Aunque parezcan auténticas, la mayoría de las publicaciones que Amalia Soto (Puerto Rico, 1989) comparte en internet son pura simulación. Por eso recurre a un seudónimo, Molly Soda, para reflexionar sobre el concepto de identidad digital: la inevitable pose que todos tenemos un redes sociales.
Cuela así sus performances entre el océano de stories de Instagram, vídeos de YouTube y demás publicaciones que llegan a diario a las redes sociales. A menudo, sus obras hechas con cámara web imitan situaciones que ha visto en internet. Puede ser un tutorial, un challenge o un directo hecho en pijama desde la intimidad de su cuarto. Luego, lanza sus performances a las redes sociales, como si fueran mensajes es una botella. “Me atrae la idea de llegar a usuarios que creen que esas publicaciones son reales porque no saben de mí ni tienen un contexto concreto sobre ellas”, cuenta la artista digital a Verne por teléfono desde Nueva York, la ciudad en la que vive y trabaja. Desde hace años, traslada sus ideas al mundo analógico en galerías de arte de todo el mundo.
De entre los vídeos de su canal de YouTube que muchos usuarios comentan como si fueran auténticos, el más exitoso habla de cómo afeitarse las axilas. Mientras que finge las formas de un tutorial, enfrenta al espectador a primeros planos de abundante vello femenino, retando así al eterno tabú de las mujeres que deciden no afeitarse. "Si este asunto sigue siendo un tema de conversación es por dos razones. Nos encanta opinar sobre cómo deben los demás vivir sus vidas y no podemos evitar seguir perpetuando el ideal de belleza que nos han inculcado", defiende.
Su relación con internet es muy similar a la de otros nativos digitales. Llegó con tres años desde Puerto Rico a Bloomington, una pequeña ciudad de Indiana (Estados Unidos). Navegar en ese mundo virtual era una forma de buscar su identidad en plena adolescencia: “Aunque me mudé siendo muy pequeña, tenía la edad suficiente como para encontrarme desde entonces entre dos mundos. Nunca me he sentido completamente arraigada a un sitio. Para mí, internet ha sido lo más parecido a una patria que he tenido en mi vida”.
Con 11 años, empezó a conectarse a Neopets, una web que te permite crear mascotas virtuales e interactuar con otros dueños. “Establecí relaciones con gente que no había visto nunca en persona. Luego, cuando me puse a chatear con amigos de la escuela en el Instant Messenger de AOL [muy similar al messenger de MSN], caí en la cuenta de que en internet nos presentamos de forma distinta de como somos en el día a día”, recuerda. Desde que se inició como artista, da vueltas a ese contraste entre la imagen que proyectamos en nuestros perfiles (la que deseamos ser) y la que tiene que ver con la vida analógica (lo que creemos que somos o lo que los demás creen que somos).
El vídeo de Vimeo Who's sorry now? (¿Quién lo siente ahora?), uno de sus análisis sobre este juego de egos y álter egos, formó parte en 2018 de la exposición colectiva Eye to I: Self-Portraits from 1900 to Today, de la National Portrait Gallery de Londres. A través de obras de Edward Hopper, Diego Rivera y la propia Molly Soda, entre otros 70 artistas, la muestra analizaba la evolución del autorretrato en los últimos 120 años.
Who's sorry now? (¿Quién lo siente ahora?) el vídeo de Vimeo que formó parte de la exposición sobre autorretratos de la National Portrait Gallery
De ciudadanos a usuarios
Las redes sociales han cambiado mucho desde que se lanzaron. También lo ha hecho nuestra relación con ellas, opina Molly Soda: "Ahora, en vez de buscar un sitio al que pertenecer, las usamos para relajarnos y huir del mundo”.
“También integramos toda nuestra vida en ellas: mantenemos conversaciones personales, hacemos la compra, buscamos trabajo… No es algo malo, pero, mientras que conocemos nuestros derechos como ciudadanos, no tenemos claro los que tenemos como usuarios. Necesitamos plantearnos más en serio las cosas a las que estamos renunciando solo para obtener algunas comodidades en internet o, simplemente, por miedo a no formar parte de esa fiesta virtual a la que todo el mundo asiste”, dice.
En 2015, publicó el fanzine Should I Send This, (¿Debería enviar esto?), que recopila sus selfis con poca ropa para convertir el miedo a la exposición pública en empoderamiento y cuestiona las nuevas formas de crear intimidad a través de mensajes privados. Y, dos años después, lanzó un libro junto a la artista Arvida Byström con imágenes de usuarios censuradas por Instagram.
Su propia web es un caótico álbum de recuerdos de lo que era internet y de cómo ha evolucionado. “Es una selección de contenidos como los de antes, libre de algoritmos”, comenta.
Cada vez más galerías de arte invitan a Molly Soda a trasladar a un espacio físico sus propuestas virtuales, aunque ella sigue centrada en explorar el potencial interactivo de internet. En 2018 creó Wrong Box, su primer videojuego. Es de nuevo un ejercicio de nostalgia tecnológica. En él, recrea el imaginario visual del escritorio de un viejo ordenador de sobremesa.
“Las redes sociales son una plataforma que ofrece unas posibilidades que no encuentras en una galería de arte. Cuando cuelgo una obra en internet, no está completa. Las reacciones, los comentarios y los vídeos relacionados que te sugiere la red social en la que está publicada van completándola y permiten que esa obra evolucione y crezca. A diferencia de las galerías tradicionales, navegar por webs y redes sociales te enfrenta a lo imprevisible. Aunque no sé hasta cuando será así, porque internet es cada vez un mundo más pequeño y menos espontáneo”, lamenta Molly Soda.
* También puedes seguirnos en Instagram y Flipboard. ¡No te pierdas lo mejor de Verne!