Desde mi llegada a España, hace siete años, he trabajado como interna. Unas veces, cuidando a personas mayores. Otras, cuidando a niños pequeños. Y siempre, en ambos casos, ocupándome de las tareas domésticas.
Se trata de un trabajo duro. A mis 41 años, ni siquiera tengo un domicilio propio. En estos años, he pasado mis días libres en las casas de amigos y familiares. Pero las empleadas domésticas tenemos una vista privilegiada de la sociedad: podemos asomarnos a lo más íntimo de las familias. De puertas afuera, todos somos amables. Pero, de puertas adentro, nuestros defectos quedan al aire.
A continuación, enumeraré aquello que he aprendido trabajando en hogares ajenos. Pero antes me gustaría aclarar que estas observaciones no se refieren a la familia con la que trabajo actualmente. Ellos han hecho muchas cosas por mí, respetan mi trabajo y me hacen sentir a gusto. El hecho de que me atreva a escribir estas líneas es una prueba de ello. Muchas compañeras de profesión no podrían o no se atreverían a hacerlo. Por tanto, estas observaciones no reflejan mi situación actual, sino que son fruto de años de trabajo y, también, de conversaciones con mis compañeras de profesión.
1. Deberíamos revisar el valor que concedemos a ciertas cosas
Hay una paradoja que he escuchado a algunas internas y que siempre ha dado vueltas en mi cabeza. ¿Por qué los empleadores nos dejan al cuidado de sus seres queridos, pero jamás nos prestarían sus coches para dar una vuelta? Quizás sea porque sobredimensionamos el valor de algunas cosas materiales, convirtiéndolas en símbolos de estatus. Pero, como digo, después de pensar mucho en ello, aún no he encontrado una respuesta satisfactoria.
2. El afecto no puede suplirse con dinero
La vida va a toda prisa y en ocasiones somos incapaces de prestar a nuestros seres queridos la atención que se merecen. Entonces, nos entra la tentación de colmarles de regalos, como si el dinero pudiera tapar nuestras ausencias. Eso lo hemos visto muchas internas, ya que trabajamos en hogares donde los adultos apenas disponen de tiempo para sus hijos. Siempre me había parecido triste, pero sentí un terrible escalofrío el día en que me di cuenta de que yo había caído en lo mismo. Me marché de Colombia, mi país natal, cuando mis hijos solo tenían 13 y 14 años. Y, durante mucho tiempo, apacigué mi sentimiento de culpa con envíos de dinero. Ahora sé que aquello, y pese a haber renunciado a muchos días libres para enviar todavía más dinero, jamás suplirá el tiempo que he pasado lejos de ellos.
3. Tendemos a juzgar a la gente por su trabajo
En mis días libres -los fines de semana- colaboro en Servicio Doméstico Activo (Sedoac), una asociación que protege los derechos de las trabajadoras del hogar. La presidenta trabaja como empleada doméstica, pero es abogada de formación. Soy testigo de cómo la gente reacciona de distinta manera cuando ella se presenta como abogada o como trabajadora del hogar. Tengo la impresión de que en cuanto las personas se enteran de nuestra profesión, nos catalogan de una forma concreta, y no muy favorable.
4. Las familias con más dinero no necesariamente son más felices
Cada familia es un mundo y no conviene generalizar. Pero algunas compañeras han trabajado en casas muy prósperas donde el día a día era una pesadilla. Recuerdo el caso de una chica que se encontraba interna en la casa de unos restauradores. Sus empleadores regentaban varios restaurantes, y, paradójicamente, le negaban la comida a su empleada. Ni siquiera le dejaban salir de la casa, por lo que ella acabó sufriendo trastornos psicológicos. Al final, cuanto más gastas, más quieres, así que la felicidad de una familia depende de su calor humano y de su generosidad afectiva.
5. El racismo se manifiesta de muchas formas
Es cierto que nunca he temido por mi integridad por ser extranjera en España. Pero también es cierto que el racismo se manifiesta con mucha sutileza. En Servicio Doméstico Activo me he dado cuenta de que las mujeres negras y las que tienen los rasgos más marcados son las que padecen más abusos. Algunas me han contado que, en su primer día de trabajo, sus empleadores se han detenido para explicarles detalladamente qué es una lavadora. ¡Como si nunca hubiesen visto una! Aunque sus empleadores no puedan imaginárselo, muchas han completado estudios universitarios en sus países de origen.
6. Conoce bien tus derechos
En la asociación ponemos mucho énfasis en el empoderamiento de las trabajadoras, en que conozcan sus derechos y en que no toleren excesos. Algunas veces las familias abusan de las trabajadoras por maldad (conozco casos de internas a quienes han amenazado con retirarles el pasaporte). Pero otras veces lo hacen porque desconocen sus obligaciones como empleadores. Al pasar 24 horas en su domicilio, creen que pueden disponer de ti todo el tiempo. Para evitar situaciones abusivas, lo mejor es que la interna exponga abiertamente a las familias cuáles son los límites.
7. Las internas vivimos en una cápsula de tiempo
Durante el internamiento, las trabajadoras nos olvidamos de nosotras mismas. Nos volcamos tanto en el cuidado de los demás que apenas vivimos experiencias propias. Me di cuenta el día en que, después de cuatro años, regresé por primera vez a Colombia. Allí no me encontré con las mismas personas que había dejado. Mi madre estaba más mayor y mis hijos, de un día para otro, o esa era mi sensación, habían cambiado los juguetes por las correrías con sus amigos. Yo había pasado mucho tiempo dentro de una burbuja. Desde aquel momento supe que lo más duro de nuestro trabajo es poner nuestra vida entre paréntesis.
8. Un poco de hambre y un poco de frío
Me gusta la forma en que las familias españolas respetan el crecimiento de sus hijos. En Colombia esperamos que los niños, a los doce años, actúen como adultos. Y eso nunca ocurre. Sin embargo, los niños deben ser conscientes de lo que cuesta conseguir las cosas. Ya sé que todas las personas somos buenos padres de los niños ajenos, pero he visto a niños muy pequeños tiranizando a sus familias. Creo que a los niños hay que criarlos con un poco de hambre y con un poco de frío. Lo justo para que aprendan el valor de las cosas.
9. Otra relación de pareja es posible
Dejé Colombia porque mi relación de pareja no era sana. Pasé 17 años junto a un hombre con el que no tuve independencia. El hecho de trabajar con familias me ha permitido conocer otras formas de relacionarse, más basadas en la confianza y en la autonomía. Ahora sé mucho mejor lo que quiero para mi vida privada.
Durante este artículo, he hablado mucho sobre el valor de las cosas. Después de siete años como interna he aprendido que el afecto es el bien más preciado. Es cierto que los empleadores nos ofrecen alojamiento y comida, pero las internas tenemos salarios demasiado bajos -ahora mismo suelen pagarse 750 euros mensuales-. Desde luego, ese precio está muy por debajo del sacrificio que supone poner tu vida entre paréntesis, como escribía antes. Y, además, nos manda un mensaje horrible, porque tenemos la sensación de que nuestro trabajo no se reconoce, de que nadie cuida a la que cuida. Por eso, las internas tenemos que grabarnos un mensaje a fuego: cuando sé lo que valgo, no dejo que me pongan precio.
Texto redactado por Álvaro Llorca a partir de entrevistas con Marta Lucía Arboleda.
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