Por qué nunca más compraré un coche que no sea eléctrico

Hay que dejar el petróleo bajo tierra, no tenemos necesidad ni derecho de intoxicar nuestras ciudades

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Me suelo desplazar en bici por Madrid y llevaba un tiempo pensándolo. Probé uno hace cuatro años, pero pensé que aún no era el momento. Al final, hace un año y medio me compré un coche eléctrico y he pasado de oír el rugido del motor al canto de los pájaros. Aunque en España todavía es una aventura hacer viajes largos, tengo clarísimo que no vuelvo a comprar en mi vida, jamás, un coche que funcione con gasolina o gasoil, con combustibles fósiles.

Cuando hablamos de coches eléctricos mucha gente los visualiza como carritos de golf, pequeños, sin potencia y con poca autonomía. Hoy ya no tienen nada que ver con aquello. En 2013 se produjo un cambio radical y en 2017 se espera una revolución en parte gracias a la misión de Tesla y otros fabricantes, con baterías con las que se podrán conducir más de 300 kilómetros sin problemas. La mayoría de los actuales ya tienen carga rápida (en media hora están suficientemente cargados) y pueden circular entre 130 y 180 kilómetros con una recarga, de sobra para un uso urbano o para quienes viven en la periferia de una ciudad, como yo ¿Cuántos conductores hacen diariamente más de esa distancia en una ciudad?

Siempre he estado bastante metido en el mundo del automóvil; soy ingeniero industrial y trabajé hace años en la planta de Opel de Figueruelas. Pero a la vez soy un ecologista ferviente y estoy radicalmente en contra de aumentar la emisión de los gases de efecto invernadero y contaminantes tóxicos a la atmósfera, por eso soy un firme defensor de este tipo de vehículos. Por ahora somos pocos los pioneros, los “early adopters” -circulan unos 12.000 vehículos eléctricos, y este año se prevé una venta de 3.700 unidades- pero somos como una comunidad. Entre nosotros hay mucha camaradería, tenemos una asociación de usuarios (AUVE), grupos de WhatsApp, foros, hacemos quedadas, y ofrecemos enchufe y apoyo al compañero que lo necesite.

En otros países los coches eléctricos son bastante más comunes, también porque se ha desarrollado mucho más la infraestructura de puntos de carga. A mí me da una envidia tremenda cuando veo en Noruega y otros países del norte de Europa un lugar para recargar de forma rápida cada 20 o 50 kilómetros. Aquí un viaje por carretera requiere bastante planificación. De los 30.000 kilómetros que tiene mi coche, casi todos los he recorrido en la Comunidad de Madrid, excepto un viaje que hice a Alicante. Es posible hacerlo, pero hay que llevar localizados los puntos de recarga rápida, averiguar si están operativos, etc, con aplicaciones como electromaps.

En ciudad con el coche eléctrico se ahorra dinero. Según el apoyo de cada ciudad no se paga aparcamiento en zona regulada, ni peajes, ni impuesto de matriculación ni casi el de circulación (tenemos un 75% de descuento). Se puede acceder a zonas restringidas solo para residentes o taxis y circular yendo solo por el carril BUS-VAO, reservado solo a autobuses o coches con alta ocupación. Cargarlo es gratis en sitios como centros comerciales. En casa lo enchufo por la noche y me cuesta un euro por cada 100 kilómetros, con tarifa supervalle y por supuesto con energía 100% de origen renovable. El mantenimiento es casi inexistente, sale por unos 50 euros al año al no tener aceite, ni refrigerante, ni bujías, ni filtros de motor que haya que cambiar. La simplicidad del motor eléctrico de inducción y sus mínimos desgastes reducen las averías y a la batería, una vez que su capacidad se reduzca para uso en vehículos, se le puede dar una segunda vida como estacionaria para autoconsumo en viviendas.

En España, la compra del vehículo está subvencionada, y de los 22.000 euros que costaba, yo solo tuve que pagar 12.000 euros con la batería en alquiler. Los profesionales y empresas, según comunidades, tienen más ayudas y una furgoneta eléctrica les puede salir hasta por 4.000 euros. Desgraciadamente estos planes están dotados de muy poca cuantía económica en relación a otros países europeos, se agotan pronto y son inestables en el tiempo. Se sigue primando el apoyo a los vehículos de combustión con diferencia. Una solución ideal sería la supresión del IVA como en Noruega y eliminar las subvenciones.

Ahora, si no tienes garaje donde poder cargar la batería (vale cualquier enchufe), no es demasiado recomendable porque las ciudades españolas aún no están lo suficientemente preparadas. La excepción es Barcelona, donde el Ayuntamiento y la Generalitat han apostado por crear una buena red de puntos de recarga rápida. En Madrid la infraestructura es reducida, antigua, lenta y cara; los precios de carga rondan entre los 6 y los 10 euros, cuando no debería pasar de tres o cuatro. En ciudades como Oslo, Barcelona, Sevilla o Valladolid son gratis; a cambio, no contaminas ni con humos tóxicos ni con ruido.

Cuando pasas a un vehículo eléctrico tienes que cambiar el chip. No es como en los de gasolina, que esperas a que el depósito se vacíe antes de volver a llenarlo. Estos funcionan como el móvil, que por más que lo hayas cargado por la noche, si puedes lo vuelves a enchufar durante el día para llevar la mayoría de carga posible. Con la batería llena yo me puedo mover tres o cuatro días en Madrid, pero siempre que puedo lo enchufo para tenerlo al 100%. Por eso la autonomía en ciudad no es un problema. Hasta ahora, nunca me he quedado tirado sin batería y a los que me plantean ese escenario les recuerdo que hay muchas gasolineras, sí, pero enchufes hay muchos más y por todos lados; el problema es su accesibilidad.

Muchos usuarios compran un coche eléctrico como segundo coche, pero al final se acaba convirtiendo en el primero. Todos los miembros de la familia lo quieren coger. Al otro le llamamos ahora el fósil. El eléctrico es más cómodo y se conduce con tanta suavidad, sin vibraciones, sin ruido, que no quieres cambiar. Su aceleración en ciudad supera a cualquier otro ya que da el par máximo desde cero, por eso no necesita la caja de cambios de un térmico. Además, es coger el volante y aunque anteriormente no tuvieras una preocupación demasiado ecológica, te convertirte en un conductor mucho más sostenible; por ejemplo, en seguida empiezas a calcular la parada en un semáforo de modo eficiente aprovechando la retención para cargar la batería y no gastando un kW más de lo necesario; prácticamente no se usan los frenos y tampoco se desgastan. Es tan fácil de conducir que el que lo prueba se convence.

En las ciudades los coches eléctricos ya son el presente para el 80 % de las necesidades de los usuarios y en carretera son el futuro muy cercano. No más de tres años. En cuanto los coches tengan una autonomía de 300 a 400 km reales y tengamos una buena red de carga rápida como los países desarrollados de Europa, los automóviles de combustión ya no tendrán sentido.

Hay que dejar el petróleo bajo tierra, no tenemos necesidad ni derecho de extraerlo para quemarlo e intoxicar nuestras ciudades y destruir el planeta. La industria automovilística va en ese sentido, aunque por ahora los eléctricos en España representan un 0,28% de las ventas de vehículos mientras que en Europa son entre el 5% y 30%, según datos de Avere-France. Aquí aún nos falta compromiso ecológico y voluntad política.

Este artículo lo redactó Gloria Rodríguez-Pina después de entrevistar a Fernando Pina.

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