El fin de semana pasado me gradué como maestro y tengo que decirlo: estoy muy orgulloso. Llegué aquí en cayuco sin saber nada de España, sin conocer a nadie. Diez años después he hecho una carrera, he jugado en el mejor club del mundo, que para mí es el Sporting de Gijón, tengo amigos y entreno a los prebenjamines de la escuela de Mareo.
Yo nací en Senegal en 1994, en Ziguinchor. Es una ciudad del suroeste del país, a orillas del río Casamanza, cerca de su desembocadura en el Atlántico. Vivíamos allí mi madre, mis hermanos y yo. Mi padre había muerto cuando yo era pequeño.
Mi hermano mayor (yo soy el del medio y nos llevamos cuatro años) consiguió el dinero suficiente para pagarse un viaje en cayuco e intentar llegar a las Islas Canarias. Se fue a los 16 y después de siete días de travesía, llegó sin problemas.
Yo también tenía sueños, quería estudiar, jugar al fútbol. Y en Senegal no veía cómo cumplirlos. Así que cuando unos meses después un amigo me contó que se había enterado de que un cayuco se estaba preparando para salir y me propuso irme con él, no me lo pensé dos veces.
Con 12 años no tenía dinero para pagar el viaje. Tampoco el permiso de mi madre. Si le preguntaba, sabía que me iba a decir que no. Nos escapamos sin decir nada y nos escondimos como polizones entre los bultos de comida y agua. Cuando ya estábamos en alta mar salimos del escondite.
Se enfadaron muchísimo; casi nos pegan y todo, pero como ya no podían dar la vuelta, no les quedó más remedio que cargar con nosotros. En realidad nos cuidaron muy bien y no faltó ni la comida ni la bebida, pero fue un viaje muy duro. La barca iba a tope y teníamos que recorrer casi 1.800 kilómetros. Debíamos ser 60 o 65, y no podíamos ni mover un pie. Te pasabas el día y la noche sentado, inmóvil.
Después de nueve días y mucha fatiga acumulada, llegamos a Canarias, creo que a Tenerife pero no lo recuerdo muy bien. La primera noche la pasamos en una especie de campamento para recién llegados. Todo seguía balanceándose como si siguiéramos en el mar, pero qué maravilla poder estirar las piernas y dormir tumbado.
No te dejaban llamar nada más llegar, pero como mi amigo y yo éramos los más pequeños, nos permitieron llamar a la nuestras familias. Quería hablar con mi madre, darle noticias mías y tranquilizarla, pero no conseguí hablar con ella.
Después nos llevaron a un centro de acogida para menores. Se llamaba La Esperanza, igual que nuestro equipaje. Allí teníamos más libertad de movimiento y en cuanto pude, salí a llamar a mi madre otra vez. Me decía que estaba loco, que cómo se me había ocurrido, pero a la vez estaba feliz de que estuviese vivo. No trató en ningún momento de convencerme para que volviese. Ella sabía bien que en Senegal no tenía futuro y lo más difícil del viaje, llegar sin morir en el mar, ya lo había hecho.
Mi hermano me llevaba unos meses de ventaja y le habían enviado a un centro en Asturias. Yo ya había empezado a hacer mi vida en el de Tegueste, también en Tenerife, y cuando me llamó para que me fuese con él la idea no me hizo ninguna gracia.
Llegué a Gijón disgustado, la verdad. Yo ya estaba estudiando y entrenando en un equipo de fútbol y de repente me sacaban de aquel conato de normalidad que había conseguido. En Canarias aún había una vegetación y una clima más o menos parecido al mío, pero Asturias no tenía nada que ver.
Ahora he hecho mío eso de Asturias patria querida. La gente aquí es muy buena; nos han ayudado mucho y nunca hemos tenido problemas con nadie. Tengo que dar las gracias a muchísimas personas que me han ayudado desde que llegué.
Al principio no teníamos ni idea del idioma, ni de la cultura. No conocíamos a nadie y todo nos resultaba extraño y diferente. Recuerdo perfectamente mi primer día en el colegio de Las Ursulinas. Estaba tan nervioso que cuando entré en la clase y vi a mis compañeros, me di media vuelta y salí corriendo.
El primer curso me costó muchísimo, pero pasé a segundo. Poco a poco empecé a sentirme como en Senegal, en casa.
Luego llegó la Selectividad, y la aprobé. Siempre me ha gustado el deporte y decidí estudiar Magisterio de Educación Física. Creo que acerté, porque me encanta trabajar con niños y creo que conectamos muy bien. En Mareo aprendo muchísimo con ellos.
En estos diez años mi hermano y yo hemos pasado por muchas cosas. Él se formó como soldador, pero ahora trabaja en el puerto de Avilés.
Lo más difícil de todo es que en este tiempo solo he visto a mi madre una vez, hace cinco años. El otro día le envié fotos de mi graduación. ¡Estaba tan contenta, tan orgullosa! Ve que no he perdido el tiempo, que he trabajado mucho para conseguirlo porque nada se regala en la vida.
Este verano, si todo va bien, espero poder ir a verla por fin. Y algún día, aunque es difícil porque es mucho papeleo, quiero que ella y mi hermano pequeño puedan ver Gijón y conozcan a mis amigos.
También espero poder hacer proyectos en Senegal, montar una escuela de fútbol allí y ayudar a la gente para que no tengan que hacer la misma travesía. Pero tengo claro que de aquí no me quiero ir, que ahora mi casa es esta, en Asturias, donde he cumplido mis sueños. Quiero seguir formándome en todo los ámbitos y también encontrar un trabajo.
Texto redactado por Gloria Rodríguez-Pina a partir de entrevistas con Abdou Karim.
* También puedes seguirnos en Instagram y Flipboard. ¡No te pierdas lo mejor de Verne!