“Hecho en la Tierra por humanos”. Esta es la frase que aparece en la placa de circuitos del Tesla Roadster que viaja a bordo del Falcon Heavy con rumbo a Marte. Elon Musk, propietario de la empresa aeroespacial Space X, ha compartido la imagen en su cuenta de Instagram, donde ha superado el millón de me gusta en 10 horas.
Al volante el coche viaja un maniquí llamado Starman (hombre de las estrellas), por la canción de David Bowie. En la pantalla del salpicadero aparece un mensaje sacado de La guía del autoestopista galáctico, de Douglas Adams: “Don’t panic” (que no cunda el pánico). Esta trilogía de novelas (que en realidad son cinco) arranca cuando las obras de una carretera espacial suponen la demolición de la Tierra. Solo se salva Arthur Dent, gracias a Ford Prefect, un alienígena que está escribiendo el capítulo sobre nuestro planeta para la guía, en cuya portada aparece la frase don’t panic.
Un mensaje no apto para marcianos
El viaje del coche solo es simbólico, ya que, si todo va según lo previsto, el cohete orbitará Marte sin que pueda darse una vuelta por el suelo del planeta rojo. O estrellarse en él. Es decir, es un anuncio de Tesla carísimo. Por supuesto, el mensaje es un guiño a los seguidores de Musk en Instagram y no quiere ser un aviso a cualquier alienígena que se tope con el vehículo. "Ah, tecnología terrícola, qué interesante".
¿Pero qué pasaría si un marciano (ya sé que no hay marcianos) se encontrara con este coche y este mensaje? Pues difícilmente podría descrifrarlo. No es que un marciano no sepa inglés, es que no sabe humano. De hecho, los mensajes que sí se han enviado al espacio con esa intención han tenido este factor en cuenta.
Los primeros fueron los de las sondas Pioneer 10 y 11, lanzadas en 1972 y 1973, que se convirtieron en los dos primeros objetos creados por el hombre que abandonaron el Sistema Solar. Las dos llevaban una placa de aluminio anodizado al oro (para evitar la corrosión) y de 23 centímetros de ancho, con un mensaje que diseñó Carl Sagan junto a Frank Drake. El dibujo es obra de Linda Salzman Sagan, artista, escritora y esposa del astrónomo.
La idea era que una civilización completamente ajena a la nuestra pudiera descifrarlo. La placa incluye una representación esquemática de la transición hiperfina del hidrógeno (el elemento más abundante del universo) y las figuras desnudas de un hombre y una mujer. También hay un mapa con la posición relativa del Sol en la galaxia y un esquema del sistema solar, señalando la Tierra, por si alguien quiere venir a invadirnos.
Cinco años más tarde, en 1977, despegaron las dos sondas espaciales Voyager con rumbo al Sistema Solar Exterior. Ambas llevaban un disco de oro titulado Sonidos de la Tierra y equipo para poder reproducirlo. La grabación incluye saludos en 55 lenguas, sonidos de todo el planeta y 27 piezas musicales de Bach, a Mozart y Chuck Berry, entre otros ejemplos de todo el mundo.
Junto con el disco se enviaron 116 imágenes que incluían instrucciones para usar el equipo de sonido, al más puro estilo IKEA, nuestra posición en el sistema solar, fotografías de personas, animales, vegetales y construcciones, y, por algún motivo, “un intento de explicar la reproducción humana que los posibles extraterrestres corren el riesgo de mirar rascándose aquello que les sirva de cabeza”, como recordaba EL PAÍS en 2002.
La utilidad de estos mensajes es muy cuestionable: los humanos tenemos muchas lenguas muy diferentes, pero compartimos una naturaleza y un entorno, por lo que al final hay estructuras y referentes comunes. En cambio, es posible que una cultura alienígena sea tan diferente a la nuestra que el dibujo de dos personas desnudas le sea tan ajeno como la frase en inglés de Musk. Puede que no usen ningún tipo de comunicación escrita, por ejemplo. Quizás no tengan ni ojos. Es posible que tengan más de un sexo (o solo uno). Y a lo mejor no entienden qué sentido tiene que se sucedan sonidos hasta formar La consagración de la primavera de Stravinski, lo cual es de esperar si tenemos en cuenta que los humanos tampoco entendieron esta pieza cuando se estrenó en 1913.
Este posible contacto entre civilizaciones se ha tratado a menudo en la ciencia ficción: en Encuentros en la tercera fase se hace mediante la música y en Contact es gracias a los números primos. El último ejemplo es La llegada, película de 2016 dirigida por Denis Villeneuve y basada en el cuento de Ted Chiang. La clave para entender a los alienígenas (ojo, spoiler) es que la forma en la que ven el mundo -en este caso, su forma de percibir el tiempo- cambia también la estructura del lenguaje.
Actualmente se envían mensajes en código binario. Como explicaba Javier Sampedro en EL PAÍS, "nosotros contamos en el sistema decimal porque tenemos 10 dedos, y los luytenitas podrán tener 43 dedos o ninguno, pero cualquier bicho que sepa contar habrá descubierto el sistema binario". Dentro de unos 25 años sabremos si saben contar o si, por el contrario, el sistema solar de Luyten está habitado por economistas.
Obviamente, todo esto también se puede ver al revés. Igual en un planeta lejano hay una especie de Elon Musk que envía objetos al espacio con extraños mensajes dedicados a sus fans. Algo así como “hecho en Luyten por luytenitas”. Y a lo mejor nos ha pasado alguno por delante, sin que ni siquiera hayamos sabido que se trataba de un mensaje. Y eso que sabemos contar.
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