¿Por qué somos más indulgentes con los deportistas que delinquen?

Hay sesgos cognitivos que nos impiden condenar la mala conducta de una persona a la que hemos encumbrado. Como a los héroes antiguos, a los futbolistas se les atribuyen unas cualidades simbólicas que trascienden lo deportivo

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Messi, de vacaciones en Ibiza
Messi, de vacaciones en Ibiza. ©GTRESONLINE

Con el lema "Todos Somos Leo Messi", el Barcelona ha lanzado una campaña de apoyo al futbolista argentino, condenado a 21 meses de prisión y al pago de una multa por defraudar 4,1 millones de euros a lo largo de 2007, 2008 y 2009.

La campaña ha cosechado severas críticas, porque, para algunos, defender a quien ha cometido un delito contra las arcas públicas transmite un mensaje irresponsable.

Pero también hay quien considera que se ha tratado con excesiva dureza a Messi, bien porque observan una persecución en contra del futbolista, o bien porque creen que el barcelonista no tenía la responsabilidad de estar pendiente de sus obligaciones tributarias.

Sea como sea, la percepción de un delito cambia según quién sea su protagonista. Diego Torres e Iñaki Urdangarin, por ejemplo, se han sentado en el banquillo por el supuesto desvío de 4,5 millones de euros públicos a sus sociedades. Pese a ser una cantidad próxima a la de Messi, a casi nadie se le ha ocurrido justificar el comportamiento de los dos acusados por el caso Nóos.

¿A qué se debe que percibamos unos delitos como menos graves si los comete un futbolista?

Según Ramón Llopis, profesor de Sociología en la Universidad de Valencia especializado en deportes, hay tres factores que podrían explicarlo.

El primero, que la lógica jurídica es binaria (inocente o culpable), mientras que nuestra estructura mental sigue procesos más complejos. Por ejemplo, está demostrado que el cerebro tiende a no cuestionar aquello que apoya nuestras ideas, mientras que se muestra escéptico con aquello que las desafía, considerándolo parcial o interesado. Es lo que se llama sesgo de confirmación y en el caso de Messi funciona porque nos cuesta condenar la mala conducta de una persona a la que hemos encumbrado.

El segundo, que es bastante sencillo llegar a la conclusión de que Messi no era consciente de que estaba incumpliendo sus obligaciones tributarias. Esto se debe a que nos resulta fácil imaginarle entrenando o jugando a fútbol, pero no urdiendo una trama para eludir sus obligaciones fiscales. Aunque Ramón Llopis aclara que esto no convierte a Messi en inocente, ya que todos somos responsables en última instancia de nuestras declaraciones.

El tercero, que la inocencia y la culpabilidad se construyen socialmente. En los últimos años, la corrupción política se ha señalado como una de las causas de la crisis social y económica que atraviesa España, por lo que se ha denunciado incluso la desviación más mínima. Pero al mismo tiempo ha habido mucha permisividad con los clubes de fútbol, hasta el punto de que Bruselas ha tenido que reclamar las ayudas injustificadas a algunos clubes españoles. Por eso, en esa construcción social de los delitos, los excesos en el deporte parecían más tolerables.

Ricardo Sánchez, integrante del Grupo de Investigación e Innovación sobre Deporte y Sociedad, considera que a las estrellas del deporte se les ha conferido el estatus de héroes modernos, de manera que, como a los héroes antiguos, se les atribuyen unas cualidades simbólicas que trascienden lo deportivo.

Desde este punto de vista, a los deportistas de elite no se les valora como personas reales, sino que se les sacraliza y se les juzga como una amalgama de referentes deportivos, políticos, éticos e identitarios. El caso más paradigmático sería el de Maradona. Es decir, al defender la inocencia o la culpabilidad de Messi no solo estamos valorando su comportamiento, sino que además estamos tomando una postura sobre nuestra identidad y, en ocasiones, confrontando a otros colectivos sociales.

Esto diferencia a los deportistas de los políticos que son juzgados, por ejemplo, en casos de corrupción. A los segundos se les valora desde un plano más real y menos emocional, lo que permite juzgarlos con distancia. Esto se hace especialmente evidente, nos cuenta Ricardo Sánchez, cuando los políticos se retratan con un deportista victorioso. Es un intento de aproximarse al universo sagrado del deporte, de atraer para sí el aura del campeón. Sin embargo, por lo general los políticos no dejan de pertenecer al plano de lo real.

Desde un punto de vista más jurídico, Ignacio Jiménez Soto, director de la cátedra de Derecho Deportivo de la Universidad de Granada, recuerda que no hay ningún elemento cualitativo que justifique un tratamiento distinto al deportista cuando comete una acción delictiva. "Ante la ley, todos somos iguales", nos dice.

Si bien es comprensible que el Barcelona sienta la necesidad de arropar en tromba a su estrella por el gravísimo impacto económico y social que podría tener su descontento y una hipotética marcha del equipo, Ignacio Jiménez Soto considera que la campaña de defensa no está justificada: "Sin lugar a dudas, este tipo de actuaciones perjudican al deporte y a la sociedad".

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