Machu Picchu en Perú, Angkor en Camboya, Taj Mahal en India, Petra en Jordania, Yellowstone en Estados Unidos, Tikal en Guatemala... Son solo algunos de los lugares asombrosos del mundo que han recorrido José Antonio Ruiz, Jorge Sánchez y Sabino Antuña. Son tres personas que han convertido su pasión por viajar en su proyecto de vida. Han visitado todos los países del mundo —los 193 reconocidos por la ONU— y nos han relatado sus andaduras. También nos han explicado cuál es la mejor forma de preparar el equipaje, dónde se hospedan, cómo financian sus viajes y qué han aprendido después de décadas recorriendo el mundo.
José Antonio Ruiz
Viajar a todos los países del mundo no fue algo que planificara mucho. Lo hago desde que tengo uso de razón porque me hace sentir vivo, libre e ilusionado. Conocer rincones lejanos, paisajes variopintos y culturas distintas es la mejor forma de aprender. Un día me di cuenta de que ya había visitado casi todos los países y me dije: ¿Por qué no? A los 44 años finalmente completé la totalidad de los países.
A veces, planeo todo con mucha pasión antes de ir a los lugares. Para mí, la planificación es parte del viaje: leo, busco, pregunto, contrasto... Otras veces, en cambio, simplemente me lanzo y lo que venga. Eso sí, hay cosas que nunca faltan en mi maleta: ropa interior, camisetas, un pantalón, una camisa gordita "porsiaca", un pañuelo tipo foulard, un antifaz, tapones, un neceser con lo mínimo, paracetamol y muchas ganas.
Me he costeado los viajes ahorrando. Mi trayectoria profesional es extensa y variada, ya que empecé joven. He ocupado todo tipo de cargos (de vendedor a directivo) en los sectores más variados (desde el informático al financiero) trabajando para terceros y para mí mismo. Me gusta pensar que cuesta lo mismo una copa que una noche en un albergue. Es un tema de prioridades y, con el tiempo, te das cuenta de que para viajar no hace falta mucho dinero. Por ejemplo, no solo he viajado en aviones, sino que he probado todo tipo de transportes: desde burros a trenes llenos de gallinas.
También me he hospedado en todo tipo de alojamientos, aunque por lo general depende del destino y de la compañía. Hay veces en las que no puedes elegir y duermes donde buenamente se pueda o te dejen. Cuando voy solo, me gustan las casas de gente local o los albergues para coincidir con otros viajeros. Viajar proporciona grandes amistades y sorpresas. He conocido personas en Armenia que me he encontrado años después en Tayikistán. O un amigo que hice en Tuvalu (Polinesia) me lo encontré años más tarde en Los Ángeles.
Cuando pienso en mis viajes, se me agolpan los recuerdos. Algunas situaciones me hacen sentir que el mundo es maravilloso, como aquel día que me adentré en las selvas de la República Democrática del Congo o cuando me sumergí en el Paso Sur del atolón de Fakarava en la Polinesia Francesa. Otras, que la belleza realmente existe, como la primera vez que vi Florencia o cuando me senté durante horas a admirar el Taj Mahal. Otras, me sacan una sonrisa, como aquella vez en las islas Comoras —en el océano Índico— en la que traté de encender el ventilador de mi cutre habitación y empezó a dar saltos y a perseguirme. En cambio, otras situaciones me siguen haciendo pensar que tengo mucha suerte de seguir vivo. Por ejemplo, cuando un narco me encañonó con una pistola en un bar de mala muerte en México.
Cuando viajo, me gusta conocer a la gente del lugar. Es increíble lo que nos parecemos todos independientemente de nuestra procedencia. Al final, tenemos los mismos miedos y disfrutamos de las mismas alegrías.
Pero también hacemos muchas cosas de forma diferente según nuestro entorno. En Georgia, si sales con amigos o familia, se pasan la velada brindando por todo: por el abuelo, por el primo que fue a buscar fortuna a la ciudad, porque hay un nuevo canal en la televisión, por el otro abuelo o simplemente porque sí. En Sudáfrica, a los coches les llaman "two more" (dos más) porque siempre entran dos personas más independientemente de cuánta gente haya dentro en ese momento. La capacidad de apiñarse en los vehículos y terminar con la cara aplastada contra la ventana es infinita en algunas zonas de África.
Tras haber vivido en 11 países distintos, ahora me apetece estar en España, que es donde están los míos. Aunque sigo viajando siempre que tengo la oportunidad. Creo que todos deberíamos visitar aquel lugar con el que alguna vez hemos soñado y al que nunca nos hemos decidido a ir. Les diría a todas las personas que quieran viajar por el mundo que empiecen por donde crean que se van a sentir más cómodos. También que no tengan prisa. Que planifiquen, que sueñen, que se lancen... El mundo está pacientemente esperándonos a todos para salir y descubrirlo.
Jorge Sánchez
Los viajes de Simbad el Marino me inspiraron desde mi infancia para recorrer el mundo. A los 13 años dejé el hogar paterno con la intención de llegar hasta Mauritania trabajando por el camino para pagarme los gastos de comida, alojamiento y transporte. Pero por el camino me convencieron de que volviese. Ignoraba que para cruzar fronteras se precisaba un documento llamado pasaporte, y yo carecía de él.
Una vez que obtuve el pasaporte, a los 18 años, viajé por once países de Europa durante dos años hasta que tuve que regresar a España para cumplir mi servicio militar, que entonces era obligatorio. Luego elegía al azar un continente para recorrerlo. Una vez en él, improvisaba y viajaba a donde me aconsejaban los nativos.
Hasta que conocí en Pakistán a una pareja de viajeros japoneses y me contaron que ya habían superado los 100 países. Quise imitarlos y, a los 35 años, me propuse visitar todos los países del mundo. Entonces ya empecé a viajar exprofeso a los que me faltaban. Terminé de hacerlo en el año 2003, a mis 49 años, cuando aún había 192 países, siendo Somalia el último que conocí. Después se independizó Sudán del Sur en el 2011 y viajé especialmente allí para visitarlo.
Por un lado, he procurado viajar por tierra —en tren si es posible—, evitando el avión porque al volar te pierdes lo que hay entre el origen y el destino. Por otro, he procurado recorrer los países con la máxima profundidad. Por ejemplo, de Rusia conozco sus 85 divisiones territoriales; de Estados Unidos, sus 50 estados; también las 24 provincias argentinas; las 31 de China; las 9 de Bolivia; las 17 autonomías españolas; los 26 cantones de Suiza; los 16 länders alemanes...
Hoy considero que para ser un hombre o una mujer completos se han de cumplir cuatro requisitos: plantar un árbol, escribir un libro, tener un hijo y dar una vuelta al mundo. Después de tantos años viajando he aprendido a amar todo cuanto respira. Considero el planeta Tierra mi universidad y al recorrerlo adquiero conocimientos valiosos de humanidades, incluyendo geografía, historia, filosofía, religiones... En resumen, lo que se suele llamar "mundología"... y hasta lenguas. Un buen viajero ha de procurar dominar las seis lenguas de trabajo de las Naciones Unidas, que son árabe, chino, español, francés, inglés y ruso.
Los mejores momentos de mis viajes han sido cuando me he adentrado en lugares especiales como el antiguo Reino de Mustang, mi visita a diez monasterios del Monte Athos, cruzar en barco las islas del archipiélago Jolo en el mar de Sulú (entre Filipinas y la isla de Borneo) y convivir una temporada en una cueva junto a los sadhus en las fuentes del río Ganges. También he disfrutado al cruzar por mis propios medios toda África en horizontal durante cuarenta días sin parar: desde el Mar Rojo al océano Atlántico pasando, entre otros países, por Sudán, incluyendo la peligrosa zona de Darfur, Chad, Níger, Burkina Faso y Mali.
Pero si hay algún sitio que todos deberíamos visitar una vez en la vida, creo que debería ser India. Lo posee todo: filosofía y cultura ancestral, religiones diversas, templos coloridos y exóticos, naturaleza bella y exuberante, gente amable... Además, para mí la mejor comida del mundo es la india.
Los peores recuerdos de viaje los asocio a un viaje a Afganistán en tiempos de guerra en 1989. Fui capturado por los militares, encerrado en una mazmorra de Kabul durante 4 meses y condenado por entrada ilegal en el país y tenencia de propaganda subversiva a cinco años de prisión. No era cierto, pero de no haber sido por la intervención del Gobierno español, que intercedió por mí hasta conseguir mi liberación, no creo que hubiera sobrevivido.
Estando fuera, echo de menos a mi familia. Cuando mis padres estaban vivos, siempre les mandaba postales de los sitios nuevos que visitaba. En la actualidad, cuando viajo, echo de menos mi mujer y mi hijo, que viven en Siberia. Ahora mis viajes son mucho más cortos, de tres a seis meses de duración. Mi trabajo me lo ha permitido porque me dedico a la hostelería en la Costa Brava gerundense: fregando platos, ayudando en la cocina o llevando turistas desde el aeropuerto al hotel y viceversa. Cualquier trabajo es digno y el dinero ahorrado durante la temporada turística lo invierto en viajar durante el invierno.
Deberíamos considerar el planeta como un gran palacio de cinco plantas: los cinco continentes. Cada planta con numerosas habitaciones que representan los 193 países de las Naciones Unidas y que albergan tesoros y conocimientos de humanidades. Si uno se queda en la habitación donde ha nacido, se perderá el admirar los tesoros que existen allí afuera. Por eso viajar es vital, es conocimiento y hasta es salud.
Sabino Antuña
Yo hice mi primer viaje solo con 11 años. Cogí varios trenes para ir de Gijón a Navarra. Aunque era de noche, iba mirando por la ventana incluso dentro de los túneles. Aquello me ilusionó. Me maravillaba ver sitios nuevos. Después me dejaban ir en tren de vez en cuando. Fui a ciudades como Salamanca o Vigo y, tan pronto como pude, me fui a vivir a Francia con 22 años y seguí recorriendo lugares.
El viajero de verdad no factura nunca. Si dejamos a un lado las cosas que llevamos por si acaso, ya habremos quitado unos cuantos kilos. Y si cada noche lavamos la camisa y la ropa interior, podemos llevar menos ropa y la maleta no olerá mal. La ropa estará seca por la mañana si, tras lavarla, le quitamos el agua envolviéndola con una toalla y retorciéndola con fuerza.
También es recomendable llevar una faja con los documentos (o fotocopias de estos) oculta siempre por debajo del cinturón. Y en países con fronteras terrestres peligrosas, recomiendo además hacer unos rollitos con dólares envueltos con un plástico y colocarlos bajo el arco de los pies. Si llevas calcetines, no te molestan al caminar. Y es un lugar donde ni la policía más corrupta los encuentra. Si toca atravesar fronteras terrestres peligrosas, es mejor viajar solo. Se soborna mejor sin testigos.
Por el contrario, en países fáciles es mejor viajar con alguien que ya tenga experiencia. En los países ricos los sitios más limpios y económicos para hospedarte son los B&B (Bed and Breakfast). En los pobres lo mejor es un hotel de tres estrellas que equivale a una pensión aceptable en España. Si solo viajas unas semanas, tienes que costear el viaje tú mismo. Pero si viajas varios meses, siempre encuentras un trabajo para sobrevivir. Yo he trabajado en una consultoría y en proyectos de ingeniería. He intervenido en la construcción de presas, túneles, canales, estaciones depuradoras de aguas residuales...
Hará unas tres décadas que visité todas las naciones. Tenía cerca de 50 años. Aunque solemos hablar de países cuando, realmente, queremos hablar de estados. Y viceversa. El estado no deja de ser una división política de muy reciente creación, además en muchos casos sin alma ni carisma propios. Italia no existió hasta hace solo 158 años, pero Venecia o La Toscana existían miles de años antes. Los países son auténticos: sus etnias, sus tradiciones, su historia, sus guerras, sus reyes, su idioma, su comida, sus ropas, su escala de valores... Las fronteras de muchos estados africanos han sido definidos o delimitados por el hombre blanco europeo basándose simplemente en un meridiano o paralelo o bien tomando un río como una cómoda frontera. Al hacerlo separaron etnias, familias, idiomas, culturas... Todo muy lamentable y cruel.
Los viajeros de mi entorno me consideran el primer español en recorrer todas las Naciones Unidas. En el año 2003 fui premiado con una medalla de oro por llegar a ser el viajero número uno de un Club Internacional de Grandes Viajeros al haber visitado los 245 países que, según el Club, conformaban todo nuestro planeta. Ahora estoy jubilado desde hace un par de décadas y nunca he dejado de viajar. Acabo de visitar, por tercera vez, la agradable Costa Amalfitana, y voy de camino hacia tierras rusas para recorrer, por cuarta vez, Australia y el Pacífico Sur.
Si tuviera que elegir un sitio en el que vivir, serían las islas de la Polinesia por su maravillosa belleza, por sus gentes dulces y encantadoras, por el color de sus aguas, la belleza de sus atolones y sus lagunas, por la vegetación llena de flores, por el tiempo del que la gente dispone para hablar contigo y hablar entre ellos, por no tener la ambición y el estrés que arrastramos nosotros... Porque se les ve felices, muy felices. Hablaría horas y horas sobre las islas del Pacífico, de los altos niveles de felicidad de muchos países del mundo cuya renta por habitante es la mitad o un tercio que la nuestra. No son tan tontos como para trabajar 10 horas al día solo para comprar un coche nuevo.
Recuerdo anécdotas muy especiales. Una vez estaba en un pueblo de Yibuti, un territorio muy pequeño a la entrada del mar Rojo que comunica todo el tráfico marítimo del Índico con Europa o el Atlántico. Entré en un bar y conocí a John, un hombre que se dedicaba a llevar barcos comprados desde Australia hasta Inglaterra.
Me contó que, en una ocasión, le sorprendieron unos vientos muy fuertes en las Islas Cocos, a mitad de camino entre Sri Lanka y Australia. Se tuvo que quedar allí dos o tres meses esperando para partir y se enamoró de una chica. Unos cinco años más tarde fui al archipiélago del que me habló y un marinero que lo había conocido me llevó a casa de aquella chica. Entonces supe que habían tenido un hijo juntos, aunque el chaval no había llegado a conocer a su padre. Ella me pidió una foto de John para que su hijo, por fin, lo conociera.
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