En Halloween hay quienes optan por disfraces originales y quienes tiran de clásicos. Para estos últimos, el disfraz de bruja es uno de los más populares. Tenemos una imagen muy consolidada en torno a estas hechiceras: nos imaginamos una mujer malvada, probablemente fea, que vuela con su escoba y realiza pócimas de ingredientes extravagantes en un viejo y oxidado caldero, pero… ¿Esto ha sido siempre así? ¿Cómo surgió la imagen estereotipada de las brujas que ha llegado a nuestros días? La historia del arte nos puede ayudar a rastrearlo.
Basta con volver la vista atrás, a la antigüedad clásica, para comprobar que efectivamente la definición de bruja venía acompañada de connotaciones radicalmente distintas: las brujas no eran más que hechiceras, jóvenes que usaban su magia para hacer el bien. Las sibilas son un claro ejemplo de ello, mujeres con poderes adivinatorios, capaces de predecir el futuro. Y por ello siempre se han representado rollo en mano, junto a otros elementos propios de su adivinación, tal y como se pueden ver en la bóveda de la Capilla Sixtina del Vaticano.
La Edad Media trajo consigo el triunfo definitivo de la religión cristiana, que rechaza toda práctica mágica que no dependa directamente de su dios. Y ya que no existe el bien sin el mal, a raíz de esta idea surgiría la contraria: el culto a lo satánico, que se convertiría en una auténtica herejía de la que acusar a todo aquel que no cumpliera las normas. La cosa era más grave en el caso de las mujeres, teniendo en cuenta que la Iglesia las consideró seres débiles y proclives al pecado. Todo culminaría en los siglos XVI y XVII, época central de las grandes cazas de brujas, y es precisamente aquí donde podemos situar el origen del concepto de bruja tal como lo conocemos hoy.
Los artistas más brujescos
Ya sea como las sabias hechiceras de época clásica o como las horribles compañeras de Satán, la representación de las brujas atrajo a numerosos artistas. Aquelarres, hechizos, vuelos sobre escoba y muerte en la hoguera se convirtieron en temas recurrentes desde los primeros años de las persecuciones, siendo varios los virtuosos que contribuyeron a construir la imagen de la bruja que hoy protagoniza nuestros disfraces de Halloween.
Tal vez Alberto Durero (1471-1528) fue uno de los mayores responsables de la conformación de la iconografía actual de la bruja. Famoso por sus dibujos y grabados, algunos fueron protagonizados por estas hechiceras de dos formas posibles: bien como jóvenes que usan sus poderes de seducción para llevar a los hombres a la ruina, o bien como las feas y temibles brujas que se reúnen con el demonio y conjuran a todo aquel que cruza en su camino.
La imagen de la bruja como un ser maligno y de una marcada fealdad se vio reforzada especialmente por los autores flamencos. Artistas como Brueghel el Viejo (1525-1569) o Frans Francken el Joven (1581-1642), sintieron un enorme interés por la representación de estas mujeres, convirtiéndolas en protagonistas de sus obras y representándolas junto a algunos de sus elementos más distintivos.
Francisco de Goya (1746-1828) representó a las brujas en distintas etapas de su producción, tanto en sus grabados de Los Caprichos, como en los aquelarres que protagonizan algunas de sus Pinturas Negras. El pintor aragonés emplea la imagen de estas hechiceras para llevar a cabo una dura crítica social, aunque algunas de ellas parecen ser un fiel reflejo de los tormentos que le persiguieron en los últimos momentos de su vida.
Henry Fuseli (1741-1825), pintor de los sueños (aunque más correcto sería llamarlo de las pesadillas), también se atrevió a inmortalizar a las brujas en varias ocasiones. Ya sea basándose en obras literarias o en pasaje reales, las brujas de sus obras suelen aparecer acompañadas de otros seres demoníacos, con intenciones poco beneficiosas para sus protagonistas, pero evitando ser muy explícito, dejando que sea el espectador quien complete la escena en su imaginación.
Pero no todos temieron a las brujas. En el siglo XIX, el grupo Prerrafaelita recuperó la representación de estas hechiceras y lo hizo bajo un halo sensual, más cercano al anhelo que al terror. John William Waterhouse (1849-1917) se decidió a representar los antiguos mitos clásicos, brujas sabias y bellas que le sirven de modelo para personificar la “femme fatale”, la mujer que con sus encantos te lleva a la ruina. Los simbolistas también siguieron este nuevo modelo, destacando las escenas de William Blake (1757-1827), obras que parecen sacadas de los cuentos de fantasía.
Volar en escoba
La escoba, además de ser un símbolo político, ha aparecido asociada a la mujer con connotaciones más o menos machistas. Y con las brujas, por supuesto, que han sido representadas junto a este elemento desde fechas tempranas. Algunos consideran la ilustración de Le Champion des Dames como la primera representación de una bruja volando sobre su escoba y la irremediable pregunta que nos asalta es cómo surgió esta idea.
No olvidemos que las brujas eran en realidad mujeres que estudiaban las propiedades de las plantas, experimentando con sus propiedades curativas y alucinógenas a pesar de que estas prácticas estuvieran prohibidas. En ocasiones para mitigar sus propios dolores, empleaban pequeñas dosis de plantas venenosas que les producían alucinaciones y tenían la sensación de volar. Sin embargo, la ingesta de estas pócimas entrañaba terribles efectos secundarios, principalmente vómitos, mareos y dolores estomacales.
Con el tiempo, estas mujeres cayeron en la cuenta de que los efectos adversos podían evitarse aplicando la mezcla a través de ungüentos. Y había una zona en concreto donde el efecto se incrementaba: la vagina. Jordanes de Bergamo, un investigador del siglo XV que trató de cerca las persecuciones de brujas, señala en uno de sus manuscritos la costumbre de estas mujeres de aplicar la mezcla sobre una vara para posteriormente montar sobre ella, además de extender los ungüentos sobre otras partes de su cuerpo. En los juicios, algunas de las acusadas por brujería declararon sentirse levitar al entrar en contacto con las sustancias alucinógenas al frotarse con el palo de la escoba.
Las cabras, protagonistas de los aquelarres
La representación de la cabra junto a las brujas es bastante común. Algunos artistas, como Francisco de Goya, representaron este animal presidiendo los aquelarres; otros, como Luis Ricardo Falero, representaron a las brujas yendo a estas reuniones montadas sobre cabras. La realidad es que, llegados a cierto punto, toda representación de lo satánico contaba con este animal.
La explicación más probable, como bien señala Robert Muchembled, famoso historiador francés, la encontramos en el momento en el que el cristianismo se impuso como religión dominante. Su triunfo supuso el irremediable rechazo de lo pagano y, muy especialmente, de una deidad en concreto: el dios Pan, mitad hombre y mitad cabra, que gustaba de los placeres terrenales y, especialmente, de todo lo relativo al sexo. Esta y otras manifestaciones de deidades similares fueron consideradas malignas, y por ello muchas de ellas fueron destruidas. Además, la aparición de la cabra en la Biblia (Mateo 25:31-46) no mejoraba su posición: se usa como una metáfora para aludir a los pecadores, frente a las ovejas que son el rebaño del señor.
El renacer de la bruja
En los últimos tiempos, las brujas parecen haber resurgido de entre sus cenizas. El movimiento feminista ha decidido resucitar su figura para liderar sus reivindicaciones, ya que considera que las antiguas persecuciones fueron un ataque sin pretexto al modelo de mujer que no cumplía con las reglas sociales. Las “nuevas brujas” encuentran en las de antaño un motivo para empoderarse y luchar por sus causas. Resulta difícil saber cómo representaremos a las brujas del mañana, pero seguro que las de hoy se nos aparecen con menos miedo que nunca.
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