La librería Catalònia de Barcelona ahora es un McDonald’s. En la tienda Musical Empòrium de la Rambla ya no se pueden comprar partituras, pero sí cambiar divisas. En la antigual librería Canuda, renacida como Kepos-Canuda en otro barrio, hay un Mango. Y en la también librería Áncora y Delfín, de Diagonal, un Le Pain Quotidien.
#10YearChallenge Barcelona
— Dank Catalan Memes 🎗️ (@memescatalans) 17 de enero de 2019
Però, ei, que el turisme no és cap problema 👌 pic.twitter.com/lFvebABsPC
El tuit con esta imagen, que también se publicó desde otras cuentas, se compartió más de mil veces. Se tuiteó en enero, aprovechando la popularidad del hashtag #10yearchallenge, con el que muchos compartieron fotos mostrando su cambio en diez años, otros lo usaron para compartir contenido humorístico y algunos, como en este caso, para hacer denuncia.
Áncora y Delfín cerró en 2012 por la crisis, tras 55 años de historia, igual que la Catalònia, que cerró tras 89 años en 2013. Los cierres de la Canuda, en 2013, y de Musical Empòrium, en 2015, fueron a causa de la reforma de la Ley de Arrendamientos Urbanos (LAU), que a partir del 1 de enero de 2015 supuso el fin de los contratos de renta antigua para los locales comerciales. Esta reforma, tal y como recogía EL PAÍS, afectó a unos 200.000 comerciantes de toda España, que vieron como sus rentas podían duplicarse, triplicarse o simplemente dispararse.
Precisamente cuando entró en vigor esta ley, este diario habló con Lluís Castelló, de Musical Emporium, abierta en 1901. De 81 años, aseguraba que “seguiría al pie del cañón si no me hubieran forzado a cerrar”.
Pero estos cuatro comercios no son los únicos establecimientos históricos de la ciudad que no han sobrevivido al #10yearchallenge. El arquitecto Josep Maria Montaner escribía en EL PAÍS que “esta eutanasia de la ecología de las calles tiene efectos negativos sobre la calidad de vida de los barrios: disminuye la variedad y se pierden irreversiblemente valores históricos”. Y añadía que “estamos retrocediendo en calidad y diversidad de lo cotidiano, dilapidando nuestra memoria y potenciando una imagen urbana vulgar y anodina”.
Ni discos, ni telas, ni trajes
Unos de los comercios del centro de Barcelona que tuvo que cerrar fue Discos Castelló, que en 2016 cerró su establecimiento de la calle Tallers. En 1928 Antoni Castelló abría una parada en el Mercat de Sant Antoni dedicada a la venta de música en varios formatos. Desde entonces fue creciendo, convirtiéndose en un verdadero referente de la venta de música en Barcelona. La que fue la primera de las tiendas fuera del mercado de Discos Castelló, en Tallers 79, sigue abierta bajo el nombre El Setanta-Nou. aunque ahora se encarga a la venta de productos relacionados con el mundo del cine.
El encargado de el Setanta-Nou es Joan Castelló: “Mi padre era el propietario de Discos Castelló y cuando hizo el concurso de acreedores, otros dos socios y yo decidimos montar un negocio diferente”. El Setanta-Nou es una tienda especializada en cine. “El cine está en crisis pero gracias al precio y la especialización hemos podido girar la tortilla. Ahora somos nueve personas trabajando y la única competencia que tenemos es la piratería”, asegura Castelló.
Otro comercio clásico que tuvo que cerrar fue El Indio, que llevaba abierto desde 1870. Víctor Riera, gerente de El Indio, ya explicaba en EL PAÍS en 2014 que las ventas de su tienda de telas de Barcelona se habían visto afectadas los últimos años, como el resto del comercio, por la libertad de horarios, el auge de las grandes marcas y superficies y la caída del consumo. La tienda aparecía en la novela El juego del ángel, de Carlos Ruiz Zafón, ambientada en los años 10 y 20 del siglo pasado.
En 2015 cerró la sastrería Deulofeu, en la plaza Sant Jaume (donde están Ayuntamiento y Generalitat), también por la reforma de la ley del alquiler. Llevaba 97 años abierta y ahora es un Costa Coffee, una franquicia internacional de cafeterías. También cerraron la mercería Las Novedades (local sin alquilar aún, según Google) y la juguetería Monforte (ahora un bar de tapas). El Club Coliseum, en Rambla Cataluña, era un cine y ahora es un bar. El cine Urgell, que era el más grande de la ciudad, cerró en 2013.
Comercios emblemáticos protegidos (a medias)
El ayuntamiento de Xavier Trias protegió la estructura de 228 comercios emblemáticos en 2015. Lo que se protegía era todo o parte de los elementos físicos de la tienda, pero no su actividad.
Entre ellos estaba el Colmado Quílez, abierto en 1908, que sobrevive en Rambla Cataluña 65. Pero muy cambiado: el local tenía 300 metros cuadrados y se dividió en dos. Hoy en 80 metros continúa el ultramarinos y el otro local lo ocupa ahora una tienda de ropa.
Su propietario Carlos Lafuente asegura que el mayor varapalo que sufrió la empresa fue el pasado 2015. “En 1974 se pagó un traspaso muy grande pero un alquiler pequeño para nuestro local. Pero en 2015 al modificarse la ley de alquileres fue un desastre. De un alquiler de 3.000 nos pidieron 25.000 y un traspaso de 500.000 euros. La empresa tiene músculo y por eso continuamos”.
Tuvo mejor suerte que el Forcada, colmado que no estaba muy lejos (Mallorca con Paseo de Gracia) y que cerró en 2014. El colmado tenía 140 años de historia. Jordi Forcada Muntaner, bisnieto del fundador, dijo entonces a EL PAÍS que "Barcelona morirá de éxito". Y añadía: "Demasiado turismo. A pesar de tener muchos congresos, mucho turistas, mucha tienda de lujo, Barcelona se está quedando fría, se están comiendo lo que había en los barrios, el alma de la ciudad”"
No cierran, pero se mudan
Algunos de los comercios siguen abiertos, aunque se hayan tenido que trasladar. La reforma de la Ley de Arrendamientos Urbanos (LAU) obligó a la histórica Casa Palau -tienda de juguetes y modelismo- a abandonar en 2015 la sede fundada por el abuelo de Anton Palau en 1935, en la calle Pelayo. “Al principio pensé que podría mantener el alquiler, pero vendiendo juguetes no es afrontable”, asegura Palau. En 2001 se adelantó a la situación y abrió un local en Ronda Sant Antoni, pero no era suficiente y tuvo que reabrir otro en Balmes.
“Estos cambios han representado una disminución de plantilla porque de los locales que teníamos a los que tenemos ahora ha cambiado mucho la situación. El local emblemático de la calle Pelayo es hoy una óptica pero han conservado el título de Palau y me enorgullece que sea una especie de icono para la ciudad”, sostiene.
Un caso similar es el del Palacio del Juguete, que estaba al lado de la Catedral y ahora es un Geox. La tienda sigue abierta, aunque se ha tenido que trasladar. Según explicaba el arquitecto Josep Maria Montaner en EL PAÍS, su alquiler pasaba de 1.000 a 35.000 euros mensuales. Montaner apuntaba que los alquileres de locales en el centro histórico de la ciudad están en torno a los 10.000 y 20.000 euros, cifra que llega a los 100.000 en el caso del Paseo de Gracia, de donde tuvo que irse la librería Jaimes, ahora en la calle Valencia, para dejar sitio a una tienda de Timberland.
Otra tienda del Paseo de Gracia que cerró fue Vinçon: lo hizo en 2015, después de 74 años de historia, después de años de caídas en las ventas. Ahora es un Massimo Dutti, del grupo Inditex.
Del traslado del Palacio del Juguete se hacía eco un artículo de The New York Times de 2014, que recogía que todos estos cambios no eran solo culpa de la gentrificación, sino de la mencionada LAU.
El diario recogía las declaraciones de Josep Maria Roig, propietario de la (aún abierta) pastelería La Colmena y secretario de una asociación de comerciantes de Barcelona. Roig decía que la desaparición de tiendas tradicionales de barrio gótico barcelonés era “una pérdida criminal de patrimonio en una ciudad ahogada por el capital y por las marcas internacionales que está perdiendo todo el sentido de la historia, del orden y de una planificación urbana con sentido”.
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