Para muchos andaluces, una barbaridad de comer es una pechada; el calor horrible que sale del suelo y las paredes se llama flama, si se levanta una orillita es que empieza a hacer un poquito de aire y la lluvia fina es harinilla.
Si te ha dado el avenate es que te has vuelto majara o loco. Los ojos son de color celeste y no azul, a alguien delgado le decimos que está canijo y si le damos un trago a una bebida puede ser que lo llamemos buchito. Preferimos decir que un bolso es chico a que es pequeño y decimos anda ligero más que anda rápido.
Estar alinquidoi es estar alerta, un charrán es el que te hace una faena, atreverse a algo es aterminarse a hacerlo y si te dan una mascá es que te han dado un buen puñetazo. Un bujío es una infravivienda, un agujero en el que nadie querría vivir; un esqueleto es una canina. Las camisas de rayas son de listas y los chalecos tienen mangas, porque los que no las tienen se llaman chalequillos. El hijo de tu pareja puede llamarse antenado y no solo hijastro.
El regaliz es llamado orozuz, llenarse puede significar mancharse; al fuego (candela o lumbre, según las zonas) se le echa alhucema para que huela bien, la ardentía es acidez de estómago y la fregona puede llamarse, entre otros nombres, aljofifa.
Las pinzas para tender la ropa son alfileres, el tobogán se llama también resbaladera, en Cádiz el mercadillo es el piojito y el cocimiento es en Jaén la papilla de los críos. Si te incluyes en un grupo sin ser invitado es que te has encalomado y si una borrachera te hace andar de forma poco firme es que estás dando camballadas.
Ni todas estas palabras son exclusivas de Andalucía ni todas ellas son, tampoco, voces generales en todo el territorio. En general, opera para las hablas andaluzas una división no absoluta entre las provincias orientales (Málaga, Jaén, Almería, Granada) y las occidentales (Huelva, Sevilla, Córdoba, Cádiz) que hace que algunos vocablos de gran uso en una zona sean desconocidos en la otra.
En otras ocasiones hay una gran diversidad interna dentro de esas mismas dos grandes áreas, es lo esperable en una región de una gran extensión y demografía, la más poblada de España (con más de ocho millones de habitantes) y la segunda en territorio.
Ha sido también, pese a estas cifras, la variedad geográfica del español europeo más ridiculizada y denostada, y forma parte del tópico falseador el pensar que los andaluces nos pasamos la vida diciendo ozú (palabras que muchos solo hemos escuchado en las imitaciones de la tele), olé (normalmente lo que decimos es ole, con acentuación llana) y vestidos de faralaes (palabra que nadie en Andalucía emplea para referirse a ropa de gitana o flamenca).
Igualmente es tópico, aunque este fuese un tópico favorable, el pensar que es una variedad más rica o expresiva que la de otras áreas. Es el habla individual la que resulta rica o pobre según cuántos sinónimos y términos específicos maneje. No puede negarse cierto gusto, eso sí, por el golpe verbal ingenioso e irónico, pero ello no tiene por qué implicar un léxico distintivo. No es la lengua, sino el uso que se le da:
Sí, hombre, con reflejo del heheo o pronunciación aspirada de la ese como respuesta irónica al prometedor anuncio de una autoescuela sevillana / LPR
A otra escala, Andalucía reproduce la misma situación que la propia lengua española: una constatable diversidad de vocabulario que no impide el entendimiento de los hablantes. El vocabulario fundamental y básico, el que usamos cada día, puede introducir alguna de estas palabras contrastivas con el español general, pero ello, obviamente, no impide la comunicación con hispanohablantes de otras áreas.
Es la misma situación que encontraríamos si pusiéramos la lupa en cualquier otra zona concreta de la superficie hispanohablante. Cada una de ellas, con todo, mostraría una fisonomía léxica distinta: la del español de Andalucía viene determinada por su historia y posición geográfica.
Huella histórica
Históricamente, las diferencias del español de Andalucía con respecto al de otras zonas se empiezan a gestar tras la salida de los árabes de su territorio, entre los siglos XIII y XV. Es en esa etapa cuando llega el castellano al territorio meridional y, junto con él, otras lenguas hijas del latín que han dejado su huella léxica en Andalucía: en el oeste hay bastantes leonesismos que vinieron con la bajada de población asturiana, leonesa o extremeña durante la Edad Media; en el este el elemento más distintivo es el léxico venido del aragonés, el murciano y del catalán.
Sobre este fondo romance hay rasgos particulares en algunas áreas, como portuguesismos en Huelva o el particular léxico inglés que hay en el llanito de Gibraltar. En general, cuando dos lenguas se ponen en contacto a través de un grupo de hablantes, es el vocabulario el terreno más afectado, por eso hay muchos arabismos léxicos en el español general y también en el español de Andalucía, aunque, pese al tópico, no son muchos más los arabismos andaluces que los preservados en otras zonas.
La historia trae una herencia pero cada presente la modifica a su manera. En la actualidad, sobre el vocabulario andaluz distintivo y propio se proyecta la sombra de la globalización léxica. Es un fenómeno que se advierte, en general, para muchas de las lenguas actuales: pierden mucho léxico dialectal en favor del estándar, que llega por los medios, la publicidad y la escolarización.
El proceso puede ser más o menos inconsciente: aunque en las casas andaluzas se cocinen alcauciles y papas, estas voces se van reemplazando por alcachofas y patatas; lo mismo ocurrirá con la lluvia fina o harinilla, sustituida progresivamente por un chirimiri que el español tomó del vascuence; lo que se compra en las tiendas es colonia de lavanda y pocos relacionarán ese nombre con la alhucema.
Algunas palabras se mantienen porque están adheridas a un lema: el mas aunque del manque pierda que está en el lema del Betis es una vieja conjunción medieval que se ha mantenido en Andalucía fundamentalmente por el reclamo futbolístico. Con esto termino, que no quiero resultar jartible.
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