Hoy toca elegir plaza de MIR: así es el largo viaje para ser médico

¿Tendré que cambiar de ciudad? ¿De especialidad? ¿Repetir el MIR? A partir de hoy se resuelven algunas dudas

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Este lunes empieza la elección de plaza para quienes el pasado mes de enero hicimos el MIR. Podría decirse que hoy empezamos a recoger los frutos, dulces o amargos, de las semillas que plantamos hace ya tres meses.

Todo el proceso, desde que empiezas a estudiar hasta el día de hoy, constituye un viaje larguísimo. Este es mi diario de a bordo, y creo que se parecerá al de quienes pasaron por lo mismo.

Es un diario que habla de un pasado de aislamiento y de un presente nervioso, pero también de un futuro de incertidumbre. Porque, aunque mucha gente no lo sepa, conseguir plaza no te garantiza, ni mucho menos, que tu trayectoria profesional vaya a ser un camino de rosas.

Antes del MIR

Ya han pasado unos meses, pero aún recuerdo cómo, al principio, la gente no acababa de entender que no te puedas ir saltando días de estudio. "¿Pero... en serio? ¿Y por un día no puedes salir?" No. Si salgo, me retraso. Y así es como empecé a no retrasar el estudio, pero sí a retrasar mi vida.

En una ocasión, incluso llegué a soñar que mis amigas me decían, molestas, que ya no se podía charlar conmigo, porque siempre acababa hablando de lo mismo. Me desperté casi llorando. ¿De qué voy a hablar, si no? ¿Si es lo único que hago?

Como muchos de mis compañeros, dediqué al estudio de ocho a diez horas diarias, de lunes a sábado. Y durante todas esas horas aprendí que el saber sí ocupa lugar. Es por eso que empiezas a inventar cientos de mnemotecnias que en muchos casos rozan la demencia, pero que acaban concediendo un poco de humor a todo este drama.

Por ejemplo, para mí, siempre había "GENTe ESperando en el vestíbulo", porque los fármacos gentamicina y estreptomicina daban toxicidad vestibular. O acabé montándome incluso películas, y "BruceLee se Bengaba de los Ruiz con una Castaña" porque para diagnosticar la Brucella se utilizaba el Rosa de Bengala y el medio de Ruiz-Castañeda.

Pero ahí se termina la broma, porque la preparación no es solo una cuestión de estudiar y de retener algoritmos, contraindicaciones de fármacos o factores de riesgo. Superar esta época es aprender a dominar muchos otros aspectos como el fracaso, los nervios o el tiempo.

Aprender a gestionar el tiempo es uno de los mayores retos que se te plantean. Y, de hecho no aprendes, te acostumbras. La priorización es uno de los conceptos más odiados por los opositores. Es decir, si el infarto de miocardio se ha preguntado en exámenes anteriores el doble de veces que los aneurismas de aorta, debes dedicarle el doble de tiempo al primero. Y estas comparaciones se extienden hasta la saciedad.

La preparación para el MIR siempre me ha parecido una suerte de adiestramiento, o de entrenamiento militar, en el que tienes que ser un experto de la técnica y del autocontrol para poder enfrentarte a cualquier situación inesperada que se te pueda presentar el día D.

La semana previa al examen solo conectaba el móvil por la noche, más que nada para comprobar que la Tierra seguía girando alrededor del Sol y que el orden no se había invertido. No fuera que con la tontería no me hubiese enterado. La tarde antes, mi WhatsApp se preguntaba por qué estaba recibiendo tantos mensajes, si no era mi cumpleaños.

El examen y las semanas siguientes

Y finalmente, después dar la tercera vuelta al temario durante el mes previo al examen (no recuerdo ningún mes tan largo en mi vida), llega el día y todo te parece irreal. ¿De verdad estoy aquí ya?

En realidad, todo va muy rápido a partir de ese instante. Te llaman y enseñas el DNI. Y te sientas y empiezas a responder. Y cuando te concedes unos segundos de desconcentración y recuerdas dónde estás, concluyes que es mejor no pensarlo. Y cuando el reloj decide que ya está, sales del aula. Y ya no hay nada, pero en realidad es cuando lo hay todo.

La familia y amigos aguardan fuera, llorando, gritando, con pancartas, con confeti, champán. Porque estos meses no los has sufrido solo tú, ni tú solo. Tienes a la mitad de tu mundo pendiente de cómo te ha ido y ni tú misma lo sabes.

Lo único que sabes es que ya está. Que ya se han acabado esos meses, que ya has pasado el día que querías pero no querías que llegara, y que, bueno, a partir de ahí... ya veremos. Pero en verdad se trata de un "ya veremos" aterradoramente real, porque lo que podía hacer y lo que estaba en mis manos, ya lo había consumido.

Lo más inmediato y temido por todos y cada uno de los que salimos ese sábado del aula, con una copia en mano de las respuestas que habíamos entregado, era comprobar cuántas decisiones erróneas habías tomado en esa silla. Y esperar que no fuesen muchas.

Pero la espera no se limita a esto. Nos toca esperar hasta que salen las primeras respuestas oficiales. Esperamos semanas hasta que salen las definitivas tras las impugnaciones. Esperamos hasta saber los números de orden y esperamos hasta el día de la elección de plazas. Esperamos, esperamos y esperamos.

Y esperamos, los primeros días, un poco ajenos al mundo. Obviamente no es que tengas ganas de estudiar (las has gastado y con creces) pero te sientes raro no haciéndolo. Levantarse a mediodía, quedar para comer sin importar la hora o el lugar, hacer planes la tarde del sábado.

Tu entorno te recibe con alegría, con la sensación de quien acaba de recuperar a alguien que se había ido un tiempo a meditar en el Tíbet. Te ven un poquito más médico que antes, pero todavía no están del todo convencidos, y no es que les falte razón. El comienzo de la residencia lo percibes lejos todavía y, según el resultado obtenido, más o menos incierto.

En los meses puente entre el examen y la incorporación al hospital dejas ya de hablar de preguntas y respuestas del examen y empiezas preguntar y a buscar respuestas sobre la residencia. Hemos pasado semanas visitando hospitales, interrogando a residentes y tutores, y barajando opciones para que nuestra decisión sea lo más acertada posible.

¿Cambiar de ciudad para especializarte en algo determinado? ¿Quedarte en tu ciudad cambiando la especialidad? ¿Repetirlo para mejorar el número de orden al año siguiente? Influyen tantas variables a la hora de escoger una plaza que es una decisión que no se puede tomar a la ligera.

Cuando lo analizo detenidamente, me asalta una idea que me estremece e ilusiona a la vez, y es que, sea aquí o allá, este año o el siguiente, la próxima vez que nos vistamos con la bata blanca ya será como médicos.

Y cuando hables con el primer paciente, él no sabrá que es tu primer paciente como médico, ni sabrá qué significa eso para ti, ni cuánto te ha costado conseguirlo. Tampoco sabrá que te vas a acordar de él toda tu vida. En mi caso, espero que ese paciente sea un niño.

Yo quiero ser pediatra y, afortunadamente, mi espera ha sido relativamente tranquila, ya que considero que podré elegir la especialidad que siempre he deseado. Y digo afortunadamente porque es así como me siento; la incertidumbre es la peor enemiga durante estas semanas.

Y a partir de ahora...

El MIR (al igual que los otros exámenes de acceso a formación sanitaria especializada como enfermería, farmacia, psicología, etc.) funciona más o menos como cualquier otra oposición, con el único inconveniente de que si consigues una plaza, esta expira a los 4 o 5 años, cuando ya se te considera especialista. Luego, te apañas.

Desde fuera, la gente no es muy consciente, pero se trata de una oposición para acceder a una plaza de formación. Cuando esta formación llega a su fin, empieza la búsqueda de trabajo como en cualquier otra profesión.

Estudiar seis años de carrera, siete meses (mínimo) de preparación para el examen MIR, y otros cuatro o cinco años como residentes, trabajando y formándonos en la especialidad escogida, no es el camino hacia una plaza segura y fija, ni mucho menos.

Finalmente, en muchos casos acabamos enfrentándonos a los mismos contratos temporales y precarios a los que vergonzosamente ya parecemos todos acostumbrados.

En la convocatoria de este año nos presentamos unos 13.000 aspirantes, que optamos a poco más de 6.000 plazas. Es simple: la nota del examen te adjudica un número de orden. No obstante, entrar dentro de los 6.000 afortunados no te garantiza que puedas escoger la especialidad ni el hospital que desees. Si Cardiología se acaba con un 2.000 de número de orden y tú eres el 2.001, ya no puedes ser cardiólogo. Por lo menos, ese año. Entonces tienes dos opciones: escoger otra especialidad o repetirlo al año siguiente.

Al saber el número de orden exacto, ya nos hemos hecho una idea de si te será más o menos difícil entrar donde deseas. El acto de asignación de plazas es como esperar en la cola de la pescadería: si solo queda un lenguado y en tu mano tienes el papel con el primer número, el lenguado es para ti.

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