Todo está en los Simpson. Incluso el ébola.
Esta imagen se ha rescatado recientemente en las redes sociales. También otras similares, como el episodio de los Los Serrano en el que Fiti temía que un misionero español recién retornado de África le hubiera contagiado el émbola.
En Breaking Bad se menciona en tono irónico, aunque la verdadera ironía es ver cómo el tiempo ha dado la razón, por una vez, a Jesse Pinkman.
E incluso esta escena de Friends ha vuelto a la vida:
Me pongo un capítulo de Friends al azar y descubro que Chandler se marcó un Nostradamus con el ébola en 1995. Flipo. pic.twitter.com/QGpkQUxxQA
— Nikki García (@nikkigarcia_es) octubre 10, 2014
Evidentemente, nadie cree que Los Serrano oculte crípticas profecías acerca de nuestro futuro. Pero el hecho de recuperar estas escenas sí es (en parte) una muestra de cómo reconstruimos el pasado y de cómo lo que llamamos presentimientos y premoniciones son más bien una selección cuidadosa de datos y coincidencias que además hacemos después de que ocurra el hecho que se supone que hemos predicho.
Helena Matute, catedrática de psicología experimental de la Universidad de Deusto, explica que “nos fijamos en las coincidencias y no en el resto de estímulos y en toda la información que recibimos. Seleccionamos la realidad” y sólo hacemos caso de “lo que confirma nuestras hipótesis y creencias”.
Pongamos un ejemplo real. En 1966, una tormenta en el pueblo galés de Aberfan provocó un desprendimiento en un vertedero de residuos de carbón, que cayeron sobre una escuela, matando a 139 niños y cinco maestros. Tal y como relata Richard Wiseman en Paranormality: Why We See What Isn't There: el psiquiatra John Barker pidió a los lectores del diario Evening Standard que le explicaran si habían recibido alguna premonición en sueños de esta catástrofe. Recibió 60 cartas.
Wiseman aclara que en 36 de los casos, ni siquiera estaba claro que los sueños hubieran tenido lugar antes de la tragedia, Además, la propia catástrofe habría dotado de significado a muchos de los elementos que aparecían: “La negrura se convierte en carbón, unas habitaciones se convierten en clases y unas colinas se convierten en un valle galés”.
Lo que está claro es que nadie relacionó estas supuestas premoniciones con ningun accidente hasta después de que hubiera ocurrido, ya que estas cartas sólo se escribieron y enviaron tras el llamamiento de Barker. En definitiva, decir que los sueños relatados por esas 60 personas son acertados, explica Wiseman, es como lanzar una flecha al azar, dibujar una diana alrededor y decir: “Guau, ¿qué posibilidades había de que ocurriera eso?”.
En cuanto a la probabilidad de tener un sueño premonitorio, pensemos en los números que nos da Michael Shermer en este artículo, en el que habla de estadística y de sueños que predicen muertes: suponiendo que nos acordemos de una décima parte de los cinco sueños que tenemos cada noche, los 300 millones de estadounidenses recuerdan 54.700 millones de sueños cada año. Si además tenemos en cuenta que cada uno de nosotros tiene una red personal de 150 personas, es inevitable que alguno de esos sueños "sea acerca de una de esas 1,4 millones de muertes de entre los 300 millones de americanos y sus 45.000 millones de conexiones. De hecho, ¡sería un milagro si ninguna de esas premoniciones se hiciera realidad!”.
Pero “sólo recordaremos esas pocas e impactantes coincidencias, y olvidaremos el amplio mar de datos sin interés”, resume Shermer.
Hay que añadir que muchos de los presentimientos acertados no se basan sólo en corazonadas sin fundamento o en poderes extrasensoriales. Por ejemplo, dos semanas antes de que John Wilkes Booth le disparara en el teatro Ford de Washington, Abraham Lincoln soñó que le asesinaban, en un caso muy citado por los amantes de lo paranormal.
De entrada y siguiendo de nuevo a Wiseman, el propio presidente relató que en el sueño moría otra persona. Y segundo, hacía poco que se había descubierto un plan para acabar con su vida, entre otras amenazas de muerte. De hecho, unos meses antes una intentona terminó con un agujero de bala en el sombrero que llevaba puesto.
Teniendo en cuenta que a menudo soñamos con lo que nos produce ansiedad, resulta más que comprensible que Lincoln tuviera una pesadilla de tal naturaleza.
Es decir, no hay nadie que pueda adivinar el futuro, ni siquiera un guionista de los Simpson. Tal y como resume Matute, “todos hacemos suposiciones y reconstruimos el pasado según nos interesa y lo que nos llama la atención”. Es decir, somos buenos solo profetizando lo que ya ha ocurrido.
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