“Conocí a mi mujer gracias a esa foto -explica Jeff Widener, el autor de El hombre del tanque, símbolo de las protestas de la plaza de Tiananmen en 1989 y candidata al premio Pulitzer-. La BBC me llevó en secreto a Pekín para grabar una entrevista sobre los incidentes de Tiananmen 20 años después. Decidí alojarme en el mismo hotel que en 1989. Todo estaba más o menos igual que entonces, incluyendo las mismas sillas de bambú en el bar y con la excepción de los agujeros de bala de las ventanas. Antes de la entrevista, di un paseo sentimental hasta la plaza, donde me fijé en una rubia de ojos azules, muy guapa y me puse a hablar con ella. Era Corinna, una maestra alemana que estaba viajando de mochilera".
Durante la conversación, “intenté impresionarla. ¿Recuerdas la foto del tanque? Es mía. Me miró con cara de no saber si creerme, pero llevaba encima una revista con algunas de las fotos que estaba haciendo sobre Hawai”. Después de comer juntos, quedaron al día siguiente en una parada de metro, pero Widener se confundió de salida. Los dos estuvieron esperando inútilmente alrededor de una hora.
El fotógrafo no tenía el contacto de la maestra. “El equipo de la BBC se dedicó a buscar información por internet para encontrarla, y conseguí enviarle un mensaje de texto y quedar con ella esa noche en el hotel, donde ya había quedado para cenar y charlar en secreto con los corresponsales extranjeros en Pekín. A a los veinte minutos les di las gracias a todos y les dije que tenía que irme”. Widener acabó mudándose a Hamburgo, Alemania, donde se casaron hace cuatro años.
Cuando tomó la foto del hombre del tanque, el 5 de junio de 1989, Widener no imaginaba que le iba a deber “una de las mayores alegrías de mi vida. Si alguien me hubiera dicho entonces, en esas calles ensangrentadas y con toda esa muerte alrededor, que volvería 20 años después y conocería a mi mujer, pensaría que ese alguien estaba loco o que necesitaba otro whisky. Siempre digo que el destino tiene un extraño sentido del humor: nunca sabes qué va pasar”.
Tampoco sospechaba que la imagen iba a generar una atención que crece con el tiempo. De hecho, el jueves estaba en Madrid para hablar sobre creatividad en la V Edición de Mentes Brillantes y, como es natural, se le presentaba como el autor de la fotografía más conocida de las revueltas de Tiananmen. “Creía que la gente se iba a olvidar de ella con los años, pero me da la impresión de que cada vez me quieren hacer más entrevistas”. Y recuerda, sonriendo, cómo un día recibió diez ejemplares de un libro titulado Tank Man, escrito a base de declaraciones suyas: “¡Era mi libro! ¡Se lo había dado gratis!”.
En 1989, Widener sólo sabía que tenía una buena foto, aunque la consiguió por poco. “La noche anterior me habían golpeado en la cabeza con una piedra y tenía una conmoción. No sabía muy bien qué estaba haciendo. De hecho, estaba a punto de sacar la la foto desde el hotel, con los tanques por la calle, cuando vi al hombre poniéndose en medio. Estaba con un estudiante universitario que me ayudaba, Kirk Martsen, y le dije: ‘¡Ese tipo me va a arruinar la composición!’. Kirk comenzó a gritar que lo iban a matar y yo me limité a esperar. Pero no lo hicieron”. Tomó tres fotos: “Calculé mal la sensibilidad de la película y la velocidad de apertura era demasiado lenta, por lo que pensé que no saldría ninguna. Pero ocurrió un milagro y una de ellas era buena”.
Fue muy difícil sacarla del país. “Le pedí a Kirk que se metiera los carretes en su ropa interior y los llevara a las oficinas de Associated Press. Pero se perdió, porque fue por un callejón para evitar los tiroteos: estaban disparando y matando a gente de forma aleatoria. De hecho, Kirk me contó que habían matado a un turista en el lobby del hotel diez minutos antes de que yo llegara. Se tuvo que esconder detrás de un taxi”.
Hoy en día, todo el mundo lleva una cámara en el móvil y el móvil en el bolsillo, por lo que podría parecer que, de ocurrir hoy, habría más fotos aparte de la de Widener, de las otras cuatro que capturan ese momento y del vídeo de la CNN. Pero el fotógrafo recuerda que él tuvo que usar un teleobjetivo: "Podría haber algunas fotos desde la calle y otras desde el hotel, pero los tanques estabas tan lejos que parecerían hormigas”. También apunta que cada una de las imágenes de ese momento “tiene su propia personalidad. La mía tiene un aire que recuerda a Gandhi y al pacifismo, mientras que, por ejemplo, la de Stuart Franklin es más agresiva y desafiante”.
A Widener no le preocupa el periodismo ciudadano: “No hay nada malo con eso. Ahora somos capaces de capturar momentos históricos dramáticos porque siempre y en cualquier parte hay alguien que tiene una cámara”. Le da la impresión de que el miedo de muchos periodistas es el de no conseguir que les den una corresponsalía en el extranjero: “Si hay un tipo sacando fotos con su móvil de un accidente de avión en Pakistán, van a usar su foto y no te van a enviar a ti”.
Eso sí, “hay que contrastar todo ese periodismo ciudadano, lo que significa que los medios han de contratar al menos a editores para verificar la información”. Esto es fundamental: “Podrías comenzar una guerra si publicas la información equivocada. Literalmente”.
De lo que no cabe duda es que internet amplifica la atención que reciben las historias. “Lo que ocurre, por ejemplo, en una pequeña ciudad de Indiana, se puede leer en todo el mundo si es una buena historia. Y una buena foto se puede volver viral”. De hecho, coincide en que la imagen de Tiananmen se hubiera propagado incluso más deprisa hoy en día gracias a internet y las redes sociales.
A Widener le resulta muy difícil decir qué ha de tener una foto para convertirse en icónica. “Algunas imágenes son muy poderosas, emiten un mensaje inmediato y se reconocen en seguida como importantes. Pero no son frecuentes. Aunque hoy en día tomamos muchas fotos, sigue siendo difícil encontrar estos momentos. Ha de haber ingredientes especiales para lograrlo y es difícil identificarlos hasta que los ves”. No hay fórmula mágica, “pero el hecho de que China siga oprimiendo a su pueblo es uno de los factores que sigue alimentando el fenómeno del hombre del tanque”.
De hecho, se trata de una foto que muchos chinos aún no conocen. “Incluso en América. Di una conferencia en una universidad y al acabar, una estudiante china se me acercó y me dio las gracias por mostrarle esas fotos porque no sabía que eso había pasado. Me sorprendió porque ella ya vivía en Estados Unidos”. Es más, no hay que olvidar que aún no sabemos lo que le pasó a ese hombre y que los ciudadanos chinos han intentado burlar (y burlarse de) la censura llegando el año pasado a reemplazar los tanques por patos de baño en esa misma imagen para poder compartirla, al menos unas horas, en sus redes sociales.
Chinese netizens 1, Chinese censors 0. #June4 #May35 pic.twitter.com/QHmT2pWfo7
— Richard Buangan (@RichardBuangan) June 3, 2013
Eso sí, cada vez que habla con alguien de China, Widener menciona la foto “y a veces se hacen selfies conmigo”. Incluso recuerda uno que se hizo en Atlanta con representantes de Xinhua, la agencia de prensa gubernamental china.
Widener se considera sobre todo un observador: "A veces incluso puedo adivinar qué hace alguien para ganarse la vida con sólo mirarle”. Por eso le gusta la fotografía de calle y le molesta que algunos pidan un mayor control, incluso permiso, para fotografiar a gente en un espacio público. Y no entiende que algunos se enfaden, asumiendo y esperando siempre lo peor: “Si no fotografiamos quiénes somos, las generaciones futuras no sabrán cómo somos y esto es una locura”.
Esto le irrita especialmente cuando recuerda que “todo el mundo comparte en redes sociales su vida privada, incluyendo los detalles más íntimos”. No es de extrañar que Widener no esté en estas redes: “No tengo Facebook, no tengo Twitter, no tengo Instagram… Sólo me tengo a mí. No tengo tiempo con tantos proyectos en marcha”.
Eso sí, la foto del hombre del tanque le ayuda a explicar quién es y qué trabajo hace. De hecho, la lleva en su tarjeta de visita. “Cuando ven esta foto, ya no tienen problemas en que les fotografíe”. Se trata de “una tarjeta que abre muchas puertas. Me resultó extraño al principio, creía que sería algo raro. Pero si sientes pasión como fotógrafo, harás cualquier cosa para conseguir la foto. Y si El hombre del tanque me ayuda, la voy a usar, porque 48 años después de coger una cámara por primera vez, aún amo la búsqueda del momento decisivo, como decía Cartier-Bresson”.
Ser el autor de una foto tan emblemática también tiene algunos inconvenientes: “Es posible que en algunos mercados de arte se opine algo así como: ‘Sí, tomó esta gran foto, pero eso no significa que todo su trabajo sea bueno’. Sé que algunos fotógrafos lo piensan”. Widener admite que quiere ser reconocido por los críticos. “Quizás me viene de la infancia, cuando me sentía como Charlie Brown y tenía la sensación de que no era lo suficientemente bueno”.
De todas formas, si puedes poner algo que has hecho en tu tarjeta de visita, seguro que no se te está dando mal del todo.
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