La bisabuela de Paula Bueno, asturiana de 25 años, coleccionaba sellos y enviaba cartas. Cuando tenía sellos repetidos, se los regalaba a su bisnieta, que ya a los siete años empezó a interesarse por el mundillo del correo postal, a coleccionar esos sellos y también a escribirse con una amiga a la que solo veía en verano. El interés y las cartas fueron decayendo con el paso del tiempo, pero cuando hace unos seis años su bisabuela falleció, Paula retomó la afición. En la actualidad, calcula que se cartea “con unas 40 personas”, cuenta a Verne por correo no postal, sino electrónico.
Con todas esas personas contactó por primera vez a través de Internet, especialmente por Instagram, donde descubrió que había una “gran comunidad” de aficionados al snail mail, el término que se usa en inglés para referirse al correo postal (significa, literalmente, "correo caracol"). La propia Paula tiene una cuenta en Instagram sobre este tema, donde cuenta con más de 20.000 seguidores. Con muchos lleva años carteándose de forma regular y, aunque no se conozcan en persona, la relación es ya de amistad. Cuenta, por ejemplo, el caso de un “señor brasileño” que vive en Australia. “Llevo algo más de cinco años escribiéndome con él y es una delicia leer sus largas cartas hablando sobre la vida”, explica.
Escribirse con desconocidos que, poco a poco, van dejando de serlo es un clásico del mundo de la correspondencia. Lo que hace años se publicitaba en revistas como la SuperPop ahora se ha trasladado a comunidades online en redes sociales. Usando hashtags específicos en Instagram, como el ya mencionado #snailmail (hay casi dos millones de publicaciones con esa etiqueta) o #penpals (los penpals son amigos por correspondencia, hay casi 730.000 publicaciones), es posible encontrar gente interesada con la que cartearse. Hay también grupos en Facebook como PEN PALS (unos 15.000 miembros) en los que la gente publica datos básicos sobre sí misma y sus intereses buscando nuevas personas a las que escribir.
Nunu Macías, gaditana de 46 años, conoció a las tres personas con las que más se escribe a través de Facebook, aunque no en estos grupos. Ani, de Galicia y “más o menos” de su misma edad, y Goyo, argentino de “cincuenta y pico años”, llegaron a ella leyendo las publicaciones que subía y aún sube a las redes sociales desde su blog. El caso de su tercer penpal, Fernando, que ronda los 50 y es de Barcelona, es diferente. “Nos unió la enfermedad que se llevó a mi madre hace unos años y que también él conoce, la ELA”, cuenta a Verne por email.
Hay también personas que han logrado algo más difícil en los tiempos (digitales) que corren: mantener una correspondencia estable con amigos de toda la vida.
Es el caso de Isabel G. Orejas, leonesa de 36 años, que cuenta que su relación epistolar más larga es con su mejor amiga de la facultad. “Ella vive en un pueblo de mi provincia y entre el trabajo, la familia, etcétera, nos vemos muy pocas veces al año”, explica por correo electrónico. Así que se ponen al día a través de cartas, “de esas largas que tardas horas en escribir”. Ella siempre escribió cartas y de pequeña tuvo un par de amigas por correspondencia. “Nos contábamos las cosas de clase y de los chicos que nos gustaban, y nos enviábamos recortes de revistas de nuestros grupos favoritos para forrar las carpetas”, recuerda. Con el tiempo, fueron perdiendo el contacto.
Cómo intercambiar cartas cambia una amistad
Dice Isabel G. Orejas que es posible que esta y otras amistades que mantiene por correspondencia sean más cercanas gracias a las cartas. “Al escribirnos hemos estrechado la relación de amistad que, de otra manera, podría haberse perdido o [en los casos en los que al otro lado del buzón hay un desconocido] no haber llegado a nacer”. No es que esos amigos por carta conozcan algo distinto de ella. “Conocen lo mismo, pero expresado de otra forma”, señala.
Nunu Macías coincide. Ella no conoce en persona a ni a Ani ni a Goyo ni a Fernando, pero los considera sus amigos. “El vínculo que crea la comunicación escrita y, más aún, la correspondencia en papel de toda la vida, va mucho más allá que aquel que se pueda forjar a través de chats, comentarios y absurdos 'me gusta' de las redes sociales”, asegura.
Es además una relación que sabe recíproca. “Quiero muchísimo a estas tres personas y me consta que ellos me quieren a mí. No sabría eso si no recibiese sus cartas, sus cartas tras las mías en las que, quizá, les he contado intimidades y estados de ánimo, consciente o inconscientemente, que difícilmente se aprecian en un medio frío como es un teléfono o una pantalla o en un mundo en el que todos vamos corriendo de un sitio para otro, hablando lo justo”, explica.
Ser amigos sin verse es posible. La psicóloga y escritora Valeria Sabater —que puntualiza que el tiempo de calidad en persona es también importante— explica que “dos personas podrán iniciar y consolidar una amistad o una relación mediante carta al igual que mediante mensajería inmediata”, ya que al final “todo depende sin duda de nuestra voluntad y motivación”. Y si lo más importante para profundizar en una relación es dedicarle tiempo, según el antropólogo Robin Dunbar, autor de varios estudios sobre la amistad, las cartas son una prueba clara de inversión.
Recibir una carta es, según Sabater, tener en nuestra mano “un pedazo de tiempo de alguien que ha invertido en nosotros”. Además, el hecho de escribir “un mensaje más extenso” llama también a la intimidad.
Esta intimidad nace también del hecho de que por carta nos sentimos más seguros para contar cosas que a lo mejor no contaríamos en persona. Paula Bueno opina que muchas veces “no somos lo suficientemente valientes para contar nuestras preocupaciones y lo que nos inquieta en la vida a las personas que tenemos a nuestro alrededor”. Por su parte, Isabel apunta otra razón: a veces al quedar con amigos se hace “con prisa” o no cuentas algo porque “piensas que igual ese día son ellas las que necesitan hablar largo y tendido”. Con las cartas, en cambio es diferente: “Tienes que tomarte tu tiempo para decidir qué quieres decir y cómo quieres contarlo, y le pones punto y final cuando quieres, no cuando lo marca el reloj”.
Además, según la psicóloga Valeria Sabater, si las cartas son manuscritas, dejamos “una impronta de nuestra personalidad, de ese tipo de letra que solo nos define a nosotros”. Nunu Macías, que se refiere al acto de escribir una carta como “autoexorcismo”, está de acuerdo con este punto: “Hoy en día sabemos cómo tiene Fulanita las puntas del pelo o de qué color son los ojos de Cetanito, pero no cómo escriben”.
Un interés vintage que perdura
La industria editorial lleva mucho tiempo rescatando y sacando a la luz tomos con las cartas de personajes ilustres. Todas las que se conservan escritas por Julio Cortázar, la correspondencia entre Emilia Pardo Bazán y Benito Pérez Galdós, las cartas que intercambiaron Carmen Laforet y Elena Fortún… Ahora que cada vez menos gente envía cartas (según datos de la Comisión Nacional de los Mercados y la Competencia, el 74,3% de los españoles no envió ni recibió ninguna carta o postal de otro particular durante la segunda mitad de 2018), es difícil ver qué pasará con este género en el futuro: ¿recopilaciones de mensajes de Whatsapp o Messenger?
La perdurabilidad de las cartas es una de las cosas que más le gustan a Paula Bueno, la entrevistada que fue iniciada en el mundo postal por su bisabuela. “Los mensajes [en redes sociales o por Whatsapp] son algo efímero”, asegura. “Los lees cuando llegan y probablemente no los vuelvas a leer jamás”. Sin embargo, continúa, “una carta tiene muchas más probabilidades de ser conservada y releída, de perdurar en el tiempo”.
Hay además algo especial en ambas experiencias, en escribir y en leer, que te aleja de la rapidez del siglo XXI y te conecta de forma muy directa con la otra persona. “Una vez que has recibido la carta, sentarte tranquilamente con un té o un café en mano, y evadirte aunque sea por unos minutos de la vorágine del día a día y de tus preocupaciones para leer lo que esa persona te quiere contar, es inigualable a cualquier otra sensación”, dice Paula Bueno.
A Nunu Macías le encanta también trasladarse al escenario de quien escribe al leer sus descripciones. “Cuando Fernando me cuenta que está escribiendo desde el parque que tiene cerca de casa y que hay moscas que no lo dejan en paz, o cuando Goyo me dice que ha tenido que cerrar la ventana porque estaba entrando una ráfaga de aire que le volaba el papel, o cuando Ani me comenta que son las tres de la madrugada y que ha decidido escribirme porque esta noche tampoco pilla el sueño”, relata.
Para el momento de escribir, Isabel G. Orejas tiene todo un ritual. Ella no escribe a mano, sino casi siempre en máquina de escribir (las colecciona desde que su abuela le regaló una que había sido de su abuelo). “Me encanta todo el proceso: elegir el papel, sacar una máquina de escribir de la estantería y empezar a escuchar cada letra impresa en el papel. Suelo tener una vela encendida porque, al terminar, derrito un poco de lacre para sellar el sobre. En los domingos lluviosos de invierno creo que no hay placer que se le iguale”, asegura.
Ese parar el mundo y salir de la velocidad del día a día, quizá lo más anacrónico de todo, es uno de los detalles que más valoran las entrevistadas, que con todos sus contactos postales se comunican también a veces por vías “modernas”. Isabel G. Orejas lo expresa así: “Escribir una carta es algo que haces para conectar contigo mismo y con esa persona a la que escribes; tienes que dejar el resto del mundo de lado, tomarte un respiro. No es algo que se practique mucho hoy en día”.
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