He reducido mi consumo de plásticos al mínimo: así es mi vida como 'plasticariano'

Al principio me tomaban por friki, pero ahora cada vez hay más gente interesada

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En España nunca hemos prestado mucha atención a las alternativas al plástico. Cuando nació mi hija, hace seis años, quise comprar biberones de vidrio. Los fabricantes los comercializaban en otros países, pero en España no había forma de encontrarlos.

Pensemos también en aquella época en la que los vendedores de mercadillos se paseaban por los pueblos ofreciendo productos nuevos a cambio de otros usados. Ellos ofrecían, por ejemplo, colchones nuevos de plástico, y la gente se los entregaba de lana. ¿Cuánta gente se habrá arrepentido, con el paso de los años, de haber cambiado esos productos antiguos?

Ahora que se está hablando tanto de los problemas ambientales causados por el plástico, que han empezado a cobrarnos por las bolsas y que incluso la Comisión Europea baraja la prohibición de algunos productos, como las pajitas y los cubiertos desechables, mucha gente se pregunta cómo haremos para llevar una vida con menos plásticos.

Desde hace años pertenezco a ese grupo de gente -nos llaman plasticarianos- que, en todo el mundo, se propusieron abandonar el uso de los plásticos más prescindibles. Y, ojo, escribo prescindibles porque es un detalle importante: no estamos en contra del uso de plásticos en general.

Mucha gente nos pregunta si defendemos una vuelta al pasado, el abandono absoluto e indiscriminado de todos los productos que contengan plástico. Pero, en realidad, este material ha permitido muchos avances, como que nuestros coches consuman muchísima menos energía, o que, a un nivel más doméstico, pueda estar escribiendo este artículo con mi ordenador. Por tanto, nuestro rechazo se centra fundamentalmente en los plásticos de usar y tirar, como las bolsas desechables, cuya vida útil apenas sobrepasa los 12 minutos.

Si te has propuesto una vida con menos plásticos, mi primer consejo es que lo hagas sin prisas. No es buena idea lanzarse a husmear entre los cajones de casa y, en un arrebato, tirar a la basura todos los productos que encuentres con plástico. En el caso de mi familia, nos costó entre dos y tres años sustituir todos los productos desechables.

Lo verdaderamente importante es generar el mínimo posible de basura, ya que el menor uso de plásticos se enmarca dentro de una corriente conocida como "zero waste". En términos prácticos, esto significa que si ya tienes un peine de plástico, por ejemplo, debes seguir usándolo hasta que se te rompa. Y cuando esto ocurra, plantearte la pregunta: "¿Existe alguna alternativa que sea más sostenible?". Entonces verás que abundan los peines de madera, como los que se usaban en las viejas peluquerías con aroma a aftershave.

Curiosamente, los más mayores son quienes menos se sorprenden cuando en el mercado saco mis tuppers, de vidrio o de acero inoxidable, y pido en la carnicería, o en la pescadería, que metan la compra en ellos.

-Mira, como lo hacíamos antes -me dicen algunas personas.

Los tenderos, al principio, se mostraban reacios.

-¿Pero cómo te lo voy a poner ahí dentro? Quita, quita...

Pero con el tiempo se han acabado acostumbrando. Y, es más, están contentos porque se ahorran dinero en envoltorios, ya sean plásticos o de papel. Aunque la mayor ventaja es para mí: al llegar a casa, cargado hasta las orejas después de la compra, no tengo que pasarme media hora deshaciendo envoltorios, como si fuese una versión prosaica de la noche de Reyes, sino que basta con meter los tuppers directamente en la nevera.

El caso de los tuppers en el mercado nos enseña una constante del movimiento sin plástico: al principio, como le ocurre a los tenderos, cuesta cambiar el hábito. Pero una vez que lo has logrado, no dejas de encontrar ventajas.

En mi familia apostamos por el pequeño comercio. Primero, porque estamos convencidos de que es bueno para la vida en los barrios. Y, segundo, porque permite que te lleves exactamente las cantidades que necesitas.

Habrá quien crea que sale mucho más caro comprar en los mercados, pero hagan la prueba: por lo general, cuando vas al supermercado, te acabas llevando algo que no necesitas. Con que sea un solo producto innecesario, no digamos si son dos, encontrarás que, al final, te has acabado gastando el mismo dinero. En la misma línea, habrá quien crea que sale mucho más caro comprar productos sin plástico. Es cierto que, a corto plazo, los precios del plástico son imbatibles. Pero, a la larga, la vida útil de una pajita de acero inoxidable y la de una pajita de plástico son incomparables. La inversión inicial es mayor, sí, pero compensa con el paso del tiempo.

Una botella de acero inoxidable, por ejemplo, puede rondar los 30 euros. Es una cantidad importante, pero, ¿recuerdas cuántas botellas de medio litro de agua has comprado por la calle en los últimos años?

Quienes defendemos el progresivo abandono del plástico hemos tenido que desarrollar una especial capacidad para la anticipación. Y no hablo solo de llevar preparada siempre la lista de la compra, que es algo siempre recomendable, seas plasticariano o no. Hablo también, por ejemplo, de que si un día vas a comprar garbanzos a granel, tienes que salir de casa con el tarro de los garbanzos. Y si sales de paseo, saldrás siempre con una cantimplora llena para evitar las botellitas de agua de plástico. Puede parecer incómodo, pero es que esta forma de vida consiste en eso: en dejar de lado falsas comodidades en beneficio de la naturaleza (y, a la larga, de nosotros mismos).

"¿Qué beneficio tendrá que yo, un señor anónimo de Bilbao, deje de comprar botellas de plástico si en el mundo se consumen un millón de botellas de plástico por minuto?", se preguntarán los escépticos. "¿Qué influencia tendrá mi tarro de garbanzos para una industria que, según las previsiones, moverá 560.000 millones de euros en 2020?". Obviamente, la responsabilidad no es solo nuestra, y debemos exigir acciones concretas a los Gobiernos y a los productores. Pero no nos escondamos.

Por supuesto, los gestos de una sola familia no darán la vuelta a la tortilla. Pero creo que cada vez hay más gente concienciada. Sin ir muy lejos, en nuestra pescadería, hay otra persona que, después de vernos bajar con tuppers, ha empezado a hacer lo mismo.

En el intento de reducir el consumo de plásticos, la búsqueda activa de información es muy importante. Por ejemplo, pese a que creamos ciegamente en las glorias del reciclaje y aunque respiremos más tranquilos después de haber llenado los distintos contenedores de colores, deberíamos saber que, a diferencia de otros materiales como el acero o el vidrio, que tienen un índice de reciclaje bastante elevado, solo el 14% de los envases de plástico vuelve a la vida. Y es que, en muchos casos, producir plástico nuevo sale más barato que reciclarlo, como en el caso de las bandejas de poliestireno. Y también debemos ser cautelosos con los beneficios del bioplástico, que, pese a que contenga el prefijo "bio", también contiene algunos aditivos perjudiciales. Y, además, apenas sabemos cosas sobre la descomposición de los plásticos en la naturaleza. Damos por hecho que, con el paso del tiempo, la naturaleza acabará asimilando nuestros destrozos. Pero, ¿cómo asegurarlo si los primeros plásticos solo llevan entre nosotros poco más de cien años? Con nuestros conocimientos actuales, me temo que es imposible conocer el alcance de la hipoteca que venimos amasando.

También sería bueno que nos informásemos, por ejemplo, sobre si los cosméticos y los productos de higiene personal que utilizamos contienen los dañinos microplásticos, que son fragmentos de menos de cinco milímetros. O, igual que las empresas están obligadas a especificar los ingredientes con los que fabrican sus productos, también podrían estar obligadas a detallar los materiales de sus envases. ¿De qué sirve comprarse una crema ecológica cuando se vende en un envase altamente contaminante?

La conclusión de todo esto es que nos encontramos ante un proceso muy largo. La prueba de que aún tenemos que interiorizar muchas cosas es que he estado en ferias ecológicas que, tras su celebración, quedaban llenas de residuos, como el paisaje tras una batalla.

Salvando las distancias, considero que vivir sin plásticos se parece a adelgazar: no existen dietas milagro, solo nos valdrá un profundo cambio de hábitos. Y, si queremos lograrlo, debemos estar plenamente convencidos y ponerlo en práctica desde ya mismo.

Javier Barrios es activista ambiental y, desde 2014, también es socio de la cooperativa online sinplastico.com. Este texto ha sido redactado por Álvaro Llorca a partir de entrevistas con Javier Barrios.

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