Hoy en día no puedes equivocarte. Pongamos el caso del seleccionador alemán, Joachim Löw. Recientemente cometió un error de cálculo: actuó como si estuviera a solas, cuando en realidad se encontraba en un estadio de fútbol. No solo estaba rodeado de decenas de miles de personas, sino que también había cámaras. Y, seamos sinceros, no estuvo muy fino.
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— Picchio (@picchiodibrutto) 12 de junio de 2016
Pero la reacción a este momento de (sin duda) mala educación fue exagerada. En la rueda de prensa posterior al partido tuvo que dar explicaciones sobre este incidente desafortunado, fruto, probablemente, del exceso de concentración en el partido. Y si después le dio por abrir Twitter, se dio de bruces con miles de comentarios echándole en cara lo que no fue más que un lapsus (por desagradable que resultara).
Obviamente, cuando uno está en público ha de comportarse de forma adecuada y no como si estuviera en el salón de su casa. El problema es la desproporción. Piensa en todos los pequeños errores que cometes cada día. Te rascas la nariz cuando crees que nadie mira o, qué sé yo, bostezas sin taparte la boca. A veces, alguien te pilla: no estabas tan solo en el pasillo como creías o alguien se paró a tu lado en el semáforo. El problema es que ahora corres el riesgo de que te sorprendan con una cámara y que una de estas equivocaciones acabe dando vueltas en una red social.
Aunque puede sonar exagerado, no estamos tan lejos de ese momento. En Twitter, cualquier frase desafortunada o sacada de contexto se convierte en una excusa para arrojar la primera piedra. Y no hace falta que se trate de alguien famoso y rodeado de cámaras: recordemos a aquella joven que tuiteó que comenzaba “un trabajo de mierda” y se ganó un despido de su jefe por publicar lo que todos hemos pensado.
Según Thomas Pettitt, profesor de la Universidad de Southern Denmark, se está cerrando el paréntesis de la privacidad. Pettitt explica que la privacidad ha sido una excepción en nuestra historia. Vino asociada al disfrute de la cultura en soledad (gracias a la imprenta) y al diseño moderno de las viviendas, con habitaciones separadas. De hecho, tenía una imagen negativa antes del siglo XVII: si necesitabas estar solo, era porque tenías algo que ocultar.
Las redes sociales están recuperando esta concepción: todo lo que dices está sometido a escrutinio público. Con el agravante de que internet no olvida nada: tu archivo de tuits o de fotos en Instagram puede ser objeto de revisión en cualquier momento.
No solo hay que tener cuidado con lo que publicamos: todo el mundo lleva una cámara encima y puede grabar (y compartir) tus momentos más vergonzosos, estés o no en un estadio de fútbol. Como le pasó a Edgar. Ahora se ríe (menos mal), pero su vídeo viral fue en origen una broma pesada de su primo y un amigo, que le tiraron al agua. Lo primero fueron las burlas.
Aún estamos aprendiendo a gestionar esta frontera cada vez más difusa entre lo público y lo privado. Y, de momento, no se nos da muy bien. Ni sabemos poner barreras en lo que tuiteamos o publicamos en Facebook, ni sabemos interpretar de forma adecuada lo que otros publican. Nos cuesta conceder el beneficio de la duda y no pensamos que, a lo mejor, alguien se ha equivocado o está pasando un mal momento. Lo primero son los memes.
Löw hizo algo que estaba feo. Y lo hizo en público. Pero tampoco estaría mal que nos relajáramos todos un poco en lugar de correr a por las antorchas cada vez que vemos algo que no nos gusta. Porque muchos de los que se rieron lo hicieron tuiteando con una sola mano y rascándose con la otra.
Eso sí, hay algo seguro y quizás le sirva de consuelo a Löw: a todo el mundo le llegará el turno de verse sometido a esta inquisición moderna. Solo es cuestión de tiempo. Porque todo el mundo se equivoca. Tú también.
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