“Yo no sería capaz de ponerme lentillas, me da cosa tocarme el ojo”, nos dicen.
Porque, claro, a los que tenemos lentillas nos pone cachondos tocarnos el ojo. Como esos momentos en los que estás tirado en el sofá y dices: “¡Coño! ¿Por qué no me pellizco la córnea?”. Efectivamente, los lentilleros somos gente seria: lo primero que hacemos cuando salimos de la óptica por primera vez es no hacer caso a lo que nos dicen los de la óptica. Y de ahí viene este decálogo de situaciones que todo ser humano que usa lentes de contacto habrá experimentado:
1. Has temido la leyenda del hombre tuerto. El runrún se expande de Almería a Vigo y de Nueva York a Londres. Un amigo le ha contado a tu amigo que alguien se quedó dormido con la lentilla, le dio la vuelta en el ojo, tuvieron que operarlo y lo perdió. “Eso no puede pasar nunca. Es imposible. El rumor queda zanjado”, dice a Verne César Villa Collar, del Consejo General del Colegio de Ópticos y Optometristas de España.
2. Has gritado 'milagro' al despertar con lentillas puestas
3. Has experimentado el drama de la lentilla perdida. Estás en clase, o por la calle, o en un concierto y, de repente, se te cae una lentilla. ¡¿Por qué lo has hecho lentilla?! ¡¿Qué te he hecho?! A partir de ahí, eres el mayor guiñador de ojos de la historia. Incluso aprietas los dientes e intentas forzar al ojo bueno para ver por dos. Sabes que es imposible. La tragedia es aún peor cuando tienes una lentilla rota. Sabes que estás sufriendo con ese picorcillo, pero eres fuertes y esa lentilla NO se tira. “Se puede ir con una lente, pero no es muy recomendable”, señala Villa Collar. Y advierte: “Caminar con una parcialmente rota puede causar una úlcera, por muy pequeña que sea esa rotura. La solución siempre debe ser tirarla. Es inutilizable”.
4. Has hecho pócimas para conservar una lentilla. Se han dado casos de algunos lentilleros que han echado agua de grifo y un poco de sal al portalentillas en situaciones límite. “El suero fisiológico tiene una proporción determinada de sal pero, obviamente, esto no se puede hacer, de hecho puede ser contraproducente. Además no elimina el problema que puede tener el agua, que es una contaminación”, dice el experto.
5. Has temido por tu lentilla cuando te sale plan para pasar la noche fuera. Cuando un lentillero ha triunfado de noche sabe que tiene que pasar por el momento: “No tengo líquido de lentillas”. Ahí es cuando salen tres opciones: o te vuelves a tu casa, o te vas a una farmacia 24 horas, o echas agua de grifo en un vaso y las sueltas ahí. El 99,9% escoge esta última. Una elección que a la mañana siguiente presenta el drama de ver un color amarillento y una lentilla que no se pega. Es una lente triste, inerte, que necesita saliva, esto es así, y lo sabes, y entonces tras pegarle dos lametones de vaca, resucita y vuelve a su sitio. “Echar agua de grifo está prohibido literalmente”, dice Villa Collar. “Eso no debe hacer bajo ningún concepto. ¡Y echarle saliva es aún peor porque en la boca hay muchas bacterias!”.
6. Has perdido horas de tu vida buscando el 'lado bueno'. No hay ser humano que distinga el lado bueno de la lentilla sino se la ha puesto en el ojo. ¿Cuál es el lado bueno? Nadie lo sabe a simple vista. “Sí, lo hay”, explica Villa Collar. ¡PAREN LAS MÁQUINAS! “La única forma de detectar el lado ‘positivo’ es con la yema de los dedos. Se coge la lente, se aprieta un poco por los lados y si está por el canto malo los bordes se pegan”, dice. Cuestión de tacto.
7. Has dudado si echarte la siesta porque llevas lentillas. ¿Me echo la siesta o me quito las lentillas? Nunca te las quitas: cuando tu cerebro envía la señal a tus párpados para que se despeguen, tu ojo está más seco que un bocata de polvorones.
8. Has escuchado mil veces la frase: “No sabía que usabas gafas”. Tenemos dos vidas. La vida en casa con gafas y la vida callejera con lentillas.
9. Te has colocado las gafas aunque en ese momento llevases lentillas.
10. Sabes que hay algo que nunca debería faltar en tu maleta. La noche antes de coger el tren o el avión te dices: “Mañana tengo que meter el líquido en la maleta”. Pero jamás lo has hecho.
11. Nunca hay líquido de lentillas en oferta cuando lo necesitas. Cuando más te urge, las ópticas nunca tienen la oferta del bote grande del líquido más el kit de lentillas. ¿Por qué sucede? ¿Nos espían? ¿Cuando el óptico te dice: “Un segundo, ya estoy contigo”, en realidad aprovecha para esconder TODOS los envases?
12. Has perdido la cuenta de días que llevas con lentillas desechables. Esto viene a ser que las lentillas de un día te valen para todo el año, las de 15 para dos y las de un mes para toda la vida. Las lentillas se cambian… a ojo, solo faltaba.
13. Nunca olvidarás la primera vez que saliste con ellas de la óptica. Cuando te las pones por primera vez, vuelves a nacer, pero cuando te las quitas, mueres. Y eso que cuentas con el tutorial de los ópticos que te atienden. Bienaventurados sean los lentilleros expertos que no necesitan de un espejo para ponérselas; bienhallados los que se han sacado los ojos intentando quitárselas.
14. Te has quitado las lentillas sin saber donde tienes las gafas. Despertarse con lentillas es una odisea, pero levantarse sin ellas y buscar las gafas es un capítulo aparte. Los lentilleros destrozamos cada mañana todo lo que hay encima de la mesita de noche. ¿Quién entra en nuestra habitación por la noche y las pone en otro lugar? ¿Los ópticos traidores que nos esconden los botes?
15. Consideras que los que se operan son unos traidores. Los lentilleros sueñan con operarse y olvidarse así de ponerse lentillas para siempre. Todos tenemos algún conocido que nos dice eso de "Operarme es una de las mejores decisiones de mi vida". En ese momento estás deseando tirarle un chorro de líquido a la cara, pero te contienes y solo te dices: “Traidor, ojalá te suban las dioptrías”. ¿Qué hay que hacer para operarse? ¿Cuándo hay que dar el paso? Los expertos lo resumen en tres puntos. Lo primero, la edad. Uno puede someterse a la operación a partir de los 21 años. Lo segundo, la miopía estable: en los dos últimos años las dioptrías no tienen que haber disminuido ni aumentado. Y, por último, la córnea tiene que pasar una prueba para que, si todo va bien, finalmente te conviertas en traidor.
PD: En el fondo, todos los lentilleros queremos ser unos traidores.
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