Desde hace algunos años un extraño silencio recorre el transporte público, los restaurantes, las terrazas y las salas de espera. No suena la canción del verano, pero tampoco Para Elisa o alguna de las sinfonías de Beethoven. Los móviles están silenciados o en modo vibrador. Y cuando suenan, las reacciones no son de curiosidad ni se suceden contoneos al ritmo de la melodía. Se producen miradas de escarnio mudo. Como si quisieran decir: "No por favor, otra vez no. Ahora que lo habíamos conseguido...".
El declive del politono comenzó en 2007, o así lo anunció The New York Times. El suculento imperio del mensaje de texto a más de un euro se desmenuzaba a la misma velocidad que los datos móviles y el bluetooth transmitían esas mismas canciones gratis. La estocada final la dio un año después la Comisión Europea con una investigación en la que señalaba que el 80% de las webs que ofrecían este tipo de servicios infringían las normas sobre protección a los consumidores por publicidad engañosa o cobros indebidos. El peso de la ley, provocó la resurrección de los tonos por defecto. Y como en los armarios, la tendencia vintage se impuso: volvía el ring ring de teléfono de los noventa.
Ante el desconcierto que compartir melodía provoca en estos tiempos en los que el móvil no es un lujo, sino una necesidad en forma de apéndice, el silencio se estableció. Hasta tal punto que existen maneras de customizarlo. Aunque este tipo de notificaciones las patentó Nokia ya en 1995, la tecnología ha conseguido que ahora las vibraciones digan cosas de sus propietarios. Es decir, te informan de manera distinta si recibes un WhatsApp, un email, una llamada, la última actualización de una aplicación. Sin ruidos, con la única perturbación de un movimiento en la pernera que puede desembocar en un respingo de felicidad o enfado (dependiendo del remitente).
Los diseñadores también de Apple Watch han escuchado la súplica silente de sus usuarios y han apostado por la tecnología háptica. El reloj inteligente no grita la hora, libera sutiles movimientos en la muñeca o en palabras de los creadores: "una experiencia sofisticada que se coordina con tus sentidos".
Ingeniería dialéctica aparte, la tendencia se apuntala. Hasta parece que los propios millennials son defensores de esta política del mutismo tecnológico, según se recoge en un hilo de Quora. Estos jóvenes amantes del selfi, cuyo mantra es el verbo compartir, prefieren que un código de luces de colores les avise de sus me gusta, antes de llamar la atención con silbiditos y píos. Entre sus filas, aun queda algún despistado empeñado en usar los altavoces de su teléfono para compartir con el mundo su pasión por el reguetón.
La vibración y el silencio te benefician a ti, a mí, a los ciudadanos con los que te cruzas a diario, a los asistentes a un concierto de la Filarmónica de Berlín, a las fuerzas de seguridad y los servicios de emergencia cuando se produce una catástrofe, incluso a Dios.
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