Con el objetivo de documentarse para su libro Glimmer, el periodista estadounidense Warren Berger entrevistó a docenas de líderes de empresas como Google, Netflix, Airbnb e Ideo, entre otras, y se dio cuenta de que todos eran excepcionalmente buenos haciendo preguntas. El origen de sus grandes ideas estaba, de hecho, en una pregunta a la que se habían respondido ellos mismos y que les permitió identificar nuevas oportunidades.
Esto llevó al autor a preguntarse: ¿Por qué es importante hacerse preguntas?
Y a buscar la respuesta en su libro A More Beautiful Question: The Power of Inquiry to Spark Breakthrough Ideas (“Una pregunta más hermosa: el poder de la indagación para provocar ideas innovadoras”), que explica que cuestionarnos lo obvio puede cambiar nuestra forma de ver las cosas y llevarnos al cambio y a la innovación.
¿Por qué estamos haciendo esta tarea en concreto de esta manera en particular?
Uno de los rasgos principales de lo que Berger llama un innovative questioner(“interrogador innovador”) es preguntarse por qué algo se hace de una forma determinada. Esta pregunta supone no conformarse con la respuesta habitual, que suele ser “porque siempre se ha hecho así”.
Pero no basta con preguntar por qué. Si no hacemos nada al respecto, sólo nos estamos quejando. Por ejemplo, Reed Hastings, fundador de Netflix, no sé quedó en “¿por qué tengo que pagar una penalización por devolver una película tarde al videoclub?”, sino que planteó posibles escenarios (“¿y si un negocio de alquiler de películas funcionara como un gimnasio?”) y llevó su idea a cabo.
El proceso no acaba ahí, porque las preguntas (y sus respuestas) generan a su vez más preguntas. Siguiendo con el ejemplo de Netflix, la empresa se planteó años más tarde lo siguiente: “¿Y si nosotros también produjéramos contenidos?”.
¿Nos asustan las preguntas?
Estas indagaciones nos obligan a plantearnos por qué estamos haciendo algo. Y las respuestas pueden ser horribles: desde el ya mencionado “porque siempre se ha hecho así” a la revelación de que si dejáramos de hacerlo, no pasaría nada.
Hay que tener en cuenta que una empresa, por ejemplo, puede haber nacido como solución a un problema, pero este propósito quizás ha quedado obsoleto (u olvidado) al cabo de varios años. Redefinirse o buscar el éxito fuera del ámbito tradicional es un proceso que puede ser largo y costoso. Aunque pueda tener éxito, como le pasó a Nike, que casi se ha convertido en otra empresa tecnológica.
Sin embargo y a pesar de la incomodidad y el miedo, no podemos permitirnos el lujo de no hacernos preguntas. Cada vez hay más cambios y cada vez suceden más deprisa, y las preguntas son las herramientas que nos permiten identificar nuestras carencias y sus soluciones.
¿Cómo funcionan las preguntas?
Las preguntas estimulan la imaginación y la asociación de ideas. También nos ayudan a dar un paso atrás y ver lo que hasta entonces nos había pasado desapercibido. Se trata, al menos en parte, de ver el problema como lo haría un cómico: cuestionándose qué hace todo el mundo y por qué lo hace así. O un niño: entre los 2 y 5 años hacemos unas 40.000 preguntas.
¿Por qué dejamos de preguntar?
A esa edad estamos en un momento perfecto para plantear cuestiones: ya sabemos hablar y nuestro cerebro está formándose y creciendo, por lo que se van estableciendo nuevas y cada vez más numerosas conexiones entre nuestras neuronas. Además, vemos las cosas sin tener aún etiquetas y categorías.
Al hacernos (algo) mayores, baja el ritmo de conexiones neuronales y adquirimos esas etiquetas que nos pueden llevar a archivar y arrinconar nuestro conocimiento. Y lo que es peor: entramos en un sistema educativo y laboral que intenta que sigamos procesos y aprendamos conocimientos básicos; es decir, se nos piden respuestas y no preguntas.
Una vez nos hacemos una pregunta, ¿cómo llegamos a la respuesta?
Berger recomienda ir pasando de periodos de atención y concentración a momentos de relax y distracción, de modo que el cerebro vaya formando conexiones inconscientes.
A la formación de estas asociaciones de ideas ayudan actividades como soñar despierto, caminar, dormir, ir a un museo, ducharse… Y forzarse a pensar mal. Por ejemplo, mezclar conceptos que no tienen nada que ver o combinar términos al azar: ¿qué haría Neil Patrick Harris en nuestro lugar? O ¿y si vendiéramos calcetines desparejados y en packs de tres?
¿Por qué no nos hacemos más preguntas?
Evitamos hacernos preguntas porque tenemos la impresión de que es una actividad poco productiva, nunca nos parece el momento adecuado para replantearnos nuestra vida, es difícil saber qué preguntar y, sobre todo, nos asusta (mucho) la posibilidad de no tener buenas respuestas.
De todas formas, como nos recuerda este libro, lo importante no es dar respuestas, sino haber encontrado una buena pregunta. Una que Google no pueda responder.
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