Aún hoy día hay que tener muy presente -recordemos los sucesos que protagonizó el fugaz concejal de cultura de Ahora Madrid Guillermo Zapata- que hay cosas con las que no se bromea. Por encima de todo, y a pesar de las décadas transcurridas, con el Holocausto.
Pero el hecho de que aquella monumental tragedia se ha convertido en drama pop también es indiscutible. La cultura popular vuelve una y otra vez a abordar las atrocidades que sucedieron en los campos de concentración (de las duchas de gas a la idea de hacer jabón con grasa humana). Así que no es raro que sea la temática de una de las películas más oscuras de la historia, aunque la protagonizara uno de los humoristas más blancos, inofensivos y populares: Jerry Lewis (El Ceniciento, El profesor chiflado, Lío en los grandes almacenes, El botones)
Hace pocos días, el diario LA Times anunciaba que la misteriosa producción The day the clown cried (El día que el payaso lloró), la historia de un payaso que hacía reír a niños judíos mientras estos eran conducidos a las cámaras de gas en Auschwitz, había sido donada por el propio director e intérprete a la Biblioteca del Congreso estadounidense para garantizar su conservación. Toda una novedad, teniendo en cuenta que Lewis había asegurado que esa película nunca se vería, y que de hecho se había asegurado que tras su muerte nadie tuviera acceso a ella.
Parece que esa última cláusula se ha matizado con el paso de los años: la Biblioteca del Congreso se ha comprometido por contrato a no mostrar el film hasta dentro de diez años, y limitarse a archivarlo. El deteriorado estado de salud de Lewis en la actualidad, cuando el actor cuenta con 89 años, hace pensar que para entonces le importará bien poco lo que se opine de The day the clown cried, una de las películas no estrenadas más famosas de todos los tiempos.
¿Qué puede fallar en una comedia sobre un campo de concentración? El argumento original de The day the clown cried, rodada en 1972 según un guion de Charles Denton y Joan O'Brian, es el siguiente: un payaso fracasado durante la Alemania nazi es fuente de continuos conflictos con sus compañeros del circo porque es un cómico horrible. Frustrado por su nula aceptación entre sus compañeros se emborracha y echa la culpa de todos sus males a Hitler y los nazis, motivo por el que es retenido como preso político. Allí descubre por accidente que puede hacer reir a los niños judíos condenados a muerte y encuentra un nuevo sentido a su vida haciendo que los pobres desgraciados se olviden de sus problemas. ¿Te resulta familiar? Claro que sí: te suena a La vida es bella, la oscarizada película de Roberto Begnini aclamada por crítica y público en 1997.
Hay un matiz distinto en su argumento, sin embargo: Begnini plantea el humor como una forma de escapar de la realidad, con un padre que hace reír a su hijo para que no se de cuenta de que está en un campo de concentración. El punto de vista de Lewis es infinitamente más áspero, como se puede deducir del único material de la película que ha visto la luz pública, aparecido en un documental alemán.
"Salvajemente fuera de lugar"
¿Cuál es el problema entonces? ¿Por qué la película no fue igualmente aclamada? ¿Por qué El día que el payaso lloró fue condenada al ostracismo por el propio Lewis? Harry Shearer, experto en Lewis y uno de los pocos afortunados que han llegado a ver la película casi acabada (nunca lo estuvo del todo por cuestiones financieras que impidieron finalizar el rodaje), afirma que “era un objeto perfecto. Esta película es tan drásticamente errónea, está tan equivocada, su espíritu y su humor están tan salvajemente fuera de lugar que nadie podría, ni en una fantasía de lo que podría ser idealmente, mejorarla. 'Oh, dios mío' es todo lo que puedes decir después de verla”.
En declaraciones que hicieron para la revista Spy, los guionistas elaboraron su propia teoría sobre por qué la película de Lewis fallaba estrepitosamente: es una película de Jerry Lewis. En el guion que ellos escribieron, el payaso era una persona detestable, un gusano egomaniaco que incluso al final, cuando decide hacer reír a los niños que van camino de las duchas de gas, el espectador no puede estar seguro de si lo hace por compasión o porque sigue siendo un sujeto vanidoso que se ve al fin realizado como payaso con esos niños condenados. Lewis, sin embargo, reescribió el guion para convertir a ese payaso miserable en uno de sus idiotas encantadores, lo que, según quienes han visto la película, pervierte por completo la idea original: el payaso del guion original no tiene gracia, aunque consiga hacer reír a los niños.
Helmut Doork, que así se llamaba el personaje interpretado por Lewis, resulta gracioso a los niños y (teóricamente) al espectador, en un entorno absolutamente terrible. Lewis refrenda este enfoque erróneo en su autobiografía de 1982 Jerry Lewis in person: “Pensé que la película sería una forma de mostrar que no debemos desfallecer y rendirnos ante la oscuridad”. Pero el guion original lo que relataba era, precisamente, la desesperanzada odisea de alguien que ya habita en esa zona oscura. El resultado, al parecer y según afirman los escasos espectadores agraciados con una fugaz proyección privada de The day de clown cried, es descorazonador, inquietante e involuntariamente perverso.
La película de Lewis, además, arrastra esa especie de aliento gafe que tienen las grandes obras malditas. El propio Lewis no estaba convencido de que fuera buena idea interpretar al payaso protagonista, pero en 1971 el productor Nathan Wachsberger le convenció de que había nacido para dar vida a Helmut, protagonista de un guion escrito diez años antes y en el que se habían interesado actores tan populares como Dick Van Dyke (Mary Poppins). Cuando Lewis leyó finalmente lo que le ofrecía Wachsberger, recuerda en Jerry Lewis in person, pensó “Qué horror... esto debe ser contado”.
Lewis adelgazó quince kilos para dar vida a Doork y se dispuso a rodar en Suiza con Harriet Andersson, que había trabajado nada menos que con Ingmar Bergman. Algo desastroso debía respirarse en el ambiente, porque el segundo día de rodaje Wachsberger se fue del plató sin mediar palabra y cortó el grifo financiero. Lewis la terminó a duras penas con sus propios ahorros. Más adelante se descubriría que productor y estrella estaban trabajando con unos derechos por el guion caducados.
La salud de Lewis, ya delicada por entonces, empeoró notablemente, y su adicción al calmante Percodan se agravó. Siguieron saliendo a la luz irregularidades económicas, deudas con los guionistas y agujeros financieros que alcanzaban los seiscientos mil dólares. Un desastre que empeoró aún más cuando Lewis decidió buscar financiación para terminarla proyectando una copia de trabajo a distintas personalidades de la industria y recibió opiniones unánimemente negativas. Del infierno que supuso ese rodaje quedaron pocas imágenes, como las rescatadas en este vídeo de YouTube.
Hace un par de años, Lewis tuvo la oportunidad de dejar muy claro, en un encuentro con un grupo de aficionados, qué pensaba de la película. Le preguntaron si alguna vez tendríamos oportunidad de ver la película. Su respuesta fue categórica: no. Es una película que le había avergonzado, dijo, “y agradezco tener el poder para contenerla y no permitir que nadie la vea nunca. Era mala, mala, mala. Pudo ser maravillosa, pero la fastidié”.
Por suerte, el sentido común se ha impuesto. La labor archivista de la Biblioteca del Congreso posiblemente ha ablandado el hasta ahora durísimo corazón de Jerry Lewis, y alguien le ha convencido de que ninguna película debería permanecer en la oscuridad indefinidamente. Ni siquiera una mala, mala, mala.
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