Cómo cambia la amistad cuando tus amigas tienen hijos

La llegada de un bebé le cambia la vida al padre o a la madre, pero también reconfigura las relaciones con el entorno

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El contenido de las conversaciones suele cambiar
El contenido de las conversaciones suele cambiar. Getty Images

Cuando la primera de sus amigas que se quedó embarazada se lo contó, Esther Herrero, madrileña de 30 años, se quedó un poco "en shock". Era una buena noticia, pero a ella le despertó muchas dudas y temores internos. "Me quedé dándole vueltas", cuenta a Verne por teléfono. Se preguntaba por qué su amiga iba a ser madre y por qué ella no tenía ese sentimiento o ese plan, si fallaba algo en ella. Admite que en el momento no le dijo nada, pero que pasado un tiempo sí lo hablaron. "Pues igual que a ti te puede apetecer empezar a estudiar una carrera, a mí me apetece tener hijos", le dijo su amiga, que tenía entonces 27 años.

Una vez atravesada la barrera de los treinta años, muchos grupos de amigos empiezan a verse ampliados por la llegada de bebés. Según la Encuesta de fecundidad del Instituto Nacional de Estadí­stica (INE), en 2018 la edad media de las mujeres españolas para tener el primer hijo era de 32 años. Además, el porcentaje de mujeres de más de 30 años que no han tenido hijos es cada vez mayor. Esa misma encuesta recoge que, en 2018, el 51,99% de las mujeres de entre 30 y 34 años y el 27,58% de las mujeres entre 35 y 39 años no tení­an hijos. En 1999, eran el 25,72% y el 12,34%, respectivamente.

Estos datos hacen que no sea raro que, especialmente a partir de los treinta años, en muchas relaciones de amistad entre mujeres convivan personas que ya han sido madres y otras que no (lo sean o no más tarde en el futuro). A nadie se le escapa que la maternidad cambia la vida de las personas que se convierten en madres y padres, pero supone también una sacudida en las relaciones con sus amigos sin hijos. En el caso de las amistades femeninas, el terremoto puede ser más profundo: sobre las mujeres recae el peso social de la reproducción y, como le pasó a Esther Herrero, el embarazo de una amiga puede despertar muchas dudas y preguntas acerca de la propia situación.

Una reconfiguración de la amistad

"Claro que cambia, y mucho, especialmente a la hora de quedar", asegura Eva Garcí­a, que no tiene hijos. Ella, con 48 años, ya ha pasado esa década en la que los embarazos de las amigas son casi el pan de cada día. En su caso, cuenta que son un grupo que se conoce de toda la vida y que ha mantenido el contacto, pero concede que, especialmente en los primeros años de esa nueva generación que va naciendo, ves y te relacionas menos con las amigas que han sido madres. "Para temas profundos o cuando te necesitan siempre estamos ahí­", dice, "pero es cierto que tiendes a ir con las que son más afines, que no tienen niños, que tienen más libertad".

Sin embargo, todo depende también mucho de la relación previa. Eva García dice que en ese grupo tiene una amiga más íntima, Esther, con la que la amistad siguió siendo muy cercana. "Con ella no hubo nada de distanciamiento ni en esos primeros meses", cuenta. Reflexiona que probablemente haya sido gracias al esfuerzo de las dos. "A lo mejor porque ella me incluía más a mí en la familia también, y a lo mejor también pongo yo más de mi parte por estar", asegura.

La psicóloga Ana Sánchez, del centro de psicología centrado en la atención a mujeres Psicología en Femenino, está de acuerdo en que, si bien la maternidad de una amiga es un reto cuando la otra amiga no es madre a la hora de encajar actividades y tiempo en común, "si esas dos mujeres quieren, se acompañarán en sus diferentes procesos vitales". Es lo que describe Esther Herrero, la entrevistada que se quedó en shock al enterarse del primer embarazo entre sus amigas. "Nos hemos adaptado mucho a sus necesidades", dice. Intentan siempre proponer planes a los que se puedan sumar sus amistades con hijos, y describe al grupo de amigos como un "equipo de rescate", especialmente al principio. "¿Que te tienes que lavar el pelo? No te preocupes, yo voy y entretengo a la criatura mientras tú te duchas con calma o incluso mientras te echas una siesta", cuenta.

María Ramos, de 35 años, describe algo similar. "Claro que cambian las relaciones, pero es un poco cuestión de ser flexible y adaptarse", cuenta. "No vas a quedar con esa amiga para salir hasta las 8 de la mañana, pero quedas para comer, en su casa, habláis mientras los niños o niñas duermen la siesta...", señala.

Encajar horarios y conversaciones

La situación ideal es esa, una adaptación de ambas amigas a la nueva situación, pero la realidad no siempre es tan fluida. La escritora Silvia Nanclares cuenta que durante su treintena llegó a vivir cada nuevo embarazo de sus amigas como el anuncio de una pérdida. Sus amigas iban teniendo hijos y ella se volcó en ellas y en las criaturas, pero fue notando que, en realidad, aunque ella siempre estaba al 100% con sus amigas madres, ellas nunca lo estaban con ella.

"Me empezó a saturar, porque los planes eran diferentes, las conversaciones eran diferentes...", explica a Verne por teléfono. En su libro ¿Quién quiere ser madre? cuenta que empezó a llamar a los bebés "ladrones de amigas". Lo hacía en broma, pero había algo de verdad detrás, porque sí que lo vivía como una pérdida. Ahora tiene un hijo de casi dos años e intenta siempre tener espacio también para sus amigas no madres, porque recuerda cómo se sentía ella cuando estaba en ese lado.

Además del cambio de horarios, al que es más fácil intentar adaptarse, casi siempre cambia también el contenido de las conversaciones. Esté o no el bebé presente, todo tiende a girar a su alrededor, señalan las entrevistadas. Diana López Varela, de 33 años, es una de las cosas que peor lleva. Para ella, autora del libro Maternofobia, en el que recoge cómo la maternidad afecta en distintos aspectos a las mujeres, sean o no madres, hablar de maternidad no es un problema, pero sí centrar la conversación en la criatura. "Me interesa saber cómo llevan ellas la experiencia, me interesa mucho y siempre intento preguntarles por cómo están ellas o por sus intereses", explica a Verne. Lo que hace el bebé le interesa menos. "Entiendo que es muy importante para las madres y los padres, pero desde fuera todos los niños hacen lo mismo", cuenta.

Esther Herrero lo considera parte de su función como miembro de ese "equipo de rescate". "La conversación suele girar en torno a los niños; mi aportación es intentar sacarlas de ahí", dice entre risas. A María Ramos, por su parte, lo único que le molesta es que le digan que ya cambiará de opinión cuando dice que no quiere tener hijos. "Aunque mis amigas ya me conocen y ya no me hacen ese tipo de comentarios", relata.

La psicóloga Ana Sánchez coincide en que es importante mantener la amistad porque "las madres también necesitan desahogarse con amigas". Diana López dice que ella siempre intenta poner un extra de interés en sus amigas con hijos porque entiende que algunas pueden sentir que "como ahora son madres pues ya no vamos a querer quedar con ellas", y no es así. Además, quiere que no se pierdan esa válvula de escape y que no dejen de contarle cosas por dar por hecho de que al no tener hijos no lo va a entender. "Creo que a algunas personas les parece poco ético hablar de sus propias necesidades cuando acaban de ser madres, o hablar de que te ha escrito un ex, o de un cotilleo", dice.

Portada de los libros de Silvia Nanclares y de Diana López Varela

Mujeres que están intentando o no pueden ser madres

Pero los niños no siempre colonizan las conversaciones. Si la amiga sin hijos es una mujer que habría querido ser madre pero no pudo, a veces se produce la situación contraria: los niños son el elefante en la habitación del que nadie habla. Le pasó a Sandra Albert, de 49 años, cuando se encontró con una amiga y sus hijos en el supermercado. Ella pasó diez años muy difíciles con abortos y tratamientos de fertilidad, lo que acabó con su relación de pareja y con muchas de sus amistades.

El día que se encontró con esta amiga —de la que se había distanciado mucho— y le comentó lo grandes y guapos que estaban sus hijos, notó que las respuestas evitaban el tema. Se lo comentó y su amiga le confesó que le sabía muy mal. "Le dije que no era su culpa, que además me había acercado yo y le había hablado yo de los niños, no es como si me hubiese escondido y evitado el tema", cuenta. Desde entonces, han recuperado la amistad.

Aunque no todas las mujeres que no han podido ser madres reaccionan así. María, que prefiere no compartir su apellido, agradece que una de sus mejores amigas no le hable nunca de sus niños ni de su rol de madre y cree que su relación es más honesta y profunda ahora. Sin embargo, con otra amiga le pasa lo contrario. "Soy consciente de que ella, para no hacerme daño, no me cuenta casi nada de lo que vive como madre", relata en un correo electrónico. Esto hace que sienta también "esa barrera y distancia". Eso sí, espera que con el tiempo la situación cambie. "La adoro hasta el infinito y espero que con los años pueda disfrutar más de su hijo, del que soy su madrina, y volvamos a reencontrarnos".

El distanciamiento del que habla María no es inusual. Si la amiga sin hijos está intentando tenerlos y le está costando o es consciente de que no le va a ser fácil, los embarazos ajenos no siempre se llevan con alegría. La psicóloga Ana Sánchez señala que lo habitual es que si el embarazo es deseado y una buena noticia para su amiga, se alegre por ella. Pero que "si no se ha reflexionado lo suficiente" sobre la maternidad o se tiene "un conflicto no resuelto" sobre el tema sí puede surgir cierta incomodidad.

Silvia Nanclares, que tras sus años de rechazo a la maternidad decidió al borde de los 40 que sí quería ser madre, cuenta que llevaba esas buenas noticias con sufrimiento. "Es un clásico de los procesos de fertilidad, de pronto todo son embarazos a tu alrededor", dice. Sandra Albert también lo pasaba mal. "Me decía, 'una más, ¿y yo por qué no?', y tenía mucha culpabilidad".

Eva F., de 34 años, cuenta que nunca había tenido claro si quería tener hijos o no, pero que se fue a informar sobre la congelación de óvulos por si acaso. "Fue ahí cuando me di cuenta de que sí quería... y mucho", cuenta. Le hicieron las pruebas y descubrió que tenía una reserva ovárica baja, por lo que el tictac se hizo más evidente, así como la seguridad de que cuando lo intentase le iba a costar.

Justo dos días después, cuenta, quedó con una amiga y se dio cuenta por su barriguita y sus comportamientos de que estaba embarazada. "Le cogí un poco de manía", admite, aunque era consciente de que era por el momento que estaba pasando. "Ahora que ya he acabado el proceso de vitrificación me he reconciliado con las amigas embarazadas", asegura. De hecho, cuenta que una amiga le dijo hace poco que iba a ser madre y que se alegró mucho por ella.

¿Existe una brecha?

A finales de 2017, la abogada Michelle Kennedy, con experiencia en el mercado de las apps de citas, lanzó Peanut, un "Tinder para madres". Es decir, una app para poner en contacto a mujeres que han tenido hijos, inspirada por su propia experiencia al convertirse en madre, una época en la que se sintió muy sola. Hace unos meses, en un artículo, la autora Caroline Donofrio comparaba que una amiga se quede embarazada a que se mude a un país del que no conoces la lengua ni los códigos. ¿Se forman dos bandos, el de las madres y las no madres? ¿O es posible acompañarse en el camino?

Ahora que es madre, Silvia Nanclares cree que el problema principal es que la sociedad no lo pone fácil. "Es muy difícil cuidar relaciones en este momento, con la precariedad y el poco tiempo que tenemos", señala. Si a eso le sumas un bebé, la tarea es casi imposible. Conciliar no debería ser solo trabajo e hijos, sino también conciliar "con la vida". Es un momento en el que la empatía es muy necesaria en ambas partes, dice. "No hay que reprocharse. Tener un hijo es como que te caiga un rayo en la cabeza; tus amigas no te dan de lado, simplemente siguen con su vida, que también es importante".

Todas las entrevistadas, aunque hayan pasado una época en la que veían menos a sus amigas con hijos, cuentan que, pasado uno o dos años, se produce el reencuentro. Eva García ha visto cómo muchas de las amigas que durante un tiempo desaparecieron bajo el manto de la maternidad han vuelto a su vida. Por su parte, Diana López Varela comenta que, en su experiencia, muchas de esas amigas reaparecen con más presencia que antes. "Creo que no son pocas las que han perdido por el camino relaciones sociales o de amistad", señala. Reaparecen con ganas de socializar más y de hablar de otras esferas de sus vidas.

La psicóloga Ana Sánchez coincide. "Si hay afecto, nos entendemos y empatizamos con lo que está viviendo cada cual, no es una competición entre unas y otras, es un acompañarnos en las circunstancias de la vida, que son amplias y diversas", asegura. En el artículo antes mencionado de Caroline Donofrio, la autora dice que la amistad adulta es como un océano. A veces la marea te separa, pero te acaba volviendo a acercar.

¿Por qué solo mujeres?

A. B.

La reproducción no es solo cosa de mujeres, pero es sobre quienes recaen el peso y la presión social para llenar el mundo de bebés. Pese a los avances del feminismo, el mensaje de la sociedad en general sigue siendo el mismo. Haber crecido con este mensaje puede hacer que, se quiera o no ser madre en un futuro, los embarazos de las amigas se conviertan en un espejo que obliga a reflexionar sobre la propia situación y elecciones vitales.

No son solo los mensajes que se han recibido desde la infancia. Los estudios sobre natalidad tienden a centrarse en las mujeres. Las estadísticas hablan del número de hijos por mujer y no por hombre, y sobre ellas recae la presión social de que se les pasa el arroz (aunque la edad del padre puede impactar de forma negativa en la salud del bebé). El propio INE no incluyó a hombres en su Encuesta de fecundidad hasta 2018.

El tema de los cuidados sigue siendo también mayoritariamente femenino, algo que impacta también en las relaciones y el tiempo para la amistad cuando llega la descendencia: según datos del INE de 2016, las mujeres españolas dedican una media de 38 horas semanales al cuidado de los hijos; los hombres, 23. Además, ellas dedican 20 horas semanales a cocinar y a las tareas domésticas, frente a las 11 de ellos.

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