"No me lo puedo creer, ¿cómo puede haber cola en un baño a 2 kilómetros de la carrera?"
Faltan 40 minutos para que más de 20.000 corredores tomen la salida del Medio Maratón Villa de Madrid. Y los 20.000 quieren ir antes al baño. Yo soy uno de ellos y, para evitar la cola eterna de los servicios portátiles que instala la organización (en 2012 escuché el pistoletazo de salida dentro de uno), he pensado que sería buena idea acercarme a una cafetería de O´Donnell, en la punta opuesta de El Retiro. Han pensado lo mismo unas 25 personas más.
"Venga, ¡deprisita, que no llegamos!", grita desde fuera un joven que todavía tiene que pasar por el guardarropa.
"¿Y el de las chicas también está a tope? Por pasar", pregunta un corredor con dorsal para la carrera de 5 km. "¡Sí!", grita –otro chico– desde dentro del baño femenino.
"Nos va a tocar calentar corriendo de aquí a la salida...", piensa en voz alta otro atleta. Eso es lo que hacemos: tras dos kilómetros de trote, nos colocamos entre 20.000 corredores a la espera del pistoletazo. Todavía hay quien aguarda nervioso en la cola de los retretes portátiles, mientras que los más incívicos se decantan por regar los setos del Paseo del Prado.
El olor de la salida en las carreras populares es inconfundible: mezcla de sudor tibio del calentamiento, Réflex y vaselina mentolada. Y miedo: los 5 minutos previos a la carrera son el momento preferido de los runners para cantar en voz alta la excusa que pondrán si no consiguen el objetivo que buscaban:
"Tío, toda la semana con fiebre y sigo con catarro, a ver qué sale..." Cuenta un piernasflacas a su compañero de equipo.
"Pues tengo una molestia en el isquio que espero que me respete", dice alguien detrás de mí.
"Ayer competí en un duatlón, hoy a rodar suavecito", comenta uno de mis compañeros a un conocido.
"Anoche se me olvidaron las llaves de casa y no pude entrar hasta tardísimo, no he dormido nada". Esta es mi excusa.
Al segundo pistoletazo –el primero es para los compañeros paraciclistas– la masa runner comienza a moverse al tiempo que empiezan a volar los atletas de élite y las camisetas: muchos corredores eligen su peor prenda para no quedarse fríos antes de la salida y, tras el pistoletazo, la lanzan o tiran al suelo. Se escuchan los pitidos de 20.000 cronómetros pasar por el arco, y empiezan a oírse los ánimos del público. Aquí van los escuchados durante el recorrido, catalogados:
Los que pretenden dar ánimos, pero no ayudan mucho
"¡Venga, que no queda nada!". Señora, estamos en el kilómetro 3. Quedan 19, y la mitad son cuesta arriba.
"¡Pero dejadlo ya, que el primero ya ha llegado!". Los 19.999 corredores que no vamos a ganar lo sabemos, y de verdad: no nos importa.
"¡Vamos! ¡Esas malas caras!". Doloroso y cierto.
"Ya todo lo que queda es cuesta abajo". Algún gracioso, justo antes de la durísima cuesta arriba de la calle Alfonso XII, en el km 18.
Los que te hacen volar
Las sirenas de los bomberos y sus aplausos al pasar por el Parque de Bomberos de Chamberí.
Los gritos de los voluntarios en los avituallamientos.
"¡Vamos! ¡Sois imparables!", clama una señora a la altura de Plaza de Castilla. Es mentira, pero nos lo creemos.
Los aplausos en la llegada de El Retiro.
Los niños que gritan "¡ánimo!" y ponen la mano para que choques.
Aunque 21 kilómetros dan para mucho, lo cierto es que los runners, en carrera, hablan poco. En la estela tras las liebres (corredores de la organización con grandes globos atados a los que seguir para realizar una marca) de 1:30:00, se escucha:
"Joder, esa liebre no lleva un globo, ¡lleva un misil!", grita un corredor a la altura de Santa Engracia. Efectivamente, las liebres han salido muy fuerte, y muchos populares lo están pagando.
"¡Vais demasiado rápido (pausa para coger aire), cabrones!", se queja un atleta a sus compañeros, cerca de mí, en la bajada tras Plaza de Castilla. Si necesita coger aire para insultar a sus amigos, efectivamente, va demasiado rápido.
"Ya está hecho", dice uno de mis compañeros al entrar a El Retiro. Queda casi un kilómetro, pero se escuchan aplausos, música y los ánimos del speaker, y parece que duele menos.
Pasada la meta vuelven a escucharse los pitidos de los pulsómetros mientras unos celebran su marca y otros repiten las excusas que comentaban al inicio. Las nubes amenazan Madrid –aunque por el momento, han respetado–, hace frío y empieza otra carrera: al guardarropa.
"Vamos, no fastidies, hay más cola aquí que en los baños de la salida", se lamenta una corredora mientras se frota los brazos para no quedarse helada.
"Va más rápida que otros años", comenta un corredor mientras los voluntarios del guardarropa juegan a su particular bingo: "¡El 16.780!" "¡El 3.013!".
Conforme se recuperan las bolsas, los atletas van poniéndose abrigo, pero las piernas ya se han enfriado. Comienza la orquesta de los lamentos:
"Ufffffff", gime un atleta al colgarse la mochila.
"Jooooder, voy muerto", grita un compañero al cruzar Alfonso XII a toda prisa, esquivando runners todavía en carrera.
"Ayyyy", grita otro corredor al subir el escalón de una acera.
"Oh my fucking god", dice un corredor pelirrojo (y muy poco madrileño, apostaría) mientras baja las escaleras de la línea 2, en El Retiro.
"De verdad, estamos locas", dice una corredora a su compañera, dentro del metro. "Y lo peor es que repetiremos, seguro". Y, como ellas, 19.998 locos más.
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