Si me dices que nunca has visto el programa llamado Mujeres y Hombres y Viceversa, te diré que te envidio pero en el fondo no te creo. Como tampoco te creería si me dijeras que tu pie, sabio por naturaleza, nunca ha ido a aterrizar sobre una mierda de perro. Hay desgracias cotidianas de las que simplemente uno no se libra.
Tampoco es nada de lo que avergonzarse. Todo empieza con un inocente zapping y de pronto te quedas atrapado por lo que ves en pantalla: un grupo de chicos y chicas jóvenes desparramados por un plató. Más maquillaje, músculos, y exhibición que en un rito ancestral. Y en lo alto de una escalera, una presentadora omnipotente, como un dios-rey malvado en la cúspide de una pirámide maya. Las chicas a veces desfilan al ritmo de palmas, como tambores tribales, arriesgando su vida sobre tacones imposibles. Los chicos las observan repantigados en sus sillas con expresiones indescifrables bajo unas cejas tan depiladas que ya no parecen humanas. ¿Qué va a pasar? ¿Se van a liar todos a navajazos? ¿Van a luchar entre sí? ¡No! ¡Están todos allí para encontrar el amor!
Hay que tener poco interés antropológico para no dejarse fascinar por los diversos aspectos de este programa. El planteamiento es ya de por sí llamativo: dos hombres, sentados en lo que todo el mundo llama tronos pero que siempre han sido sillas (ellos al menos tienen, la presentadora se sienta en un cojín sobre la escalera), eligen a una potencial pareja entre un rebaño de chicas que tratan de conquistarlos. Lo viceversa del asunto es que en días alternos son dos chicas las que eligen entre los chicos, aunque desde hace años el trono femenino languidece en audiencia y a veces se opta por el trono mixto.
¿Existe un trono homosexual? No.
¿Existe un trono bisexual? No.
¿Existe un trono de persona que finge ser un alienígena? Sí.
En sus seis años en antena el programa ha generado ya toda una realidad paralela donde audiencia, presentadora y participantes nos damos todos de la mano mentalmente y decidimos creer. Creer en que esos chicos no están allí para participar en algún otro reality de Telecinco con más caché, conseguir extensiones gratis en Peluquería Francis o hacer bolos en discotecas.
Esta noche os espero en Selaya!! No os lo perdáis 🎉🎉🎉 pic.twitter.com/DYoMoypdKu
— Laura Barcelona (@LauraBarcelona1) October 17, 2014
O bueno, quizá un poco sí, pero qué diablos, principalmente están allí para encontrar el amor.
El problema es que como todo universo ficticio que se precie, MyHyV ha generado ya un lenguaje propio que puede resultar abrumador para el profano. Por eso he querido traer aquí, a modo de guía, una lista de mis palabras y expresiones preferidas:
TRONISTA: ¡Quinientos años de monarquía española y a nadie se le había ocurrido! Habíamos tenido que ir tirando con “rey”, “monarca” y poco más. Hasta que alguien se le encendió la bombilla: “¿El que está en el trono quién es? ¿El tronero? No, suena feo, ¡el tronista!”. En mi humilde opinión, creo que una vez dado este salto lingüístico, habría que ir a por todas, llevarlo al extremo y utilizar el verbo que se deduce. Porque “tronista” debería ser también el que “tronea”. De una maravillosa similitud fonética con el “ronear” coloquial -lucirse, pavonearse con intención de seducir-, el “troneo” sería un “roneo” superior, desde el trono. Lo hubieran podido cantar hasta Las Chuches: “Cómo tronea, cómo tronea, delante’l novio p’a que la vea…”
EMPEZAR A SENTIR: Pero sentir qué, se preguntaran los lectores ajenos al día a día del programa. Aquí viene la maravilla. En el universo de MyHyV, -y ya puede venir la RAE a decir misa-, sentir es un verbo intransitivo. A falta de una expresión de menos peso que “enamorarse” un buen día la presentadora tiró por el camino de en medio: “Lo que te pasa es que sientes, estás sintiendo por tu tronista”. Y la cosa cuajó. Tanto que ella misma lo dice en las entrevistas sin contarse y sin que se le escape la risa (qué grande eres, Emma). Que nadie se sorprenda si de aquí unos años este sentir gris, difuminado, intransitivo se convierte en algo común. Muchos verán en él la salida perfecta a ese temido momento de “la conversación” que tiene lugar tras los primeros meses de vida de una pareja. “¿Cari, por qué ponerle nombre a esto tan extraordinario que estamos sintiendo?”
AVATARINA: ¿Cómo lo explico sin que nadie sufra un embolia? Hace unos meses un joven de acento canario acudió al programa para intentar conquistar a una tronista disfrazado de Na’vi, un habitante del planeta Pandora, de la película Avatar de James Cameron. ¿Era una acción para promocionar la cinta de algún modo? No. ¿Era carnaval al menos? Tampoco. Además, poco acostumbrados a la precisión lingüística como son el programa, el joven fue rápidamente bautizado como “el Avatar”, sin entrar en más complicaciones. Tras jugar bien sus cartas como pretendiente, Avatar fue elegido para ocupar el siguiente trono y una joven acudió al programa a pretenderle también disfrazada de Na’vi. Alguién debio de tener el buen juicio de considerar que “el Avatar” y la Avatara” iba a quedar demasiado zafio hasta para el nivel del programa, y optaron por un “Avatarina”. Lamentablemente para ella, y un poco también para nosotros, después de alargar la broma durante casi cinco meses, Avatar se ha librado por fin del maquillaje y se ha humanizado del todo, no sin antes ofrecernos momentos bochornosos legendarios con beso-trenza incluido.
ASESORES DEL AMOR: Estas personas, sentadas a ambos lados de los tronistas, tienen la misma función que los llamados “ganchos” que se sientan entre el público: jalear, abuchear, meter cizaña y contar los rumores que han oído sobre los participantes. Sin embargo, el nombre de “asesores del amor” es de una belleza irónica fantástica dado que cuanto más desastrosa y pública haya sido su vida amorosa, más indicados parecen para el puesto. Han pasado por estas sillas personajes como Miriam Sánchez, Pipi Estrada (expulsado del programa por hacer de alcahuete entre las chicas del programa y los jugadores del Real Madrid), Bárbara Rey, Nagore Robles, Antonio Tejado y Antonio David Flores.
LA POSADA: Abreviatura de “La posada de las ánimas”, el Peach Pit, el Central Perk, el Cheers de MyHyV. Como si fueran auténticos personajes de ficción, los chicos del programa, bolos aparte, solo salen por un sitio y allí es donde tienen lugar todas las escenas fuera de las cámaras de las que luego se habla en plató. Allí es donde ronean, cuando no tronean, donde la tentación les hace violar las reglas del programa y ocurren todas las “confidencias”.
CONFIDENCIA: La he dejado para el final porque es mi preferida. Según la RAE, en su primera acepción, confidencia significa “revelación secreta, noticia reservada”. Tal vez fuera en este sentido como se usara por primera vez. Un participante del programa hacía una confidencia a otra persona y esta misma o un tercero lo sacaba a luz en el programa. Algo en plan “le dijiste a Fulano que te habías liado con Mengana, has incumplido las normas”. Pero la cosa degeneró porque en el programa no gustan las palabras que requieren de verbos compuestos o estructuras complicadas, y el “me han hecho una confidencia que voy a contar públicamente” o “me he enterado de cierta confidencia que Fulano hizo” se convirtió en “tengo una confidencia” como sinónimo de “voy a contar que alguno de los participantes se ha liado con quien no debía” o el aún más delirante “¿tienes alguna confidencia?” como sinónimo de “¿te has liado con alguien y no lo sabemos?”. Tan grande es ya su poder evocador que Rafa Mora y Erik Riolobos, dos clásicos del programa, fundaron en Elche la discoteca “Confidencias”. Si alguna vez alguien te invita a tener una, ya sabes que quiere tema.
Hay muchas palabras y expresiones que se me quedan en el tintero como “celarse”, “la silla caliente”, “mari ganchillo”, “la cita sin cámaras”, “estás mal, te veo mal”, “si pierdes el pelo, no pierdas el tiempo”. Sería imposible hacer un repaso de todas pero para quien sepa de lo que hablo, transmito desde aquí mi apoyo y le hago saber que no está solo frente al televisor. Pase lo que pase, “¡seguimos grabando!”
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