No importa de dónde seas: tú hablas un dialecto. Todos hablamos dialecto: yo hablo dialecto; la presentadora de los informativos, al terminar su locución, habla un dialecto; el mejor de los escritores y el más cutre de ellos hablan un dialecto. Incluso si no eres hablante de español, sino un simpático guiri que está aprendiendo la lengua cervantina: hablas un dialecto de la lengua que tengas como idioma materno.
Puede haber reacciones adversas a una idea así: al fin y al cabo la noción de dialecto en la mentalidad común está asociada a un estilo de habla inferior, minoritario, sin refrendo oficial. Cierto es que la palabra dialecto está teñida de connotación negativa; de hecho, es eso precisamente lo que explica que en documentos oficiales haya sido sustituida por otras más neutras como “variedad” o “modalidad lingüística”. Pero en el lenguaje de los especialistas un dialecto es, simplemente y sin ninguna carga prejuiciosa, un término que se emplea para designar a una variedad de lengua que es compartida por una comunidad; un dialecto es la forma que tenemos de hablar una lengua.
Toda lengua, pues, se materializa a través de dialectos y estos no se asocian solo a un territorio concreto: hablamos el dialecto de nuestra zona, con los rasgos socioculturales que nos da nuestro nivel de formación, con el vocabulario jergal que posiblemente nos da la profesión concreta que ejercemos.
Muchos dialectos, ¿verdad? Pues todos ellos son correctos (o incorrectos) según se adecuen a la situación en que utilicemos la lengua. Técnicamente, los lingüistas hablamos del geolecto (dialecto de tu zona), sociolecto (dialecto relacionado con tu nivel educativo) o tecnolecto (dialecto profesional) y los estudiamos en una disciplina llamada “Dialectología”. En ella se consideran dialectos de amplia geografía como el español de Andalucía y de América, tan emparentados entre sí, el dialecto extremeño o el manchego; también tienen cabida las variedades de zonas bilingües, como el español de Cataluña o el del País Vasco. Junto con ellos, los dialectos sociales también encuentran consideración dentro de esta disciplina.
Hay también una especie de dialecto no marcado al que tienden todos los hablantes, que se considera prestigioso, se enseña escolarmente y se usa de forma oficial: es la variedad o dialecto estándar (del que hablamos en este otro artículo), pero este no es materno de nadie, aunque todos lo conozcamos. Tampoco ese estándar es estable ni homogéneo: en el propio español, hay distintos estándares según las zonas, y dialectos que se acercan o alejan más de esas formas prestigiosas.
Cuando la gente vivía normalmente en el mismo pueblo donde había nacido, cuando no había medios de comunicación ni acceso general a la educación, en esa época en que los transportes no eran tan efectivos como los de ahora, las diferencias dialectales de una zona a otra eran muy acusadas. Un símbolo de esa heterogeneidad era la observación de los nombres que se daban al aguijón de las avispas: solo atendiendo al español peninsular aparecían palabras como guizque, fizón, rejo, puyón y varias más. Lo mismo ocurriría si preguntásemos el nombre que damos al juego infantil que en estándar se llama rayuela (dialectalmente teje, michi, luche, avión...) o a otras realidades como el regaliz o la peonza.
¿Cuántas de esas palabras estará vivas ahora? Posiblemente muchas se han perdido en favor de la variante estándar. Desde mediados del siglo XX, la movilidad geográfica y social y la exposición a la lengua general en las aulas y los medios ha hecho que se pierdan o maticen algunos rasgos muy contrastivos de determinados dialectos del español.
Con todo, y pese a esta cierta tendencia a la estandarización, los 480 millones de personas que hablan español como lengua materna no hablan (afortunadamente) un mismo dialecto, una misma variedad. Diferentes proyectos de investigación (como los atlas lingüísticos o los corpus sonoros) llevan años encargándose de recoger, describir e investigar estas distintas variedades territoriales del español. Y ahora, todos sus datos se han puesto en juego para lanzar una aplicación llamada Dialectos del español.
La aplicación es novedosa para el español pero no para el ancho mar de las herramientas informáticas. Aplicaciones como English dialects o Grüezi, Moin, Servus para el inglés y el alemán, respectivamente, han funcionado como precedentes. La aplicación para el español ha sido diseñada por los profesores Miriam Bouzouita (Universidad de Gante), Mónica Castillo Lluch (Universidad de Lausana) y Enrique Pato (Universidad de Montreal). Está disponible en web y como aplicación para dispositivos con Android y ha sido lanzada hace unas semanas.
La aplicación plantea un juego de preguntas, veintiséis en total, donde solo hay que marcar la respuesta que espontáneamente refleja nuestra forma propia de hablar. Si a un perro pequeño lo llamas perrito, perrete, perruco, perrillo, perrín o perrino, el diminutivo que elijas está empezando a adscribirte como hablante de una zona. Ese rasgo irá cruzándose con otras elecciones hasta tratar de hacerte tu perfil dialectal.
Otros rasgos por los que pregunta la aplicación tienen que ver con tu forma de atender el teléfono (¿dices aló, dígame, bueno, sí o a ver?), tus preferencias entre habían muchos estudiantes o había muchos estudiantes (la pluralización de haber, no estándar, es común en América y Cataluña). Si dices que el libro le tienes en casa, ese leísmo de cosa está apuntando a una zona del mundo hispánico; si rechazas algo señalando que no quieres más nada o nada más, si coges la sartén o el sartén por el mango y sueñas que con que si tendrías dinero, dejarías de trabajar, estás marcándote dialectalmente como propio de zonas concretas del área hispana.
Al final del juego de preguntas que se plantea, la aplicación se atreverá a decirte de dónde eres atendiendo a tu lengua a través de las respuestas que has dado. La dificultad que debe superar este programa, con todo, es que ya no somos hablantes íntegramente dialectales, esto es, que todos sabemos qué significa la palabra guisante aunque dialectalmente los llamemos vainas, gandules, arvejas o petipuás. Un logro de la aplicación es que atiende a todo aquello que no se incluye en lo que popularmente llamamos “acento”. Normalmente, la forma de pronunciar una variedad o dialecto es el primer elemento que oralmente identificamos para decir que alguien tiene acento de una zona. Nos resultan muy fácilmente reconocibles acentos del español como el andaluz, el gallego, el argentino o el catalán, pero la diferencia de acento solo se hace diferencia dialectal si se ve acompañada de características léxicas o sintácticas, que son las que se estudian en esta aplicación.
Con todo, la aplicación muestra el interés creciente que nos despiertan las lenguas, los modos de hablar y de escribir, las palabras con que materializamos nuestro pensamiento, ese dialecto que con sus diferencias de hablante a hablante nos permite entender este texto que ahora acaba. Y tú, ¿qué dialecto hablas?
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