Han pasado doce años desde que se inauguró, entre la Puerta de Brandeburgo y Potsdamer Platz, pero el Memorial del Holocausto de Berlín no se ha despegado de la polémica en todo este tiempo. Es uno de los monumentos más visitados de la capital alemana y escenario permanente de selfis en todo tipo de poses, que van a parar a las redes sociales
El artista israelí radicado en Berlín Shahak Shapira pretende ridiculizar este tipo de comportamiento en su proyecto online Yolocaust. La naturaleza de esta obra, en cambio, da pie a cada espectador a interactuar con total la libertad.
Shapira selecciona fotos de turistas mostradas en sus perfiles públicos de Instagram y Facebook y en apps de citas como Tindr y Grindr. Su particular galería crea montajes con los protagonistas de esas autofotos que denuncia. Cuando se pasa el cursor sobre la instantánea original, aparecen imágenes reales de campos de exterminio de fondo.
Yolocaust se ha presentado este miércoles y, en menos de 24 horas desde su publicación en Facebook, ha superado los 8.800 compartidos y las 17.000 reacciones. Muchos medios alemanes e internacionales se han hecho eco de este proyecto.
En la mayoría de los casos, estas imágenes van acompañadas de etiquetas como Monumento al Holocausto o BerlinMemorial o se les ha añadido la localización geográfica, por lo que le ha resultado sencillo recopilarlas.
"Muchos de los que visitan el monumento cada día, se toman fotos tontas; saltan, patinan o montan en bici entre sus pilares", comenta el artista en la web del proyecto. Aunque opina como una falta de respeto estas reacciones, reconoce que "el significado exacto y el papel de este homenaje es controvertido". El autor no ha pedido permiso a las personas que aparecen en el proyecto e invita a quien no lo desee a que lo solicite por correo electrónico.
En una entrevista con la revista online alemana jetzt.de, Shahak Shapira explica la intención del proyecto: "No pretendo decir a la gente lo que tiene o no tiene que hacer, sino invitar a la reflexión. La galería quiere recordar lo sencillo que es que determinados recuerdos caigan en el olvido. Muchas personas ven el lugar como una herramienta de estilo, en vez de como un espacio para la memoria colectiva".
"Es demasiado bonito"
El Monumento del Holocausto de Berlín recibe medio millón de visitas al año. Cuando lo creó, el arquitecto Peter Eisenman tenía una idea clara en mente de lo que a él le inspiraba el recuerdo a los judíos de Europa asesinados por los nazis.
Pasear por este laberinto de 2.711 columnas de hormigón, repartidas en 19.000 metros cuadrados en pleno centro de Berlín, puede reproducir la sensación de aislamiento y falta de orientación que sufrieron las víctimas de los campos de concentración.
El arquitecto estadounidense de origen judío quiso subvertir el carácter funerario de monumentos similares, creando un lugar de silencio pero sin nombres de fallecidos, que solo se muestran en el museo subterráneo anexo a la obra. Buscaba invitar a la reflexión y también a "la esperanza para el futuro".
Así lo recogía el servicio de noticias Deutsche Welle en 2005, cuando se inauguró este espacio abierto, que no establece fronteras claras con el entorno urbano en el que se encuentra. De forma intencionada, no incluye excesivas explicaciones, por lo que el motivo original de la obra llega a pasar desapercibido para algunos visitantes espontáneos, que se comportan en ella como harían en un parque público.
Días antes, Eisenman reconocía al semanario Der Spiegel que la obra había cobrado una vida propia a la que él había concebido en un principio, lo que le resultaba un motivo de celebración. Al observar el resultado final, había encontrado nuevos significados entre las columnas de distintos tamaños: "Es asombroso ver a los visitantes desaparecer, como si se sumergieran bajo el agua".
En esa misma entrevista, antes incluso de que se expusiera a la reacción espontánea del público, el autor del monumento reconocía que el resultado final era "demasiado estético". Ante un paisaje que resulta bello, el impulso de algunos visitantes llegaría a ser el de tomar fotografías e, incluso, posar junto a él. "Es demasiado bonito. No es que quisiera que fuera feo, pero sí que no pareciera excesivamente diseñado. Deseaba lo ordinario, lo banal. Por desgracia, resulta demasiado planeado", confesaba.
Polémica permanente
Coincidiendo con el final del 60 aniversario de la Segunda Guerra Mundial y tras casi dos décadas de trabajo, la propuesta de Eisenman se inauguró generando un intenso debate. ¿Por qué se invertían 28 millones de euros del Estado alemán para rendir tributo solo a las víctimas judías, cuando los gitanos y los homosexuales también lo fueron?, se preguntaban en su día los más críticos al proyecto.
El verdadero escándalo durante esos días llegó al descubrirse que la empresa Degussa, la encargada de proteger las piezas con un líquido antigrafitis, estuvo implicada en la producción del Zyklon B, el gas con el que se ejecutaba en masa en los campos de exterminio nazis.
En pleno 2017, la obra sigue generando controversia política. Björn Höcke, miembro del partido antiinmigración Alternativa para Alemania (AfD), ha condenado esta semana el monumento. Ha lamentado que "solo a los alemanes se les ocurre colocar un recuerdo a la vergüenza en el corazón de su capital".
Sus declaraciones han provocado que Diether Dehmn, diputado del partido de izquierdas Die Linke, presente una demanda contra Höcke por incitación al odio. El político conservador se defiende ahora acusando a los medios de haber malinterpretado sus palabras, informa Reuters.
Actualización: El artista israelí ha eliminado ocho de las 12 imágenes de su polémico proyecto, a petición de los retratados.
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