La agresión del padre de un jugador de fútbol base el pasado fin de semana acabó mandando a un centro médico de Pontevedra al técnico del Gondomar y al hijo del atacante a punto de ser expulsado del equipo. La Federación Galega de Fútbol se ha puesto en alerta y ya ha anunciado una primera medida: suspender el partido en cuanto se oiga el primer insulto entre el público.
El Gondomar recibía en casa al Guardés en la Liga Autonómica juvenil y el partido no iba bien para el anfitrión, así que el entrenador y el preparador físico decidieron sustituir a un chaval considerado entre los mejores del plantel. Esa jornada, decían, "no estaba centrado" y no "reaccionaba".
Corría aproximadamente el minuto 20 en el estadio As Cercas y el padre del jugador empezó a montar bulla. En el descanso, el hombre persiguió a los responsables del Gondomar increpándolos y amenazándolos hasta el vestuario. No fue capaz de entrar tras ellos, pero cuando volvieron a salir se lio a puñetazos. Alcanzó en la espalda al presidente del club, José Manuel Blanco Lourido, y después golpeó en la cara al entrenador, Emilio José Rodríguez Campos, alias Romario.
El técnico sufrió una contusión en un pómulo y visión borrosa. El caso está ahora en el juzgado. El niño, un buen chico que según Romario "nunca dio un problema", fue expulsado junto con su padre por la directiva del Gondomar de forma "fulminante e irrevocable", aseguran desde el equipo. No obstante, según adelantó este jueves El Español, el alcalde de Gondomar, el socialista Paco Ferreira, ha ordenado al club readmitir al chico en unas instalaciones que son municipales porque "¿qué culpa tiene él de tener un padre así?"
El presidente defiende que la expulsión del chico era la única forma de apartar al padre de los terrenos de juego. Podrían prohibirle la entrada en el campo propio, pero no cuando jugasen fuera de casa. El entrenador comenta que espera "una sentencia rápida", porque solo con un fallo judicial podría vetársele al agresor el acceso a todos los partidos. El crío es uno de los puntales de esta categoría en el Gondomar.
"Debía de tener un 98 por ciento de titularidades conmigo", calcula el técnico. "Era el cuarto chico que más jugaba en esta temporada y ahora está jodido, no entiende qué ocurre porque sabe que él no tiene la culpa". La reiterada actitud del padre, siempre dando problemas según los mandos del equipo, motivó ya hace tiempo un debate interno en la casa. Entonces decidieron no tomar medidas solo "por el hijo", que merecía seguir. "Acordamos tolerar al padre, pero la consecuencia llegó en este último partido", lamenta este bregado preparador del fútbol base para el que los insultos paternos desde la grada "no son nada nuevo".
El episodio pontevedrés es el primero de violencia física contra un entrenador que se recuerda en Galicia, aunque han ocurrido en otros campos de fútbol base. Ha servido para poner en alerta a la Federación Galega de Fútbol, que no ha tardado en anunciar una primera medida, de momento "experimental", y que solo se aplica a una de las categorías del fútbol base. A la primera increpación entre el público, se suspenderá el partido.
"No podemos mirar hacia otro lado", ha declarado a la Radio Galega Rafael Louzán, exbarón del PP en Pontevedra y actual presidente de la Federación. "Las aspiraciones de los padres son tremendas... pensamos que tenemos un Ronaldo o un Messi en casa".
No parece fácil de aplicar la iniciativa, a juzgar por la frecuencia casi omnipresente de los insultos en boca de algunos padres que no son ni mucho menos mayoría, pero cuyo perfil está en todas partes.
No es un caso aislado
El Sindicato de Árbitros lleva años denunciando una lacra que viene de muy lejos y que va en aumento al tiempo que crece la hilera de ceros a la diestra del sueldo de algunas estrellas del fútbol. Según este colectivo, hay violencia, aunque sea verbal, desde las gradas en la mayor parte de los encuentros y apenas existen equipos que la combatan con formación desde el principio.
El problema, que es internacional, ha sido abordado con decisiones en algunas comunidades autónomas, pero el mal sigue ahí. Como en el fútbol profesional, los insultos y las trifulcas arrecian todavía más al final de temporada, cuando peligra la clasificación. La hemeroteca desborda casos en Andalucía, pero también aparecen, entre otros lugares, en Aragón, Euskadi, la comunidad Canaria, Madrid o Castilla-León.
Este mismo año, una árbitra de 18 años fue agredida por la madrastra de un jugador de un equipo granadino de juveniles. En 2014, un colegiado de 16 sufrió una paliza salvaje del padre de un prebenjamín en León mientras lo atenazaba un amigo de este y el pequeño futbolista observaba. El árbitro acabó hospitalizado con lesiones en medio cuerpo, pero en su comunidad, como en otras, más árbitros de su edad que han optado por refugiarse en los vestuarios para no terminar igual.
La Federación Murciana de Fútbol hizo un estudio en 2010 que señala a los padres como culpables del 80 por ciento de los casos en los que aflora la violencia en categorías inferiores. Otra encuesta de 2011, esta vez del Gabinete de Prospección Sociológica del Gobierno Vasco, destaca que un 25 por ciento de los entrevistados considera que la agresividad de los progenitores es uno de los principales motivos de violencia en el deporte escolar y que un 7 por ciento han presenciado agresiones físicas entre el público en alguna ocasión.
"Con independencia de que haya existido siempre, este comportamiento violento se está agudizando", comenta Jorge Sobral, catedrático de psicología social en la Universidad de Santiago de Compostela, exjugador y siempre aficionado al balompié. Según él, "en todo tipo de contextos hay individuos especialmente predispuestos a comportamientos hostiles, agresivos, con escaso control, mal manejo emocional, hiperexcitables e impulsivos".
Son "gente bronca y antisocial" que "se mueve en diferentes ecosistemas y es posible que en su contexto familiar o laboral esté adaptado y no dé problemas", dice Sobral. Pero el fútbol es otra cosa, este es un "contexto competitivo" que "funciona como un disparador", donde los ingredientes que encienden sus rasgos violentos se presentan en mayor proporción y son una bomba. Quieren que su hijo gane, que gane a los niños del colegio rival o del pueblo del al lado, y todo ayuda a que estos individuos propensos, "con una agresividad superior a la media", pierdan el control.
A este cóctel, por último, se suma otra característica fundamental, que en algunos padres emerge de forma "exagerada, patológica, perversa", dice el psicólogo: "La tendencia a proyectar la propia personalidad, con sus frustraciones y sus expectativas, en el hijo". "No es que crean tener un Messi en casa, sino que quieren creer que lo tienen", sigue explicando. El niño es una extensión, una sucursal sobre la hierba del adulto que está en el graderío, y si por ejemplo lo mandan al banquillo "su padre se lo toma como una ofensa al yo", porque el crío "forma parte de su identidad".
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