora, contra ese estilo y sus seguidores en la obrita La culta latiniparla (1624). En ella decía que hay quien “por no decir ventosidades, dirá: tengo éolos ó céfiros infectos” y “a las rebanadas de pan llamará planicies y al queso ceniza de leche”.

¿Qué hace que una palabra nos parezca más pedante o más pretenciosa que otra? Podemos apuntar a dos factores: cómo es la palabra y dónde se usa.

El dónde nos lleva a hablar de registros. Es normal que un policía se dirija a ti diciendo “estacione el vehículo” pero si dices esa frase a tu pareja dentro del coche cuando vais con los trastos y el gato a la playa, sonará pedante. Si imaginamos la lengua como un edificio, tendremos que el vocabulario, la pronunciación o la gramática, es decir, los distintos componentes que se unen cuando nos ponemos a hablar o a escribir, se plasman en rasgos que viven en diferentes pisos de la casa. Cada planta, cada nivel, es una variedad o registro: la planta baja equivale a los niveles de lengua menos cuidados, más informales y coloquiales; la planta alta a los niveles más elaborados. Hay plantas centrales para los estilos medios y almacenes superiores muy acotados y técnicos a los que solo llegan los especialistas en una materia. Un ejemplo. En la planta baja hablan de trancazo lleno de mocos, en las medias o altas aparecerán catarro o constipado y en el almacén técnico se referirán a una enfermedad infecciosa viral del aparato respiratorio con afección de los senos paranasales.

La ecuación no supone en absoluto que mayor formalidad equivalga a mayor altura en la escala socioeconómica (ya nuestra sociedad ha dado muestras de que mayor posesión económica no equivale a mayor posesión cultural). En cambio, más cultura sí implica más pericia y conocimiento de la lengua para poder manejarse tanto en situaciones informales como formales. Aunque algunos hablantes se empeñen equivocadamente en creer que hablar bien es ser de una zona geográfica u otra, los filólogos asociamos el hablar bien a la capacidad de moverse con soltura por varias de las plantas de ese edificio que es la lengua, saber en qué entornos corresponde utilizar los rasgos de una planta o de otra. De hecho, técnicamente, lo llamamos “edificio variacional”. La pedantería viene de usar en la planta baja del edificio (entorno informal) las palabras que corresponden a plantas superiores (situación formal).

Lo de @QueSueneCulto tiene un componente de contexto y otro componente más: el tipo de palabra que se escoge. Los propios vocablos pueden cargarse de ese sentido que damos a lo pedante. Puede denotar pedantería, por ejemplo, el recurso abusivo a lo infrecuente (llamar “fluenza” al catarro al que aludíamos antes) o a lo arcaico (usar “aquesta” por “esta”). O usar muchas más palabras de las necesarias (haciendo un circunloquio, por ejemplo: hablar de “apetencia de vianda” por “hambre” o llamar a la tortilla de papas “mezclum ovotuberculado”, como hacen en algún restaurante). Hablar sin ser pedante termina siendo una cuestión de medida: se trata de seleccionar los rasgos de esas plantas altas adecuados para resultar natural y no excesivo ni cargante.

Claro que lo que nos suena hoy normal pudo haber sido pedante ayer. De hecho, es bien frecuente que una palabra que empieza siendo rasgo solo de habla elaborada (planta de arriba del edificio) termine difundiéndose y llegue a usarse en la planta baja. Ocurrió con palabras como las derivadas del vocablo “psicológico”, en otro tiempo tenido como término pretencioso. Señalaba uno de los personajes de La Regenta (1885) que había que conocer bien “a esa mujer, psicológicamente, como dicen los pedantes de ahora”. Hay más ejemplos. Cualquiera puede soltarnos hoy en un bar, con el palillo de dientes en la boca: “En la defensa del Betis no hay nada que solucionar”, cuando justamente el verbo “solucionar” en el siglo XIX se sentía pedante. Cuando más extendida está una palabra, menos se arriesga a ser tenida por rimbombante.

Procedo, por ser de atinada pertinencia, a dar por fenecido este mi opúsculo, que no ambicionaba otro propósito que evidenciar que el usufructo de todos los registros del edificio variacional de nuestra lengua, incluidos aquellos más altamente elaborados, evidencia la riqueza lingüística del individuo.

[Comprueba si sabes descifrar estas frases famosas escritas en pedante: ]

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