Esta ilustración de 1882 nos muestra cómo creía el artista Albert Robida que iríamos a la ópera en el año 2000. Se trata del mito por antonomasia del futuro: el coche volador, una de las muchas cosas que esperábamos de un porvenir tecnológico que no ha llegado.
1. Coches voladores
Por ejemplo, este de los años 40.
Y actualmente hay al menos dos prototipos convincentes, como el Terrafugia y el Aeromobil, que en realidad no difieren en gran medida del modelo de hace 60 años.
Eso sí, estos coches voladores no permitirían salir de la ópera volando, sino rodando: hay que despegar y aterrizar en un aeropuerto. Es decir, no se pueden usar para ir a trabajar ni podríamos circular con ellos por las ciudades actuales.
BCN-VIC 1933- 1h 39min 2014- 1h 22min En 81 anys hem reduït 17 minuts. Ara, TGVs per a 10 passatgers els que vulguis! pic.twitter.com/6VqndisPHS
— Francesc Ribera (@francescribera) septiembre 22, 2014
Y eso suponiendo que fuera buena idea hacerlo. Elon Musk, uno de los cofundadores de Paypal, es también propietario de Tesla, empresa que está desarrollando coches eléctricos, alguno de ellos sin conductor. Según Musk, los coches voladores podrían traer más problemas que soluciones: afectarían al paisaje, serían más ruidosos y habría más posibilidades de que algo te cayera en la cabeza. A eso habría que sumar que los accidentes probablemente serían más graves: un simple alcance podría suponer que los vehículos cayeran desde decenas de metros de altura. Es decir, a lo mejor no tenemos coches voladores porque son aún peores que los rodantes, que ya es decir.
En todo caso y al menos en lo que se refiere a los medios de transporte, Paul Krugman tenía razón cuando dijo en 2009 que “el mundo de hoy no es tan diferente al de 1959 como el de 1959 era respecto al de 1909”. Los coches (y aviones y trenes) son más limpios y seguros, pero no han cambiado esencialmente en decenas de años. En algunos casos, ni siquiera en lo que respecta a la velocidad. Por ejemplo y si recordamos que el Concorde no vuela desde 2003, tardamos más en cruzar el Atlántico que hace unos años.
2. Robots
No estamos disfrutando de los robots mayordomo que queríamos, a no ser que incluyamos en el grupo la Roomba y la Thermomix. Tenemos un robot que simula los síntomas del ébola. Hay otros que te siguen a todas partes para sacarte fotos y vídeos. En Ginebra se ha discutido el posible uso de robots asesinos que todavía no existen. También hay robots que tocan el violín y que juegan torpemente a fútbol. Y (eso sí) hay avances significativos en prótesis robóticas. Pero ni nos han robado el trabajo (aunque hay robots industriales) ni nos planchan las camisas.
Lo más parecido que tenemos a un robot son los algoritmos, que a nosotros nos facilitan la vida (al menos en parte) y a las empresas les facilitan el negocio. Pensemos en cómo Google cada vez acierta más con lo que vas a buscar o Amazon con el libro que quieres comprarte.
Hablando de robots, hay que mencionar a Isaac Asimov, que dedicó un buen puñado de libros a estos inventos que no acaban de llegar. Este escritor predijo acertadamente en 1964 que en 2014 habría platos precocinados, energía solar, vuelos sin tripulación a Marte y robots no comunes, pero sí existentes. También dijo que nos aburriríamos, pero no supo ver que combatiríamos este aburrimiento con GIFS DE GATOS. Aunque hay que mencionar que esperaba coches voladores (qué manía) y ciudades subterráneas.
No es el único que ha acertado, al menos parcialmente, en algunas de sus predicciones: Aldous Huxley anticipó (más o menos) los antidepresivos en Un mundo feliz; George Orwell predijo el espionaje a ciudadanos en 1984, y el ingeniero John Elfreth Watkins anticipó la fotografía digital en color y los móviles. Aunque también aseguró que la C, la X y la Q desaparecerían del alfabeto inglés, que todo el mundo caminaría 10 millas a diario, que no habría mosquitos ni pulgas y que, sí, casi todo el tráfico iría bajo tierra o elevado. Aquí hay otros 11 ejemplos de predicciones acertadas.
3. La conquista del espacio
En abril de 1969, la revista Triunfo lanzó cien predicciones acerca de cómo sería el año 2000. Muchas de ellas siguen siendo todavía deseos, a pesar de los 45 años que han pasado.
Por ejemplo, la instalación permanente en la Luna, cuando no hemos vuelto desde 1972. El escritor Robert Heinlein era aún más optimista al respecto, y en sus previsiones de 1952 para el año 2000 apuntaba (además de la cura contra el cáncer y el resfriado común) la exploración del sistema solar y la preparación del primer viaje a la estrella más cercana, además de vida inteligente en Marte.
No sólo no hay marcianos (al menos de momento), sino que además la Nasa y el gobierno estadounidense no tienen previsto enviar a humanos a Marte hasta la década de los 30. Es más, este viaje, que parece casi de primero de ciencia ficción, sería “uno de los retos de ingeniería más caros y difíciles del siglo XXI”, según Wired. Para llevarlo a cabo hará falta desarrollar nuevas formas de vivir lejos de la Tierra. Además, el peso de la nave obligará a que despegue por partes y que los astronautas la monten ya en órbita. También será necesario diseñar nuevas formas de almacenar combustible y víveres, además de la forma correcta de aterrizar en Marte de manera segura.
Es decir, ni siquiera sabemos cómo llevar a tres o cuatro personas al planeta de al lado, como para hablar de bases lunares, viajes más allá del sistema solar o la conquista de la galaxia.
4. Previsiones meteorológicas acertadas
En el ya mencionado artículo de Triunfo se habla incluso de una “previsión meteorológica más fidedigna y más a largo plazo”, en la que posiblemente sea una de las previsiones futuristas más sensatas y razonables de la historia. Sin embargo y a pesar de que los modelos han mejorado, lo cierto es que esto sigue siendo una aspiración y no una realidad. Actualmente, por cierto, se confía en el big data para conseguirlo.
¿Y por qué cuesta tanto predecir el futuro, ya sea si llegaremos a Marte o si pasado mañana lloverá o no? Por lo general, lo que hacemos es extrapolar el futuro a partir del presente y simplemente nos imaginamos lo mismo, pero mejor, más potente o más rápido.
Por ejemplo, si ya tenemos coches, pensamos en coches voladores. Pero como en los años 50 no había ordenadores en casa, no era fácil predecir algo parecido a internet, que a pesar de ser el avance más significativo (al menos) de las últimas décadas, no protagoniza ni mucho menos las novelas de ciencia ficción clásicas.
En cambio, ahora que ya tenemos internet y contamos con algoritmos cada vez más refinados, surgen ideas como la singularidad, que prevé que a mediados de siglo la inteligencia artificial supere el control humano e incluso aspira a la inmortalidad a través de cuerpos virtuales. En serio.
Es decir, teniendo en cuenta que la innovación no siempre es una mera evolución de lo que ya tenemos, es posible que el progreso tecnológico llegue por un camino al que ahora mismo no prestamos atención. Y eso, si llega.
Hay que apuntar que la mayoría de estas predicciones son tan recientes como el crecimiento económico del que dependen y a la vez propician. Como explica Satyajit Das en What Whould We be Worried About?, la renta per cápita se dobló entre 1300 y 1800. Para volver a doblarse, sólo hicieron falta 100 años más. Y en el siglo XX creció cinco o seis veces, doblándose entre 1929 y 1957 y de nuevo entre 1957 y 1988.
Pero estos crecimientos se basan en gran medida en el consumo, en la deuda y en la degradación del medio ambiente, y por supuesto no hay nada que garantice que puedan continuar de forma indefinida.
También hay que tener en cuenta que los incentivos para inventar son cada vez menores. Como escribe Neil Gershenfeld en el mismo libro, “si la tecnología disponible ya puede proporcionar comida, refugio, calor, luz y vídeos virales de gatos monos, la invención no es ya el imperativo para la supervivencia que fue una vez”. De hecho, es más que probable que nunca en la historia tantos hayan tenido tanto, a pesar de las indudables desigualdades y de la situación de pobreza en la que vive (todavía) gran parte del mundo.
Es decir, quizás el futuro no llegue jamás.
5. Viviremos más de 100 años
Que no cunda el pánico: en lo que se refiere al supuesto parón tecnológico, las opiniones no son ni mucho menos unánimes. Por ejemplo, Bill Gates está totalmente en contra de estas opiniones y recuerda al respecto los avances en generación de energía, el diseño de materiales, la fabricación de medicinas y el potencial en el terreno de la educación, por ejemplo y entre otros avances. Además, hay que recordar que a menudo comparamos lo que ahora tenemos con las predicciones de la ciencia ficción y no con cómo estaríamos sin esos avances.
Por ejemplo y como muestra de los indudables progresos tecnológicos y científicos (a pesar de la ausencia, insistimos, de coches voladores), podemos pensar en el incremento en la esperanza de vida: en Estados Unidos pasó de 49 años a principios del siglo XX hasta los 74 en 1980, según el citado artículo de The Economist (actualmente está en los 79,8). Aunque de nuevo en Triunfo encontramos una predicción que está costando alcanzar: viviremos, de media, entre 100 y 150 años.
Según el genetista Aubrey de Grey, esto lo hemos logrado: la primera persona que cumplirá 150 años ya ha nacido, aunque lo único que sabemos de él o ella es que se trata de una persona de mediana edad.
A pesar de este optimismo, lo cierto es que ni siquiera tenemos claro cómo funciona el envejecimiento, aparte del hecho obvio de que cumplir años contribuye en gran medida. Las causas y factores son muchos y todavía no se sabe cómo incrementar de forma significativa la esperanza de vida con buena salud.
En cambio, muchos de los objetos cotidianos viven cada vez menos, como predecía New York Times Magazine en abril de 1964 (también para el año 2000): “Cuando un reloj se estropee o una suela de zapato se desgaste hasta llegar al dedo, esta cosa simplemente se tirará y será reemplazada por una réplica producida en masa”.
El autor opinaba que nadie querría ganarse la vida trabajando con sus manos, cuando lo cierto es que se trata más bien de obsolescencia programada y, por supuesto, de nuestras ganas de tener el último modelo de cualquier cosa.
En definitiva, es imposible predecir el futuro. Quizás sea una mejora de lo que ya disfrutamos: hay cosas que siempre querremos, como vivir sanos el máximo tiempo posible, y a las que dedicaremos esfuerzo y dinero. Pero lo más probable es que el futuro, cuando llegue, nos sorprenda con algo mucho más útil y más necesario que un coche volador.
No sé, cómprate un helicóptero.
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