Fernando Montes (Madrid, 1989) vivía en Collado Villalba. Tenía un trabajo indefinido en Decathlon. Era mileurista. Soñaba con vivir una aventura. Cuando sintió que los días comenzaron a parecerse sospechosamente los unos a los otros, decidió escapar: en bicicleta. “¿Cómo te vas a ir? Con la crisis que hay, ¡con la que está cayendo!”, le decían sus conocidos. El pasado 13 de julio, cambió la rutina del café y las ocho horas por la de las pedaladas que, metro a metro, le han ido acercando a un destino físico ya transfigurado en meta vital: Pekín (China). Este fin de semana, tres meses y medio después de la partida, Nando –como le llaman sus amigos- no era un turista más en la lluviosa capital china. Él nunca se despegó de la tierra para llegar allí, 10.000 kilómetros a sus espaldas lo avalan.
“Cada día que pasa es diferente, nunca sé dónde voy a terminar durmiendo, ni siquiera sé qué ciudades visitaré, tengo una sensación de libertad absoluta y simplemente me dejo llevar por los acontecimientos”. Esta frase, del blog en el que Montes ha narrado su aventura, define el espíritu de un viaje. Ha recorrido Francia, Alemania, Polonia, Ucrania, Rusia, Kazajistán y China con la única compañía de un carrito-remolque de 20 kilos de peso donde guarda una tienda de campaña, herramientas, comida y ropa. “Ahora tengo la sensación de que puedo viajar a todas partes. Que puedo hacer todo lo que me proponga”, decía Montes a Verne hace unos días al otro lado de la línea, agotado, tras otra jornada de carretera, en un hotel a 300 kilómetros al suroeste de Pekín.
Por qué dormir en hoteles de cinco estrellas, cuando los hay de mil
Las camas han sido la excepción. Acurrucado en su tienda, muchas noches ha mirado Montes el cielo desde la oscuridad de una cuneta, o en un pequeño bosque junto a la carretera. “Hoteles de mil estrellas”, como dice, que muchas veces prefirió a los “hoteles cutres” con los que se topaba. Con un presupuesto medio de unos 10 euros diarios, el madrileño no se ha gastado más de 1.300 euros en los casi cuatro meses de viaje.
El 99 por ciento de la gente es buena
El camino le ha ofrecido amigos justo cuando más los necesitaba, como los personajes de los cuentos que aparecen y desaparecen fugazmente en la historia para ayudar al héroe a cumplir su misión. Como Maciek, un polaco de Lublin que acogió a Montes en su casa cuando una avería lo dejó tirado. O Vladimir, un humilde granjero ucraniano que lo descubrió durmiendo en sus terrenos y lo invitó a cenar y a pasar la noche en su granja. O un ruso de origen azerbaiyano que se hacía llamar El Pablo, y se ofendió cuando el español quiso ponerse el cinturón mientras le daba una vuelta en coche por Saratov –en Rusia es una señal de desconfianza hacia el conductor-.
“Me he dado cuenta de que el mundo tiene mucho futuro, porque el 99 por ciento de la gente es buena gente”, dice Montes, que a partir de ahora no se fiará de lo que dicen las noticias, porque “solo cuentan las cosas malas”. Solo recuerda el español un incidente desagradable, cuando en Kazajistán decidió cubrir en tren el tramo entre Aktobe y Almati ante la proximidad del fin de su visado. “Tuve que pagar un soborno de 5.000 tenges kazajos (unos 14 euros) por meter la bici en el tren, cuando a alguien local le cobrarían 800”.
La estepa kazaja parece un desierto verde
Kazajistán sorprendió a Montes, sin embargo, con lo que considera el paisaje más bonito del viaje: la estepa kazaja. “Era como un desierto a los lados, pero verde y amarillento”, dice el viajero, que, siempre rodando en línea recta, podía pasarse cinco días sin encontrar más que un pueblo de 500 habitantes perdido en la inmensidad de la llanura. Otra monotonía, distinta de la de la rutina laboral dejada atrás, que le reportó un sentimiento de paz y tranquilidad.
En China son hospitalarios (aunque las apariencias engañan)
China, la última etapa del viaje, también ha ofrecido al madrileño aventuras inolvidables. En una de las últimas entradas de su blog, el viajero describe una situación surrealista con un extravagante conductor chino que se ofreció a llevarle varios kilómetros en su autobús sin pasajeros. “Está loco y es superagresivo al volante, va pitando a todos los camiones y coches que se encuentra. La comunicación con él es casi imposible, no habla nada de inglés”, escribía Montes, que reconoce que llegó a pasar miedo. Tras dejarlo en una gasolinera, el conductor temerario le acercó una nota escrita en chino y le hizo un gesto con la mano que el viajero interpretó como que quería dinero. Montes le respondió que no tenía nada, pero días después, gracias a un amigo que le tradujo el mensaje, el español averiguó que su chófer solo le estaba invitando a salir de fiesta y se ofrecía a dejarle dinero. “Otro ejemplo de la hospitalidad china”, dice.
“Ya no me valen 21 días de vacaciones”
Al aventurero Montes le queda ahora por delante un mes de viaje con dos amigos, ya con la bici aparcada, por Vietnam y Camboya. Después tomará un avión a España –no quiere ni oír hablar de regresar en bicicleta-, y se planteará su futuro, que quizá consista en trabajar “uno o dos años” para volver a echarse a la carretera. “El viaje me ha cambiado. Lo que ya sé es que ya no me valen los 21 días al año de vacaciones que te da un trabajo normal”, asegura.
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