Hay dos señales de que el debate sobre la gestación subrogada se sale de lo común.
La primera es que los políticos han llegado a sacrificar la disciplina de voto. Ocurrió el año pasado en la Asamblea de Madrid, donde tres diputados del Partido Popular votaron en contra o se ausentaron en la votación de una iniciativa que promovía la regulación de la gestación subrogada. Ante la decisión de estos diputados díscolos, Cristina Cifuentes reconoció que le parecía "sorprendente" que el voto de esos diputados coincidiera con el de los diputados de Podemos, que también se habían declarado en contra.
Y esa es, precisamente, la segunda señal de que estamos ante un debate singular: se generan extraños aliados. Aunque por razones distintas, el ala más conservadora del Partido Popular coincide con un sector del feminismo en sus ataques a la gestación subrogada. Se trata de un tema repleto de aristas, y con el objetivo de que las conozcas, a continuación ofrecemos los argumentos más extendidos -y otros más insospechados- para la defensa o el ataque a la gestación subrogada.
A favor
La gestación subrogada está prohibida en España, aunque se permite inscribir en el registro, a nombre de los padres biológicos, a los niños que han nacido en países donde sí está regulada. Sería deseable que la gestación subrogada se aprobara en España para que todos los padres pudieran acceder a ella (ahora mismo solo pueden permitírselo quienes tienen más recursos económicos) y para que el proceso contara con las máximas garantías para los padres definitivos, para la mujer gestante y para el niño.
También es deseable su regulación en España porque, con el sistema actual, muchas mujeres de países pobres aceptan someterse a la gestación subrogada porque necesitan el dinero para salir adelante. Si el proceso se llevara a cabo en España de manera controlada, podríamos asegurarnos de que las mujeres gestantes se encontrasen en una situación socioeconómica adecuada y que no lo hiciesen empujadas exclusivamente por la necesidad.
De hecho, si hay mujeres dispuestas a ofrecer sus cuerpos para estos procesos, ¿por qué no permitírselo? Si toman esa decisión de forma consciente e informada, ¿acaso no serían personas adultas ejerciendo su libertad individual y haciendo el uso que quieren de sus cuerpos? ¿Quiénes somos para impedírselo?
Todos los partidos políticos españoles debaten internamente sobre la gestación subrogada. De momento, Ciudadanos es el partido que se ha manifestado más abiertamente a su favor. Sea como sea, todos ellos barajan la adopción de un modelo altruista. Esto significa que las madres ofrecerían sus cuerpos voluntariamente y sin ánimo de lucro. Así, la gestación subrogada sería un mecanismo de solidaridad hacia personas que desean ser padres y no pueden tener hijos de otro modo.
Porque los procesos de adopción en España son tremendamente lentos: pueden llegar hasta los ocho años. Y no se cubren todas las peticiones: en 2012 se entregaron en adopción menos de 2.000 menores cuando había 33.000 familias españolas dispuestas a acogerlos. Y el sistema público de sanidad solo cubre tratamientos de fertilidad a menores de 40 años. Y solo un par de intentos. Y la fecundación in vitro en un centro privado es cara: vale unos 5.000 euros. Y un 10% de las pacientes que se sometieron en 2013 a este procedimiento no lograron quedarse embarazadas. Y también beneficiaría a matrimonios homosexuales que quieran tener un hijo biológico. En resumen: la gestación subrogada allanaría la posibilidad de formar una familia a muchas que lo desean.
Y si derribamos las barreras religiosas, nos daremos cuentas de que la maternidad y la paternidad son cuestiones sociales, que no están sujetas a cuestiones biológicas ni a la gestación, como queda de manifiesto en el caso de los niños adoptados. Por tanto, los niños concebidos mediante gestación subrogada podrán encontrar todos los ciudados que necesitan en el seno de su familia definitiva, salvaguardando el interés superior de los menores.
Al final, la gestación subrogada es solo una técnica más de reproducción asistida. De la misma manera en que existe la donación de esperma o la ovodonación, también puede donarse la capacidad de gestar. Aunque, en este caso, el proceso sería más largo, al producirse una cesión del cuidado que dura nueve meses.
En contra
¿Cómo que "gestación subrogada"? ¡Querrás decir "vientres de alquiler"! ¡O "mujeres horno"! En la forma de referirse a este fenómeno ya hay una toma de postura. Por eso, a uno de los manifiestos más importantes contra la gestación subrogada o el alquiler de vientres se le llamó "No somos vasijas". Este concepto, el de vasijas, deja bien claro uno de los problemas principales: el alquiler de vientres cosifica e instrumentaliza el cuerpo de las mujeres. La mujer queda reducida a continente. Y, como tantas veces en la historia, las mujeres se convierten en seres para otros.
A menudo nos venden el alquiler de vientres como un modelo de altruismo y de generosidad. Pero en los países donde ya se practica, como Gran Bretaña, no todas las personas que desean ser padres encuentran a mujeres dispuestas a ceder su vientre altruistamente. En esos casos, ¿de qué manera podemos garantizar que las partes no lleguen a un acuerdo económico bajo manga? ¿O que no saldrán a buscarlo a países donde sea más fácil aprovecharse de las necesidades económicas de las gestantes?
Por tanto, encontramos que será muy complicado vigilar que todas los procesos sean altruistas. Y, ante eso, debemos evitar a toda costa que los cuerpos, tanto el de las mujeres como el de los bebés, entren a formar parte del mercado, por mucho que el neoliberalismo se empeñe en que podamos usar cualquier cosa como moneda de cambio. De la misma manera en que no comerciamos con los órganos, el cuerpo humano debe servir como dique al neoliberalismo. Y si alguien rechaza el comercio de órganos, pero sin embargo ve normal que se use el vientre de la mujer como mercancía, solo cabe una explicación: el desprecio histórico hacia las mujeres y hacia sus cuerpos.
Y sin abandonar la terminología comercial, el alquiler de vientres establece un contrato con cláusulas abusivas para la mujer gestante. Porque será ella la que salga penalizada en el caso de que tenga la intención de participar en la toma de decisiones relativas al hijo que ha alumbrado.
El alquiler de vientres también despierta dudas sobre la situación en la que deja a los niños, que se verían en mitad de una maraña de relaciones personales bastante difícil de regular. En algunos casos, podrían contar con hasta cinco progenitores: la madre biológica, el padre biológico, la madre uterina, y los padres o madres legales. ¿Cómo regularemos semejante caos? ¿Siempre en detrimento de la mujer gestante?
Muchas veces, en defensa del alquiler de vientres, se invoca el derecho de los individuos a ser padres y madres, pero no olvidemos que no se trata de un derecho fundamental. Todos deseamos que las personas vean colmadas sus aspiraciones vitales más nobles, pero no debería hacerse a costa de la integridad de las mujeres.
El alquiler de vientres no es, de ninguna manera, equiparable a la adopción. Porque la adopción no es una herramienta para colmar las ganas de ser padre, ni para solucionar problemas de fertilidad. La adopción, al contrario, es una medida de protección de la infancia abandonada, destinada a que los niños puedan cumplir con su derecho a tener una familia. Por tanto, el alquiler de vientres no sustituye a la adopción, y deberíamos trabajar para que los plazos sean más ágiles para quienes ansían adoptar.
Ya hemos dicho que el rechazo a los vientres de alquiler no procede solo desde un frente. Los sectores más religiosos argumentan que la familia tradicional es un pilar clave en el desarrollo de las sociedades, por lo que deberían adoptarse las medidas necesarias para peservarla. Y el alquiler de vientres consagra un modelo familiar individualista y adultocéntrico, donde, a diferencia del modelo tradicional, busca la autorrealización personal de los adultos.
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