A pesar de las críticas a las redes sociales e incluso de las campañas mediáticas para prescindir de ellas, son pocos los usuarios que deciden borrar sus cuentas. Twitter sigue con sus 300 millones de perfiles, Facebook tiene más de dos mil millones e Instagram continúa creciendo y ya pasa de los 500 millones.
Jaron Lanier, pionero de internet y de la realidad virtual, considera que los beneficios que traen estas redes no compensan los inconvenientes. Y en su último libro, Ten Arguments For Deleting Your Social Media Accounts (diez razones para borrar tus cuentas en redes sociales), da motivos para dejar Twitter, Facebook e incluso WhatsApp y los servicios de Google. Si podemos. Y aunque solo sea por una temporada. Estos son algunos de los motivos que expone en este texto escrito a modo de manifiesto amable:
1. Estás perdiendo tu libertad. Las redes sociales, en especial Facebook, pretenden guardar registro de todas nuestras acciones: qué compartimos, qué comentamos, qué nos gusta, dónde vamos. “Ahora todos somos animales de laboratorio”, escribe Lanier, y formamos parte de un experimento constante para que los anunciantes nos envíen sus mensajes cuando somos más susceptibles a ellos.
Esto también ha tenido consecuencias políticas: los grupos que distribuyen noticias falsas se encontraron con una “interfaz diseñada para ayudar a los anunciantes a alcanzar a su público objetivo con mensajes probados para conseguir su atención”. A Facebook le da igual que estos “anunciantes” sean empresas que quieren vender sus productos, partidos políticos o difusores de noticias falsas. El sistema es el mismo para todos y mejora “cuando la gente está enfadada, obsesionada y dividida”.
2. Te están haciendo infeliz. Lanier cita estudios que muestran que, a pesar de las posibilidades de conexión que ofrecen las redes sociales, en realidad sufrimos “una sensación cada vez mayor de aislamiento”, a causa de motivos tan dispares como “los estándares irracionales de belleza o estatus, por ejemplo, o la vulnerabilidad a los trols”.
Los algoritmos, escribe, nos colocan en categorías y nos ordenan según nuestros amigos, seguidores, el número de likes o retuits, lo mucho o poco que publiquemos… “De repente tú y otra gente formáis parte de un montón de competiciones en las que no habíais pedido participar”. Son criterios que nos parecen poco significativos, pero que acaban teniendo efectos en la vida real: “En las noticias que vemos, en quién nos aparece como posible cita, en qué productos se nos ofrecen”. También pueden acabar influyendo en futuros trabajos: muchos de los responsables de recursos humanos buscan a sus candidatos en Facebook y en Google.
En cuanto a los trols, Lanier advierte: “Todos tenemos un trol dentro”. En el contexto de las redes sociales, las opiniones se polarizan y, a menudo, las discusiones no son oportunidades para dialogar, sino para ganar puntos a costa de dejar a los demás en evidencia, en una especie de antidialéctica del zasca. Lanier nos pregunta respecto a este comportamiento: “¿Eres tan amable como te gustaría ser?”.
3. Están debilitando la verdad. Lanier recuerda que las teorías de la conspiración más locas (él pone el ejemplo de los antivacunas) a menudo empiezan en redes sociales, donde su eco se amplifica, a menudo con la ayuda de bots y “antes de aparecer en medios hiperpartidistas”. El mismo terraplanismo nació a partir de unos pocos grupos en Facebook, amplificados por un algoritmo que daba repercusión a estas publicaciones que se comentaban y compartían más por lo disparatado de su contenido que por su verdadero alcance.
4. Están destruyendo tu capacidad para empatizar. Con este argumento, Lanier se refiere sobre todo al filtro burbuja, término acuñado por Eli Pariser. En Facebook, por ejemplo, las noticias aparecen en la portada según la gente y los medios a los que seguimos y, también, dependiendo de los contenidos que nos gustan. La consecuencia es que en redes accedemos a menudo solo a nuestra propia burbuja, es decir, todo aquello que conocemos, con lo que estamos de acuerdo y que nos hace sentir cómodos.
Es decir, no vemos otras ideas, sino que solo nos llegan sus caricaturas. Y, en consecuencia, en lugar de intentar entender las razones que hay detrás de otros puntos de vista, nuestras ideas se refuerzan y el diálogo es cada vez más difícil.
5. No quieren que tengas dignidad económica. Lanier explica que el modelo de negocio que predomina en internet es consecuencia del “dogma” de creer que “si el software no era gratis no podía ser abierto”. Se creyó que la publicidad era una forma de solucionar este problema.
Lanier propone ya desde libros anteriores como ¿Quién controla el futuro? que hay otras alternativas, como pagar por usar servicios como Google y Facebook. A cambio, podríamos recibir alguna compensación según lo que aportáramos, que podría ser desde contenidos a los datos que ahora mismo regalamos para que se vendan en paquetes de publicidad.
Estas son solo algunas de las razones que da Lanier en un libro que, como admite el propio autor, ni siquiera llega a tocar algunos temas que no le tocan tan de cerca, como “las presiones insostenibles hacia personas jóvenes, especialmente mujeres” y cómo “los algoritmos pueden discriminarte por racismo o por otras razones horribles”.
Lanier no quiere acabar con internet. Al contrario: dejar las redes, aunque solo sea una temporada, puede ser una forma de saber cómo nos están perjudicando y, sobre todo, de darnos cuenta de lo que podrían ofrecernos.
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