Ya han pasado tres meses desde que Petra Laszlo, una reportera húngara, le puso una zancadilla y cambió para siempre la vida de Osama Abdul Mohsen, un refugiado sirio que huía de los horrores de la guerra con su hijo en brazos. Aquel momento fue difundido en medios de comunicación de todo el mundo y se convirtió en una de las imágenes de la crisis de los refugiados más virales de este año.
Osama ahora vive en Getafe gracias a una escuela de fútbol, Cenafe, que lo trajo al saber que era entrenador. Después de su largo periplo, su piso en una céntrica calle getafense ya respira cotidianidad: su hijo Zaid, de 7 años, mira dibujos animados en la televisión, se puede ver a través de la ventana a un trabajador que hace reparaciones en el patio de vecinos y él nos cuenta cómo es un día cualquiera en su nueva vida:
"Por la mañana acompaño a mi hijo al colegio y luego voy a Cenafe para recibir clases de entrenador. Por las tardes vuelvo a Cenafe, pero esta vez para ocupar mi nuevo puesto de trabajo: busco alumnos árabes para que vengan a estudiar a la escuela".
Aunque estas actividades podrían parecerlo, no puede decirse que la vida de Osama sea monótona. Entre los muebles de madera oscura, esos que junto a la vajilla de porcelana están presentes en casi todos los pisos que se alquilan amueblados, brilla una placa con la siguiente inscripción: "1º Premio Europeo - anno 2015 - Rinaldo Bontempi e Maurizio Laudi - Torino, 24 novembre 2015".
Efectivamente, Osama se ha convertido en un símbolo e incluso ha recibido un premio deportivo en Turín. En los últimos meses ha viajado a otros países para conceder entrevistas o recoger reconocimientos, como en la República Checa o en Austria.
Austria fue precisamente uno de los países que Osama y su hijo atravesaron en su viaje desesperado a Europa. "Hasta que llegamos a Austria estuve pensando en la posibilidad de regresar a Turquía, porque el camino resultó muy peligroso. No era lo que esperaba encontrarme en Europa", nos dice.
Después de haber llegado a Grecia desde Turquía en una barca neumática, después de haber atravesado Macedonia y Serbia, en plena caminata por Hungría con otros refugiados, Osama vio cómo dos coches les rodeaban: tenían delante a uno de los grupos organizados que se dedican a asaltar a quienes escapan de la guerra con todos sus ahorros. Por suerte, alguien gritó que la policía estaba llegando y los mafiosos prefirieron esfumarse de allí, tal y como recuerda.
También fue a la entrada de Hungría donde Petra Laszlo le puso la zancadilla. "A esa mujer ya la tengo olvidada", nos asegura. "Y si en algún momento su recuerdo me viene a la cabeza, trato de pensar en mi familia y en nuestro futuro, que es lo que de verdad me preocupa".
Lo que más pesa a Osama es que todavía no ha podido juntarse en Getafe con su mujer y sus otros dos hijos porque siguen en Turquía. De momento, mientras llevan a cabo todo el papeleo, se consuelan hablando tres veces por semana. "Me dicen que en tres o cuatro semanas ya estaremos juntos", dice confiado.
Hay una cosa que hace que a Osama se le ilumine la cara como un Balón de Oro: hablar de fútbol. Dice que sus mejores momentos en Getafe consisten en ver partidos de fútbol. Él, que entrenó a un equipo de la Premier League siria, le encanta cómo se vive el deporte en España.
Tuvo incluso la oportunidad de ver un partido del Real Madrid en el Santiago Bernabéu y de asistir a alguno de sus entrenamientos. Allí habló con Cristiano Ronaldo, con Isco, con Pepe y con Rafa Benítez, aunque no llegó a intercambiar con él opiniones sobre estrategia. En cuestiones de estrategia, a Osama le encanta Mourinho: "Es muy bueno leyendo los partidos. Guardiola también es bueno, pero no tanto".
Osama se ha convertido en alguien famoso en Getafe. No pasamos ni dos minutos en la calle y ya le han parado para hacerse una foto con él. Todavía no puede comunicarse mucho con los vecinos porque no habla español, aunque acude a clases dos veces a la semana para remediarlo.
Igual que se ha vuelto célebre en Getafe, también lo es entre los refugiados sirios. Algunos le han escrito pidiendo ayuda, a lo que él suele responder con impotencia que no puede hacer mucho por ellos. Su historia personal es excepcional. "La única solución es que se acabe de una vez con la guerra. La gente no volverá a su tierra hasta que se sienta segura".
Por eso mismo abandonó Deir Ez-Zur, su ciudad natal en Siria, al Este del país, casi pegada a Irak: "Los bombardeos eran diarios, así que dejé mi casa tal y como estaba, ni siquiera me llevé una maleta".
Si compara su vida anterior con la que ahora lleva en Getafe, hay una cosa que no deja de sorprenderle: "Aquí puedo hablar con libertad de lo que quiera y eso es algo necesario para cualquiera. Allí, por el miedo al ejército de El Asad, mi vida se reducía a trabajar, comer y dormir. Aquí es muy diferente".
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