¿Os acordáis de esta señora? Fue la única que no sacó su móvil ni su cámara para fotografiar a los actores de la película Black Mass. El tuit que popularizó esta imagen en septiembre del año pasado se compartió más de 25.000 veces y suscitó un pequeño debate en redes acerca de si nos perdemos los momentos importantes porque preferimos sacar la cámara del bolsillo.
Estamos perdiendo la capacidad de disfrutar de los momentos importantes. pic.twitter.com/OWmf4yrC3R
— Morenatti (@MiguelMorenatti) 21 de septiembre de 2015
Pues bien, un estudio publicado recientemente pone en duda que no sepamos disfrutar estos momentos. Tal y como recoge Time, Kristin Diehl, profesora de marketing en la Universidad del Sur de California, envió a voluntarios a experiencias como subirse a un bus turístico de Filadelfia, visitar museos o ir a restaurantes. Según este trabajo, la gente que sacó fotos aseguró que había disfrutado más y que había participado más en la experiencia que los que iban sin cámara.
Además y en el caso del museo, los participantes llevaban unas gafas que seguían los movimientos de sus ojos, por lo que Diehl también pudo comprobar que los fotógrafos dedicaban más atención a las obras expuestas.
Según recoge The Atlantic, Diehl explica que la experiencia que vivimos es diferente si usamos una cámara. Cuando alguien hace fotos “mira el mundo de una forma ligeramente diferente, porque está buscando cosas que capturar y conservar”. De hecho, planificar la foto y decidir qué queremos fotografiar es lo que provoca este subidón en el disfrute y en la participación, y no tanto hacer la foto en sí. Según Diehl, tomar fotos "mentales" valdría para conseguir este mismo efecto.
También añade que en el caso de la fotografía, no hablamos de una tarea que nos aparte de lo que estamos viviendo, sino que “nos centra en esa experiencia”. Sacamos el móvil para capturar la escena y no nos apartamos de ella como pasaría en caso de que echáramos un vistazo a Facebook o contestáramos a un mensaje.
No lo recuerdo, pero tengo foto
Eso sí, todo esto no contradice un estudio anterior que se centraba en otro aspecto del mismo asunto: la memoria. Como apunta Quarz, un trabajo de Linda Henkel, de la Universidad de Fairfield, mostraba que cuando hacemos fotos, luego tenemos más problemas para recordar los detalles de lo que hemos vivido. Cosa que hay que tener en cuenta antes de optar por llevar la cámara porque así nos lo pasaremos mejor ("¡lo ponía en ese estudio! ¡Es ciencia!").
“Tratamos la cámara como una especie de dispositivo de memoria externo -explicaba Henkel-. Confiamos en que recuerde cosas por nosotros”. Pero también ocurre que dividimos nuestra atención entre dos actividades (lo que está ocurriendo y el hecho de sacar la foto), cosa que perjudica a la memoria. Eso sí, Henkel también aclara que este efecto se da en la memoria a corto plazo y que ver esas fotos más adelante nos puede ayudar a recordar.
El problema viene cuando nos vamos de vacaciones una semana y volvemos con varios centenares de imágenes. Y eso por no hablar de los life-loggers, esa gente obsesionada con registrar toda su vida y que, entre otras cosas, saca fotos automáticamente cada pocos segundos. A esto hay que añadir la dispersión de estos archivos, como recuerda Daniel Levitin en Organized Mind: algunas fotos están en el móvil, otras en el portátil, varios centenares en algún disco duro… “La solución es sincronizar todos tus dispositivos, pero pocos de nosotros encontramos tiempo para hacerlo”, escribe.
Henkel recuerda que otros estudios apuntan a que “el volumen y la desorganización de las fotos digitales desanima a mucha gente a la hora de acceder a ellas y recordar esos momentos”. No basta con hacer fotos para que funcionen a modo de recuerdo: hay que dedicar tiempo a verlas. Y para eso, necesitamos saber dónde están y, posiblemente, borrar unas cuantas.
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