Lo que un experimento económico clásico nos puede enseñar del ultimátum de Torra

El "juego del ultimátum" se lleva poniendo a prueba desde hace casi 40 años

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Quim Torra, durante la segunda jornada del Debate de Política General, en el Parlament. A la derecha, Pedro Sánchez en la Moncloa
Quim Torra, durante la segunda jornada del Debate de Política General, en el Parlament. A la derecha, Pedro Sánchez en la Moncloa.

El presidente de la Generalitat, Quim Torra, planteó este lunes un ultimátum al Gobierno de Pedro Sánchez: si en un mes no hay un acuerdo para realizar un referéndum sobre la autodeterminación, “el independentismo no podrá garantizar ningún tipo de estabilidad en el Congreso”. La portavoz del Gobierno, Isabel Celaá, rechazó de plano esta amenaza con un “este Gobierno no acepta ultimátums”.

Los ultimátums se suelen criticar como armas de negociación. Quien los lanza puede creer que es la forma adecuada de lograr una respuesta, pero se suelen interpretar como amenazas. Y ya en otros ámbitos alejados de la política y los negocios, muchos psicólogos recuerdan que recurrir a estos “todo o nada” en una relación sentimental a menudo es el preludio a una ruptura.

El juego del ultimátum

Estos planteamientos también se han estudiado en psicología y economía. Richard Thaler, Nobel de Economía en 2017, habla del “juego del ultimátum” en su libro Todo lo que he aprendido con la psicología económica. Según cuenta, este experimento fue desarrollado a principios de los 80 por un equipo liderado por el economista alemán Werner Güth. Su puesta en práctica nos enseña no solo qué consideramos una oferta justa, sino, sobre todo, cómo castigamos los comportamientos que consideramos injustos.

El planteamiento es sencillo: el participante A cuenta con 10 dólares que puede repartir con otra persona, B. Le puede ofrecer la cantidad que quiera. Si B la acepta, ambos se quedarán ese dinero, pero si B la rechaza, los dos lo perderán todo.

Desde el punto de vista de la economía clásica, todos somos agentes egoístas y racionales, lo que significa que A debería hacer la oferta más baja posible (0,50 dólares, por ejemplo) y B debería aceptar cualquier oferta que le den (al fin y al cabo, 0,50 dólares es mejor que nada).

Pero en realidad lo más habitual es ofrecer alrededor del 50%. Y la mayor parte de ofertas que no llegan al 20% (2 dólares en el ejemplo) se rechazan.Estas cifras se han mantenido constantes incluso en experimentos con cantidades más elevadas. Tiene sentido: si hay más peligro de perderlo todo, a A le conviene ofrecer una cantidad que le asegure no quedarse sin nada. Teniendo en cuenta todas las pruebas que se han hecho, Thaler explica que la mejor estrategia es ofrecer el 40% del total.

El juego del castigo

El juego del ultimátum se ha usado en multitud de experimentos, con muchas variantes. El propio equipo de Thaler le dio una vuelta con el llamado "juego del dictador", en el que A puede elegir si se queda con 18 dólares de un total de 20 o si divide la cantidad a partes iguales, sin que B pueda decir nada al respecto.

Pero al juego del dictador le sigue el juego del castigo, una segunda ronda en la que todos los participantes pueden escoger entre dos opciones:

1. Repartirse a medias 12 dólares con alguien que en el juego del dictador se quedó con 18.

2. Repartirse solo 10 con alguien que dividió los 20 dólares a partes iguales.

El 74% de los participantes prefirió repartirse el dinero con alguien “justo”, incluso aunque eso significara quedarse con un dólar menos.

¿Queremos ser justos?

Como escribe Thaler, es cierto que la oferta más común en el juego del ultimátum es la del 50%, pero eso no significa necesariamente que los participantes quieran comportarse de forma justa. En lugar de eso, podrían estar preocupados por el rechazo, por ejemplo.

Pero al economista sí le parece más claro que nos desagradan las ofertas injustas y que estamos dispuestos a sufrir una pérdida si así podemos castigar a quienes las hacen. De hecho, este interés por castigar un comportamiento que se considera abusivo incluso a costa de nuestros propios intereses se ha usado para explicar parte del voto a favor de Donald Trump y del Brexit.

Trasladar estos estudios de economía conductual al ultimátum de Torra resulta muy difícil, por supuesto, ya que no se pueden establecer equivalencias y decir, por ejemplo, que ofrecer dos euros es lo mismo que pedir un referéndum o que subir a cuatro euros sería lo mismo que pretender negociar una reforma fiscal. Pero los resultados de estos experimentos permiten apreciar que en un ultimátum solo se aceptan las ofertas que se perciben como justas y que a menudo se opta por el “nada” de un “todo o nada” aunque parezca contraproducente

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