En defensa de ser tímido y de sus ventajas accidentales

La timidez nos ayuda a ser más observadores y creativos

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Cuando un extrovertido conoce a un tímido, siempre llega un momento en el que intenta "curarle". En su opinión, no hay ningún motivo racional por el que alguien sea tímido o introvertido, y le sorprende que su amigo se resista a aprender habilidades sociales que no requieren más que echarle un poco de morro al asunto.

La timidez no es ninguna enfermedad. Pero eso también significa que no tiene cura: “Todas las personas sobre las que he escrito en este libro eran tan tímidas al final de sus vidas como al principio de ellas -escribe el historiador Joe Moran en Shrinking Violets-. Siempre encontraban formas de esconder su timidez o de canalizarla”, pero nunca acababan de superarla.

Shrinking Violets se ofrece como una “guía de campo de la timidez” y su título hace referencia a una expresión inglesa para hablar de las personas tímidas, “violetas que se encogen”, en referencia al tallo alargado de la variante inglesa de esta flor.

Moran repasa en su libro la historia cultural de la timidez, deteniéndose en la experiencia de tímidos ilustres como el matemático Alan Turing, el primer ministro británico Clement Attlee y la escritora y pintora Tove Jansson. A algunos de ellos quizás no los conocemos tanto como deberíamos, pero era, sobre todo, porque hablaban bajito.

Eso sí, Moran no es complaciente: su libro sobre la timidez no tiene el triunfalismo de la reivindicación de la introversión que se puso de moda hace unos años, tras la publicación de El poder de los introvertidos, de Susan M. Cain. Quizás porque sabe que la timidez no suele ser una experiencia agradable y que, hasta cierto punto, es normal que los extrovertidos se sorprendan ante este rasgo de carácter. Pero también se detiene en las ventajas que trae consigo, que no son pocas. (Aprovechamos para recordar que, como apuntan varios lectores en los comentarios, introversión y timidez no son lo mismo).

Capacidad (y necesidad) de observación

Por ejemplo, los tímidos son observadores. O, al menos, tienen (tenemos) la oportunidad de desarrollar lo que el poeta británico Siegfried Sassoon describía como el “deseo de sentarse y mirar a los demás sin ser visto, como un fantasma”.

Se trata de un ejemplo de lo que Moran llama "recompensas accidentales". Si los tímidos nos dedicamos a observar a los demás desde la distancia y con un punto de ironía no es solo porque nos resulte interesante hacerlo, sino también por nuestra frecuente incapacidad para participar.

Un problema de esta tendencia a observar es que a menudo vemos (o creemos ver) lo que los demás observan en nosotros. Por ejemplo, Moran recuerda la vergüenza que pasaba Charles M. Schulz en el tren cuando iba a Chicago a intentar vender sus tiras cómicas. El motivo: la carpeta en la que llevaba las historietas de Charlie Brown (otro tímido) era muy grande y en su opinión esto llamaba la atención del resto de viajeros.

A menudo los tímidos creemos que somos “la única persona en el mundo”, confesaba el propio Schultz, y por eso caemos en el error de pensar que “nuestra apariencia y lo que hacemos tiene alguna importancia”. Pero lo peor que puede pasar si entramos en el tren con una carpeta enorme es que alguien se fije en nosotros durante un instante, justo antes de olvidarnos para siempre.

Por eso el psicoterapeuta Albert Ellis recomendaba a sus pacientes tímidos que pusieran en práctica ejercicios como ir a un centro comercial y gritar: “¡Son las diez y media, y todo va bien!”. O acercarse a un desconocido y decirle: “Disculpe, ¿a qué día estamos? Es que acabo de salir del manicomio”. Ellis también era tímido y sabía que no había forma de superar ese rasgo, pero también sabía que las reacciones negativas que provoca la timidez no se deben a las consecuencias de nuestros más o menos torpes actos, sino a cómo nos imaginamos que pueden ser estas consecuencias. El rechazo, ese gran miedo de los tímidos, es soportable.

Charlie Brown, personaje tímido obra de otro tímido, Charles M. Schulz

Mejor escríbeme

Los tímidos se expresan mejor por escrito que hablando. Moran recuerda a la escritora británica Elizabeth Taylor (no confundir con la actriz), que firmó dos decenas de libros y que mantenía correspondencia con escritores como Robert Liddell. Sin embargo, su hija se enteró de la publicación de su primera novela porque se lo comentó una compañera de clase.

No es el único caso en el que a un tímido le cuesta hablar de su trabajo: Moran explica que Nick Drake le dijo a su hermana que estaba grabando un disco y no volvió a comentarle nada más hasta que meses más tarde abrió la puerta de su habitación y tiró el álbum en su cama: “Ahí lo tienes”.

Se trata del “clásico gesto autocompasivo de los tímidos: se esfuerzan en algo que esperan que cambiará la imagen que los demás tienen de ellos y luego lo anuncian con un gesto casi de desprecio que no transmite lo mucho que significa”. No se trata ni de frialdad ni de falsa modestia, como a veces puede parecer, sino de la incapacidad para mostrarse orgulloso de cualquier cosa. Siempre que sea en público, claro.

Son muchos los escritores tímidos que aparecen en el libro de Moran. Como Agatha Christie, que creó unos personajes completamente opuestos a ella: “Si tienes la doble carga de una timidez aguda y de ser incapaz de hallar la réplica adecuada hasta 24 horas más tarde, ¿qué puedes hacer? Solo te queda escribir acerca de hombres de ingenio rápido y mujeres con recursos”, escribió la británica. El arte y la timidez, añade Moran, “beben del esprit d’escalier” (el espiritu de la escalera), es decir, del acto de dar con la respuesta perfecta horas después de que la conversación haya terminado.

La tímidez creativa

Moran recoge una "intuición" de la zoóloga y etóloga Temple Grandin acerca del origen del arte: mientras los machos alfa se dedicaban a hacer el recuento de los bisontes cazados durante el día, los tímidos y los introvertidos "se retiraban a producir el primer arte humano".

No todos los los tímidos son personas creativas, y no todas las personas creativas son tímidas, pero este trabajo es la forma que muchas veces usan los tímidos para conseguir que los demás les escuchen. El arte y la literatura se convierten para ellos “en una forma de comunicación asimétrica, sin garantía de obtener respuesta” y a la que se recurre “cuando otros tipos de diálogo han fracasado”.

Redes sociales para los asociales

Esta creatividad puede llevar a desarrollar otras formas de comunicación, aparte de los libros. Antes de fundar Apple junto a Steve Jobs, Steve Wozniak compartió con sus amigos del club de informática Homebrew el diseño de un ordenador que había fabricado: “Su forma de llamar la atención de los demás fue crear algo que podría resultarles útil”, escribe Moran. “Los intereses antisociales de los empollones -añade- dieron respuesta a la necesidad humana de compartir información sin el incordio de tener que reunirse con alguien cara a cara”.

Es posible que los ordenadores y las redes sociales tengan un punto deshumanizador. Pero también es cierto todo lo contrario. A veces la tecnología sustituye o elimina el contacto humano, pero a menudo lo hace mucho más fácil para mucha gente.

Los silencios cómodos y el miedo a los ascensores

Moran explica que sus amigos opinan que él es muy bueno escuchando a los demás, pero sospecha que eso solo pone de manifiesto que el nivel está muy bajo: muchos creen que una conversación solo consiste en hablar por turnos. “El silencio no es algo incómodo y a evitar”, y a veces hablamos sin fijarnos en si lo que decimos tiene sentido o en si alguien nos está escuchando.

Los tímidos somos conscientes de que a menudo “las conversaciones son rituales vacíos, mero relleno de silencios incómodos”. No todas las conversaciones “pueden ser trascendentales o profundas porque nuestra vida interior siempre será más rica que nuestra capacidad para articularla”. Y eso significa que si pasamos un rato callados no pasa absolutamente nada.

Es decir, no es que los tímidos y los introvertidos seamos incapaces de desenvolvernos con comodidad en lo que en inglés se llama small talk, las charlas sobre nada en concreto, sino que estamos en contra de estas conversaciones.

El small talk a menudo se traduce como “charla de ascensor”. No es casual: el etnólogo sueco Åke Daun explica que en su país es habitual subir por las escaleras para no verse atrapado en un ascensor con un desconocido, “por miedo a no ser capaz de pensar en algo acerca de lo que hablar”. No es algo que ocurra solo en Suecia. Hay tímidos en todo el mundo.

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