No me llames, envíame un mensaje

Son muchos quienes consideran que las llamadas telefónicas son molestas y exigen una respuesta precipitada

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Estamos contigo, Colin Farrell (imagen de 'Última llamada')
Estamos contigo, Colin Farrell (imagen de 'Última llamada')

Suena el móvil y lo miras con fastidio. ¿Pero quién sigue llamando por teléfono hoy en día? ¿Por qué no envía un mail o un mensaje? Lo guardas de nuevo en el bolsillo y dejas que salte el buzón de voz. Ya contestarás dentro de un rato por WhatsApp.

Es un tema del que se ha hablado en Forbes, en The Atlantic, en la red social de preguntas y respuestas Quora, y al que The Oatmeal le ha dedicado una ilustración cómica, por citar algunos ejemplos. Son muchos quienes odian hablar por teléfono y prefieren comunicarse por escrito.

Aunque no siempre podemos rehuir el teléfono, lo cierto es que esta manía tiene sus razones. No estás solo. Ni loco:

1. El teléfono es intrusivo. Interrumpe lo que estamos haciendo y quiere obligarnos a prestarle atención. Hay que recordar que no contestar al teléfono no tiene por qué ser una falta de educación. Al contrario: podemos estar ocupados o no tener ni ganas ni ánimo para charlar. Al fin y al cabo, la otra persona nos llama sin preocuparse por lo que estamos haciendo en ese momento.

La comunicación por escrito permite “elegir el momento de la comunicación”, como explica la psicóloga Amaya Terrón, que subraya la necesidad de poner límites e incluso apagar el teléfono cuando lo consideremos necesario.

En este sentido, para quienes la idea de llamar supone un fastidio, la llegada de internet y los smartphones supuso una bendición. Es más fácil que cada interlocutor marque sus tiempos tanto para iniciar la conversación como para terminarla.

Pero esto también tiene sus desventajas, como recuerda Terrón: en ocasiones perdemos “la posibilidad de enfrentarnos a muchos miedos y dificultades de la comunicación con los demás”. Esto es especialmente significativo en el caso de los adolescentes, que están desarrollando sus habilidades comunicativas.

Como escribía Ramón Peco en Verne, en un artículo en el que relataba su mes sin usar Whatsapp, “despersonalizar la comunicación es algo terroríficamente cómodo”. Y lo cómodo no es siempre ni lo mejor ni lo más adecuado. Hay conversaciones que hemos de mantener cara a cara y otras que requieren, al menos, una llamada, por mucha pereza que nos dé. No siempre basta con enviar un mensaje y esperar el doble check azul para desentenderte.

2. Exige una respuesta inmediata. Cuando te llaman por teléfono, no puedes quedarte un cuarto de hora callado, pensando si puedes aceptar ese encargo de trabajo o si te apetece apuntarte al plan que te proponen. En cambio, contestar por escrito permite pensar bien la respuesta para después redactarla e incluso releerla. El correo y los mensajes dan “margen para pensar lo que queremos decir”, como resume Terrón.

Pero Terrón también recuerda que no siempre tendremos ese margen para pensar una respuesta: la mayoría de interacciones suelen ser en persona y, por mucho que lo evitemos, unas cuantas tendrán que ser por teléfono. Hemos de aprender a “no sentirnos obligados a dar una respuesta inmediata en una conversación”. Es perfectamente admisible un “me lo pienso y te digo algo luego”.

Por otro lado y por mucho cuidado que pongamos, merece la pena recordar que a veces un correo electrónico se convierte en una cadena de mensajes de los que nadie saca nada en claro y que se podría solucionar con una llamada de medio minuto. En ocasiones es necesario, precisamente, que la respuesta sea inmediata.

3. Hay comunicación no verbal, pero no la suficiente. El teléfono se encuentra a un incómodo medio camino entre la comunicación cara a cara, que incluye gestos, miradas e inflexiones de la voz, y la comunicación por escrito, en la que hay más información verbal (y quizás algún emoticono). Por teléfono, la conversación puede cojear tanto en lo verbal como en lo no verbal.

Terrón enumera algunos de los problemas que esto puede traer consigo: “Interrupciones atropelladas a lo largo de las charlas, no saber cuándo se puede intervenir, silencios incómodos, no saber llevar el hilo en una comunicación sin usar el lenguaje no verbal de los gestos…” Normal que en estas circunstancias muchos encuentren más fácil hablar en persona o por escrito.

Eso sí, la psicóloga recuerda que por escrito, al no haber comunicación no verbal y “al no tener que esforzarnos mucho en mantener la coherencia entre el mensaje y lo que se siente, es más fácil mentir”. Aunque, claro, también es más fácil mentir por teléfono que en persona.

4. Las conversaciones se alargan. Cuando escribimos un correo, podemos ir directos al grano, pero las charlas telefónicas tienen su ritual. No podemos llamar a alguien y pedirle un favor a bocajarro. Hay que saludar, preguntar qué tal está, hablar del tiempo (que está loquísimo, por cierto) y luego entrar en materia. La despedida también puede alargarse más de lo que a muchos nos gustaría.

Esto ocurre, explica Terrón, cuando las dos personas no comparten la misma idea acerca de para qué sirve y cuánto debería durar una llamada telefónica. Mientras unos consideran que debería ser corta y al grano, para otros el teléfono es un medio para conversar. Hay personas que prefieren un trato lo más cercano posible y para quienes un mensaje no es suficiente, explica la psicóloga, que recuerda que hace años era más habitual usar el teléfono para charlar y mantener una conversación más relajada.

Esto se nota cada vez más, al haber más opciones de comunicación. Por lo general, “solo llamamos cuando el resto de medios falla. El teléfono se usa de forma más funcional”. Hoy en día, muy poca gente llama para saber qué tal estamos. Nuestra familia más cercana, nuestra pareja y, quizás, algún amigo. Y no a menudo. Hemos delegado gran parte de la comunicación personal y profesional en el correo electrónico, las redes sociales y los grupos de WhatsApp, en una red cada vez más amplia de “lazos débiles”.

Es comprensible que algunos sientan nostalgia: no es lo mismo un "me gusta" que un "cómo te va", y no es lo mismo una conversación que cuatro frases cruzadas y el emoticono de la flamenca. Pero tampoco podemos olvidar esas tediosas ocasiones en las que hemos acabado poniendo el altavoz y, ya sin escuchar, nos hemos limitado a esparcir monosílabos y a intentar, sin éxito, cortar la conversación: "Sí... Aham... Sí... Oye, te dejo que... Sí... Ya... Aham... Bueno..."

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