Cenas de empresa: guía de supervivencia

Todo lo que no debes hacer (pero harás de todas formas)

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Comienza la temporada de cenas de empresa. Sobre el papel, algún insensato puede pensar que se trata de una buena idea: una oportunidad para conocer algo mejor y en un ambiente más distendido a esos compañeros de trabajo que parecen tan majetes.

Pero en realidad, las cenas de empresas son un campo de minas. Cualquier decisión que tomes te puede llevar al escarnio público, al paro o, peor, a convertirte en el protagonista de una anécdota que incluye alcohol y un beso en la mejilla del consejero delegado.

Para evitar que al día siguiente todo el mundo hable de ti y ya te haya puesto mote, has de seguir estas instrucciones. Son un montón, pero es que las cenas de empresa son así de difíciles.

1. No te emborraches. Es difícil; como ocurre con las bodas, no hay quien soporte una cena de empresa sobrio. Y como ocurre con las bodas, estos eventos a veces incluyen una barra libre. Cada vez que te acerques para pedir otro gintonic, recuerda que no quieres acabar abrazado a ese informático cuyo nombre no recuerdas para decirle que siempre te ha caído muy bien y que quieres ser su amigo. Su mejor amigo. Todo antes de vomitar en el lavabo y sentarte en el suelo, desconcertado, mientras tus compañeros te hacen fotos con el móvil.

2. No hables con tu jefe si tienes un vaso en la mano. ¿Qué le vas a decir? ¿Que la impresora no funciona? ¿Que a la empresa le quedan seis meses de vida si no hacen caso de tus propuestas que incluyen ascenderte a gerente y despedir al vago de Gómez, que, vaya, está justo al lado? O peor, ¿que has aprendido un montón trabajando con él y que le consideras un segundo padre y por eso a veces le llamas papá sin querer?

3. No interrumpas los discursos. Si el consejero delegado, o la directora general, o ambos, se levantan para decir algunas palabras acerca de cómo ha ido el año y lo muy duro que ha trabajado todo el equipo, no interrumpas con gracietas como "sí, pero la impresora sigue sin funcionar". Tampoco silbes. Ni te carcajees. No te levantes y pidas la palabra. Limítate a simular interés mientras piensas en la lista de la compra. Si los demás aplauden, únete sin mostrar entusiasmo.

4. No bailes. Sí, a veces hay baile. O se acaba en una discoteca a altas horas de la madrugada porque nadie hace caso del primer punto. Si no eres Nureyev (y no eres Nureyev), bailar es una actividad que te despoja de toda dignidad y que, por tanto, jamás debes hacer delante de nadie que pueda despedirte o, al revés, que reciba instrucciones tuyas. En serio: hazlo sin música delante de un espejo. Efectivamente, parece que te esté dando un ataque de epilepsia.

5. No bailes la conga. He visto cosas que no creeríais, como una conga en una cena de empresa. Sí, como en las bodas. Si pasa cerca de ti y alguien te anima a unirte, excúsate con lo primero que se te ocurra. Por ejemplo: “Lo siento, pero me tienen que cambiar la prótesis de la cadera”. Hay muchos motivos por los que no hay que unirse a una conga jamás. En el caso de las cenas de empresa, recuerda que es muy posible que esté ahí el presidente, haciéndose el coleguita. No quieres el recuerdo de su trasero contorneándose frente a ti o de sus manos sudorosas en la cintura.

6. No intentes ligar. En el trabajo surgen muchas historias de amor. Es normal. Pasas mucho tiempo con esas personas y algunas incluso te caen bien. Pero la cena de empresa no es el mejor momento para intentarlo, a pesar de que tu cuñado te asegure que ahí se pilla un montón (como en las bodas). Si ha de surgir algo, puede esperar: no hace falta que la jefa de recursos humanos te vea dándote el lote en una esquina que tú creías oscura y apartada.

7. Nada de chupitos. Vale, no has hecho ningún caso al punto uno. Pero si alguien dice: “Chupitos de tequila para todos” y estás a menos de dos metros de distancia, lo estás haciendo fatal. Y si lo dices tú, me avergüenzo profundamente de ti. ¡No me estás haciendo ningún caso!

8. Evita las fotos. Es casi imposible, lo sé, pero niégate a que te saquen una foto, no te unas al grupo que está posando y no te pongas ese sombrero gracioso que le habéis robado al camarero. Da igual lo simpaticote que creas estar: vas a salir con los ojos rojos y mirando más o menos accidentalmente el escote de la consejera delegada con la boca entreabierta. Y esa foto acabará en la intranet.

9. No vayas con tu pareja. Da igual que esté invitada: no tiene culpa de nada. No le hagas pasar por eso. Aguanta en soledad, estoicamente. Sacríficate. Demuéstrale así tu amor.

10. No vayas. Hay empresas (o jefes, mejor dicho) que se toman a mal estas ausencias. Pero ya has visto que no hay forma de que salga bien. Además, es tu tiempo libre, no estás obligado a ir. Siempre te puedes poner sospechosamente enfermo dos horas antes. No se lo digáis a mi directora, que me estará leyendo, pero es lo que pienso hacer. Ya estoy comentando que me duele la garganta.

11. Al menos, vete pronto. Si no se te ocurre ninguna excusa convincente o crees que tu posible ascenso depende de tu presencia en la cena navideña (spoiler: no), intenta retirarte pronto, cuando aún vocalices y tengas la camisa metida en el pantalón. Es posible que te pierdas cosas divertidísimas, como cuando Luis, de compras, se cayó de la tarima, o como cuando Eva y Pedro se liaron detrás de un contenedor: creían que nadie les veía, pero mira las fotos. Graciosísimo, todo. Y te lo perdiste. Vaya. El lado positivo: tú no eres ninguno de ellos.

12. No comentes nada al día siguiente. Si la cena es entre semana, irás a trabajar con resaca porque no me habrás hecho ningún caso. Cruzarás miradas incómodas en el pasillo. Te vendrán a la mente recuerdos que no podrás borrar jamás. Es posible que ya no te atrevas a dirigirle la palabra a la coordinadora de comunicación, que te vio a las tres de la mañana intentando abrocharte los zapatos, sin éxito, hasta que resbalaste y caíste al suelo muy lentamente. Ni una palabra. Nada de eso ha ocurrido jamás.

Pero el año que viene, hazme caso.

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