Lidia San José (Madrid, 1983) juega a hacer ficción de sí misma en Paquita Salas. Interpreta a una exestrella infantil cuya carrera se desvaneció con el tiempo; a una mujer adulta en busca de un norte que se resiste a aparecer. Pero su historia real es algo distinta. La actriz abandonó los platós para priorizar sus estudios en la España que prometía un buen porvenir a quien lograra un título universitario.
Ella es el gran icono de nostalgia en la comedia de Netflix y la gran pirueta referencial de una serie llena de referencias. Los programas en los que participó en los 90, como A las once en casa o Ala...dina, forman parte de la memoria de una generación de espectadores a los que representa, casi sin quererlo, en muchos más aspectos de los esperados.
- ¿Por qué crees que dejaron de llamarte en la tele?
Durante toda mi etapa en el instituto yo trabajaba y estudiaba; no tenía vida. Empecé a rechazar trabajos para poder terminar la carrera y hacer prácticas. Supongo que no gustó mucho en la profesión que dijera a menudo que no y empezaron a no contar conmigo en los castings.
- Y ahora que vives en México te sale trabajo en España...
Estudié la carrera de Historia y luego me especialicé en Antropología Americana. El de actriz es un trabajo que puedes realizar desde cualquier sitio. Y había cosas de España de las que estaba cansada; cosas que para mí son incomprensibles como el 21% de IVA para algunos productos relacionados con la Cultura. Así que en 2015 decidí irme a vivir allí.
- Pero México también es un país muy surrealista.
Es que yo también soy surrealista, así que necesito vivir en un país así. Yo nunca pude hacer Erasmus, así pensé que era una oportunidad para pasar una temporada fuera. Es algo que me parecía necesario hacer al menos una vez en la vida.
- Paquita Salas te ha convertido en un icono de la nostalgia entre los que tienen 25 y 35 años. ¿No es un poco pronto para sentir añoranza por tiempos pasados?
Es que tener veintitantos no es ser tan joven. Nos creemos más jóvenes de lo que somos, que es muy diferente. A mi edad (35 años) mis padres ya estaban casados, tenían dos niños y una hipoteca. Recuerdo cuando mi padre cumplió sus 40. Era un señor.
- ¿Nos resistimos a madurar?
Somos una generación muy particular en ese aspecto. Nuestros padres nos dieron todo lo que no pudieron tener. Para bien y para mal. Mis recreos eran con Bollycaos. ¿Qué es eso de comer fruta como ahora? No existía. Con la crisis, no hemos podido cumplir los objetivos que se nos prometieron y eso nos coloca en una situación en la que queremos retrasar las cosas. Quizá para ver si aparecen las oportunidades que desaparecieron. No es que nos crucemos de brazos. También estamos a la espera de poder tomar responsabilidades, como ser padres en condiciones óptimas.
- O, simplemente, poder trabajar en España
Mi mejor amigo, médico, vive en Luxemburgo y mi prima ingeniera está en Berlín. En la mayoría de los casos que conozco, han tenido que emigrar sin quererlo. Que de repente gane un premio en el extranjero una mujer española que investiga sobre las células madre y que descubramos que se quedó sin trabajo en España por culpa de un ERE... [Se refiere a la bióloga Nuria Martí Gutiérrez].
- Aunque te gusta mucho tu profesión, da la sensación de que pasas un poco de este mundillo de la tele y la fama.
Completamente (dice susurrando y luego ríe). Aunque amo mi profesión, es solo un trabajo. Que hagan descuento en las tiendas a los actores por ser actores en vez de a los cirujanos... es raro. Mi vida se compone de muchas más cosas y la comparto con gente de fuera del mundo del espectáculo. Te puedo hablar de más de diez amigos en los que confío plenamente.
- ¿Es cierto que de pequeña te hacían bullying en el colegio por ser famosa?
No se llamaba bullying. Era simplemente que te dieran de hostias. Lo peor es que se trataba como un hecho normal. Abrían la cabeza a un niño en la puerta del colegio y no pasaba nada. Se normalizaban situaciones que eran extraordinarias. Por fin se está viendo que no son cosas normales.
- Se le ha puesto nombre a situaciones que antes se consideraban normales.
Nunca se me olvidará que, con 7 u 8 años, pegué un tortazo a un niño que me había besado sin permiso. Me había sentido incómoda y violenta y reaccioné así. Una profesora a la que admiraba me dijo que tenía que agradecer al niño ese gesto, porque era una muestra de cariño. Nos educaban en ese tipo de cosas. Creo que hoy jamás una profesora le diría a una niña que aguantara algo así de buen grado.
- ¿Has seguido sintiéndote luego en desventaja por ser mujer?
Yo me siento afortunada de haber nacido en esta época y en este país. No hace tanto, una mujer no podía montar un negocio o viajar al extranjero sin tener el permiso de un marido o de un padre. En cambio, yo he podido lograr todo lo que me he propuesto. No es cuestión de que yo me queje, porque no sería del todo justo, sino de reivindicar para otras que están en otros lugares o en otra situación.
- Los Javis, creadores de Paquita Salas, dicen que si rodaran las anécdotas reales que has vivido como actriz tendrían para varias temporadas.
Una situación surrealista es de hace poco. También tengo un papel en la serie de Netflix sobre Luis Miguel y tuve que viajar desde España hasta México para rodar una frase. "¿Cuánto tiempo nos queda?", tenía que decir. Suma la hora de viaje al aeropuerto, las horas de espera para subir al avión, doce horas de vuelo, salir del aeropuerto mexicano pasando por inmigración, llegar al rodaje y todo para decir "¿Cuánto tiempo nos queda?". Y luego hacer el mismo recorrido de vuelta para seguir rodando Paquita Salas.
- En esta temporada de Paquita Salas aparece Ana Obregón, con la que trabajaste en A las once en casa.
Yo viví la época en la que Ana Obregón estuvo amenazada por ETA, mientras grabábamos la serie. Otro momento surrealista.
- ¿Por qué nuestra generación adora a Ana Obregón?
Ella no tiene nada que ver con el personaje que proyecta. Es una mujer auténtica y brillante, pero sabe lo que el público quiere. Yo era una adolescente cuando trabajé con ella y me ha protegido como pocos en esta profesión. Si veía que me costaba decir una frase, se plantaba ante el director y pedía que la cambiaran del guion y le decía que era porque a ella no le gustaba.
- Y rodaste una película con Bom Bom Chip.
Yo tenía 12 años y fue el verano de mi vida. Ellos eran superestrellas y teníamos que viajar por toda España porque tenían que seguir de gira y el rodaje tenía que adaptarse a su agenda.
- ¿Entonces no sientes nostalgia de nada?
De experiencias vividas, más que de series o películas. Por ejemplo, de mi primer viaje al extranjero con mis amigos. También de las tiendas de ultramarinos de antes, que vendían pepinillos grandes a 25 pesetas y yo me bebía de un trago el vinagre que me echaban en la bolsa.
- Una broma recurrente en Paquita Salas es las muchas veces que has ido a Pasapalabra. Mediaset debería invitarte más a menudo.
Desde que vivo en México no voy casi al programa. Si me lo piden, claro que diría que sí. Empecé a ir porque me encantan los juegos de mesa. Mi amigo, el que ahora vive en Luxemburgo, tiene cientos de juegos de mesa y organizaba partidas en su casa todas las semanas. Yo me enganché porque soy muy competitiva. Me llamas para cualquier juego y ahí estoy la primera. Y así acabé en Pasapalabra...
¡Lidi! Este año vamos a hacer grandes cosas juntas. Confía en mí. Por cierto, recuerda concentrarte bien para las pistas musicales. Justo como lo hemos practicado en casa, ¿eh? Un besete, amore.
— Paquita Salas (@PaquitaSalas) 23 de enero de 2018
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