La escena del suceso está acordonada con cintas de plástico amarillas, impidiendo que los paseantes nos acerquemos a curiosear. De pie junto a la víctima, dos hombres uniformados conversan en voz baja, levantan la mirada hacia arriba, evalúan la situación con atención. ¿Será un incidente aislado, o existe el riesgo de que se repita?
Estamos en Tokio, y la víctima en cuestión es una rama rota de diámetro respetable, quizás de un fresno japonés. Unos días más tarde, espiamos a otras dos personas de uniforme en un parque de Kioto dando vueltas alrededor de un pino, contemplándolo desde todos los ángulos mientras una de ellas toma copiosas anotaciones en un cuaderno. Los reconozco al instante, aunque no es hasta más tarde que descubro cómo definen su profesión: tree doctors, "doctores de árboles".
No es esta una rareza nipona ni mucho menos: durante los últimos decenios se ha consolidado una figura profesional capaz de gestionar, diagnosticar y dictar tratamientos adecuados para los árboles que nos rodean. En castellano esta disciplina suele llamarse arboricultura (y de ahí el nombre de la AEA, la Asociación Española de Arboricultura), y arboristas o arboricultores son quienes a ella se dedican. Su intervención y asesoramiento experto se agradecen especialmente cuando el arbolado (por ejemplo, el urbano) ha sufrido daños de algún tipo, ya sea debido a un evento climático extremo —tifones, tormentas de nieve, sequías, etc.—, o a encuentros desafortunados provocados por la acción humana. No importa mucho quién tiene la culpa: para el árbol, una rama rota es una rama rota.
Por suerte, las plantas se enfrentan a este tipo de problemas desde hace millones de años y la arquitectura vegetal está preparada para resolverlos… Pero siempre conviene saber cómo echarles una mano.
Doctor, ¿qué le pasa a mi árbol?
A grandes pinceladas, los árboles se enfrentan a dos tipos principales de problemas: mecánicos (como la rotura de una rama por un vendaval), y biológicos (como una infección de cochinilla silvestre). Claro que estos pueden —y suelen— combinarse: árboles con heridas mal cicatrizadas, con raíces maltratadas, o debilitados por la sequía o la falta de nutrientes, son mucho más vulnerables ante cualquier infección… Y, por desgracia, esta descripción le sienta como anillo al dedo a buena parte del arbolado urbano.
Cierto: lo que calificaríamos como catástrofe en términos humanos a menudo no es más que un inconveniente, o una inversión fallida en términos vegetales. Pues las plantas son seres modulares, y ello implica que los planos secretos para reconstruir un nuevo vegetal desde cero están codificados en prácticamente todas las células de la planta (de ahí que replantearse clonar los árboles monumentales de Madrid no sea solo factible, sino relativamente fácil si lo comparamos con la clonación animal). Si se te muere una rama, quizás la yema durmiente más cercana se despabile y "sustituya" a la anterior; en el peor de los casos, si cortas al ras un árbol y dejas intacto sus sistema de raíces, es probable que vuelva a rebrotar (aunque no todos son capaces de hacerlo).
Los árboles pierden ramas constantemente; algunas especies incluso se desprenden de su madera muerta, en algo parecido a una "autopoda". Tampoco es raro ver árboles en el campo víctimas de alguna infección que ha carcomido su madera interna (su memoria de árbol), dejándolos vivos pero con el tronco hueco. En términos ecológicos, estos ejemplares pueden ser una bendición para los entornos donde viven, sirviendo de cobijo y/o de alimento a criaturas que, de otro modo, podrían extinguirse. (Otra cosa es hablar de plagas forestales, que pueden provocar graves desequilibrios en un ecosistema.)
Sin embargo, que un árbol se "autopode" en un bosque nos da igual; que lo haga encima de donde has aparcado el coche (o encima de ti), no. A nosotros nos preocupa sobre todo la salud de los árboles que viven en los entornos que gestionamos: el mundo urbano, el mundo agrícola, el mundo forestal. Cada uno de estos se interesa por aspectos distintos del árbol y —como me cuenta Marc Castilla, de la Associació Balear de l’Arbre— los criterios para tratar a cada ejemplar dependen del propósito que se tenga en mente. Una actuación recomendable en un entorno agrícola puede convertirse en un despropósito si la aplicamos en un parque urbano, simplemente porque sí.
Por eso se requiere la mirada entrenada del profesional, que sabe evaluar el estado de salud del arbolado, con instrumentos para cuantificarlo, y con conocimiento para tomar decisiones al respecto en caso de que su salud no sea buena: ¿representa un riesgo?, ¿es un riesgo asumible?, ¿podemos minimizarlo de alguna forma?
Doctor, ¿se pondrá bueno mi árbol?
Cuando te enfrentas a una rotura mecánica (por ejemplo, una rama tronchada), las opciones son limitadas; arreglarla con un poco de pegamento y una venda no va a funcionar, pero puedes intentar dejarle la herida lo más limpia posible, y evitar que se infecte, para que el árbol forme una cicatriz limpia y sana. Por desgracia, muchas veces no solo fracasamos en esta tarea, sino que incluso propagamos la enfermedad al realizar podas sin haber desinfectado las herramientas antes; así lo comenta Luís Núñez, ingeniero forestal que se ocupa de sanidad vegetal, y buen conocedor de los estragos que pueden causar microbios, hongos o insectos en los árboles.
Hay infecciones y plagas para las que tenemos tratamientos, más o menos efectivos (p. ej. contra la procesionaria del pino, o el picudo rojo de las palmeras); otras veces nos enfrentamos a enfermedades para las que, a día de hoy, no tenemos cura, y que en algunos casos se han convertido en verdaderas pandemias vegetales. Quizás en Europa el caso más paradigmático sea el de la grafiosis de los olmos, pero no es el único (la historia del chancro de los castaños americanos es igualmente dramática).
Pero imaginemos que ha habido suerte: el árbol no está tocado de muerte, y técnicamente podría rehabilitarse. La pregunta es: ¿a qué precio?
"Lo salvo, no lo salvo, lo salvo, no lo salvo…"
Hay motivos justificados para abatir un árbol. Si la especie no se escogió con cuidado, si ha sufrido daños repetidos que han comprometido su integridad estructural convirtiéndolo en un peligro potencial para los seres a su alrededor, quizás la recuperación sea imposible, o desorbitadamente cara. Realizar las podas adecuadas, airear y descompactar el suelo, apuntalar ramas… cualquier medida de rehabilitación arbórea tiene un coste. Sin embargo, talar, retirar y reemplazar un árbol tampoco es gratis, y resulta curioso ver cómo los esfuerzos que estamos dispuestos a hacer para salvar a un árbol varían según el lugar que consideremos.
"Aquí, el árbol molesta", cuenta Núñez; para según quién, cualquier excusa es buena para eliminar a estos ciudadanos incómodos que ensucian y atraen gorriones que lo dejan todo perdido. En España, cada administración local gestiona su propio patrimonio arbóreo, y no hay muchas que hayan asistido a cursos de cariño hacia los árboles; no todas encargan su cuidado a técnicos cualificados. Invertir en árboles saludables requiere paciencia, saber trascender la inmediatez y pensar a largo plazo, a veinte, treinta, cuarenta años vista; y requiere respeto y reconocimiento hacia el sector profesional que lo hace posible.
Al fin y al cabo, "¿qué valor tiene un árbol?", reflexiona el arborista Toni Calafell. Si los concebimos como mobiliario bonito que adorne la ciudad, y por uno u otro motivo dejan de ajustarse a nuestro modelo de perfección estética y quedan feos, ¿significa eso que deben talarse, que no tienen nada que aportar al entorno? (Ah, dichosos cánones de perfección estética…) "Son uno de los pilares de la vida, pero no los cuidamos como tales" lamenta Calafell. Si se trata de árboles ancianos y singulares, de los que podrían participar en el concurso de Árbol del Año, quizás se invierta más en rehabilitarlos y protegerlos. Pero si descuidamos la atención hacia los árboles jóvenes y adultos de nuestro arbolado, cuando los venerables ancianos vayan desapareciendo, ¿quién los sustituirá?
Las estampas invernales del jardín japonés de Kenrokuen, en la ciudad japonesa de Kanazawa, famosas por las técnicas de yukitsuri (implementadas para proteger al arbolado de los estragos de la nieve); sin embargo, no son las únicas muestras niponas de cuidado arbóreo ni mucho menos. En ningún otro lugar he visto tantos árboles primorosamente apuntalados, sostenidos con cables, protegidos con mallas; en jardines o parques públicos se pueden ver árboles cuyas ramas llevan muletas de soporte que anticipan y previenen caídas y roturas en caso de peso excesivo. Será costoso o barato, pero es un precio que están dispuestos a pagar por sus árboles.
E invertir en árboles, que tantas dádivas nos regalan —entre ellas oxígeno, que no es poca cosa—, es una apuesta de futuro segura.
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