Si curioseas entre tus libros, es probable que recuerdes que esa novela te la regaló tu mejor amigo. O que compraste ese otro libro de relatos durante unas vacaciones y comenzaste a leerlo en una cafetería. Pero también puede que no recuerdes ni una sola palabra del contenido. Incluso sabemos de personas (no señalaremos a nadie) que han comenzado un libro y no se han dado cuenta de que ya lo habían leído hasta llegar a un fragmento subrayado. También es posible que la misma persona haya comprado el mismo libro de Dan Ariely dos veces.
Es normal que olvidemos gran parte de los que leemos. De hecho, es hasta necesario (y no solo para que Dan Ariely gane dinero): para recordar mejor y no vernos abrumados por miles de datos irrelevantes, tenemos que olvidar mucho. Aunque nos dé la impresión de que olvidamos de más.
Estos son algunos de los factores que influyen en que no recordemos muchas de las páginas que hemos leído. Que también son los motivos por los que no podemos olvidar algunas de ellas:
1. Las emociones. “Las emociones contribuyen a formar memorias robustas y duraderas”, tanto las positivas como las negativas, explica Ignacio Morgado, director del Instituto de Neurociencias de la Universidad Autónoma de Barcelona y autor de Deseo y placer: La ciencia de las motivaciones. Si el libro (o la película, o la serie) no tuvo impacto emocional, es más fácil que lo olvidemos.
A veces recordamos que ese libro nos lo regaló alguien en concreto o que lo leímos durante unas vacaciones precisamente porque esos son los recuerdos en los que hay vínculo emocional, explica a Verne Raquel Rodríguez Fernández, profesora de Psicología en la UNED. Y a lo mejor el contenido no nos aportó lo mismo. Aun así, Morgado explica que el contexto también puede ayudarnos a recordar mejor.
Aquí no hay diferencia entre ficción y no ficción. Nos puede parecer que en una novela o en un libro de poemas hay un contenido emocional más alto, pero al final depende del lector. Es posible que a alguien los novelones llenos de intrigas le dejen igual, pero disfrute apasionadamente de libros de historia o de tratados de química. O de todo, por supuesto.
2. La atención. Aparte de las emociones, nuestra actitud y nuestra atención son importantes: “No es lo mismo leer para aprender, que leer de una forma más pasiva”, explica Rodríguez. Cuando leemos en nuestro tiempo libre “no estamos trabajando la información, repasándola, haciendo esquemas…”.
No hay ninguna necesidad de ponerse a estudiar novelas: leemos en gran medida para disfrutar de la propia lectura y no para aprendernos el Quijote de memoria. Y aunque olvidemos tramas y argumentos, acabamos integrando parte de ese conocimiento: como sugiere la neurocientífica Maryanne Wolf, recordamos más de lo que nos parece, aunque no sea palabra por palabra. Pero esto explica por qué, por ejemplo, es más fácil recordar los libros que comentamos con amigos, en un club de lectura o en Goodreads.
Rodríguez añade otro factor: cuando estamos estresados la memoria falla. A veces leemos para relajarnos cuando estamos, por ejemplo, agobiados por el trabajo. Es probable que recordemos peor el argumento de esos libros que los que leemos en la playa.
3. Mejor poco a poco. “El aprendizaje distribuido es mucho más poderoso que el intensivo”, explica Morgado. Si queremos recordar los libros, es mejor leer media hora cada día durante una semana, que tres horas y media del tirón. Otra cosa es que no queramos (o no podamos) soltar la novela, claro. Coincide Rodríguez, que añade que esto ocurre con todo el aprendizaje: es mejor ir cuatro días a la semana a clases de inglés que solo un día, aunque hagamos el mismo número de horas.
Las pausas ayudan consolidar los recuerdos, sobre todo si además dormimos bien por las noches (lo que es más fácil durante las vacaciones). No solo eso: cuando retomamos el libro también reforzamos los recuerdos previos. Morgado cuenta que durante el confinamiento ha aprovechado para ir leyendo La guerra de Vietnam, de Max Hastings. En lugar de leerse las 800 páginas en cuatro días, ha ido leyendo poco a poco: “Ahora te podría explicar muchísimas cosas del libro. Pero si lo hubiera leído entero durante un puente, recordaría menos”. Aun así y por mucha pausa que haga, Morgado no logrará aprenderse el libro de memoria con una lectura.
4. No lo vamos a recordar todo. Morgado menciona un cuento que muchos lectores también conocerán: Funes el memorioso, de Jorge Luis Borges. En el relato, que no cito de memoria, Funes lo recuerda absolutamente todo: “Sabía las formas de las nubes australes del amanecer del 30 de abril de 1882 y podía compararlas en el recuerdo con las vetas de un libro en pasta española que solo había mirado una vez”. Pero eso no le servía de mucho, añade Borges: “Sospecho, sin embargo, que no era capaz de pensar. Pensar es olvidar diferencias, es generalizar, abstraer. En el abarrotado mundo de Funes no había sino detalles, casi inmediatos”.
Para pensar, para aprender y, también, para recordar, necesitamos olvidar: “El cerebro tiene mecanismos para impedir que se formen memorias irrelevantes”, explica Morgado. El objetivo es evitar que “el contenido que sí nos importa quede sumergido en una maraña de memorias”. Es decir, no solo vamos a olvidar gran parte de lo que leemos, sino que además necesitamos que el cerebro vaya podando los recuerdos que pueden no ser importantes. Uno de los criterios es el uso, como recuerda Rodríguez: “Lo que no estamos usando, se olvida”. ¿Por qué íbamos a recordar la trama de una novela en la que no habíamos vuelto a pensar desde que la leímos hace tres o cuatro años?
5. Y no lo recordaremos para siempre. Por mucho que nos haya impactado un libro, acabaremos olvidando parte. Incluso puede que casi todo. Y, además, lo recordaremos diferente. Raquel Rodríguez, de la UNED, apunta que no siempre lo vamos a olvidar todo, ni mucho menos, y pone como ejemplo a gente que puede recitar de memoria poemas que aprendió de niño. Pero la memoria, explica, no es como una grabadora: “Los recuerdos se modifican, se maquillan…”.
No es lo mismo una memoria implícita, como aprender a montar en bicicleta, que una explícita, que hace referencia a contenidos complejos. Cuando se trata de algo que nos ocurrió o que leímos, “lo cambiamos cada vez que lo recordamos”, explica Morgado, que incide en que los recuerdos cambian con el tiempo. Cada vez que pensamos en un libro, reconstruimos ese recuerdo.
Y vuelven a intervenir las emociones. Por ejemplo, es habitual salir mejor parados en nuestra memoria que en la realidad. “El recuerdo siempre es una actividad mental interesada”, explica Morgado, y podemos llegar al punto de “construir recuerdos que no existieron”. Y así a veces pasa que mezclamos libros, exageramos pasajes o inventamos finales.
La parte buena de todo esto es que podemos releer mucho: no solo habremos olvidado gran parte del contenido, sino que además el efecto que tendrá el libro en nosotros puede ser diferente en una segunda lectura. Porque, como dice Morgado, “nuestra manera de ver la vida también habrá cambiado”. A lo mejor ya no subrayaríamos ese párrafo. O no nos caerá igual de bien ese personaje. O puede que el libro nos guste tanto de nuevo que acabemos deseando volver a olvidarlo para leerlo una vez más.
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