Treintañero, malagueño y con estudios artísticos. Se considera un artista multidisciplinar e investigador aficionado. Son algunas de las coordenadas que se conocen de Dreucol, nombre que un creador anónimo utiliza para firmar las obras que realiza en la ciudad de Málaga y sus alrededores. Desconocido para la gran mayoría y conocido para unos pocos en el sector cultural, perteneció al circuito del arte durante unos años e incluso realizó una exposición individual en el Centro de Arte Contemporáneo (CAC). Ahora se aleja cada vez más de ese mundo, tomando un rumbo marcado por las obras efímeras en paredes de su entorno más cercano. La crítica al turismo masivo, la espectacularización de la cultura y cuestiones que palpitan en la capital de la Costa del Sol han ido dando paso a la autocrítica, a representar su propio proceso de creación y al juego con el público en sus cerca de 30 de grafitis y murales al aire libre. Pasen y vean.
La obra de Dreucol nació en la calle, donde el espray y el pincel se convirtieron en dos elementos naturales para él. Es el mismo lugar donde un hombre barbudo que protagonizaba sus creaciones se hizo mayor. Llamaban la atención sus posturas, sus mensajes, su singularidad. La repercusión del personaje hizo a su autor entrar a formar parte de la burbuja cultural que ha vivido Málaga en la última década. Participó en festivales de arte urbano y conferencias, conoció el trabajo de las galerías e incluso llevó su arte a un museo. Todo iba bien en su carrera profesional. “Hasta que un día entendí que ese camino no me hacía feliz”, recuerda, para añadir más tarde que la explosión de arte urbano en la capital malagueña -que llevó a numerosos artistas de medio mundo a realizar sus trabajos en paredes del barrio bautizado como Soho- fue “una chalaura”. “Hubo un momento en el que me sentía amargado, deprimido e incluso odiaba al barbudo que había creado”, afirma.
Lo aparcó. Y cambió de aires. A lo largo de 2017, realizó tres residencias artísticas en Bilbao, Santander y Tenerife -ciudades donde también hay trabajos suyos en las calles- que le permitieron explorar nuevas fórmulas y, casi sin querer, adentrarse en un camino que le ha llevado a su actual destino creativo. Un trayecto que, comprendió, tuvo como punto de inflexión un momento concreto de 2015. Un día de aquel verano, fue multado por la Policía Local mientras pintaba un mural. Decidió realizar un boceto en la copia de la sanción que le entregaron los agentes. La puso a la venta en redes sociales al mismo precio de la multa, 251 euros. No dio tiempo a que su propuesta se hiciera viral: apenas 20 minutos después de publicar la imagen en su perfil de Facebook alguien ya lo había adquirido.
“Ahí me di cuenta de que la idea en sí misma podía ser mucho más interesante que lo estético, empecé a tener un discurso más conceptual y menos pictórico”, explica el artista. Desde entonces han surgido obras como los dibujos de buzones que ha metido en sobres e introducía en los mismos buzones pintados. O una de sus obras recientes más llamativas: la representación en un cuadro de la imagen donde lo había encontrado -un contenedor- y su abandono exactamente en el mismo sitio. También el trabajo en forma de anagrama de una pintada en un muro. De covid19 = dictadura de la ONU se pasó a las firmas de Nuri91, David, Lau, caco, Teo y DD.
Su modo de trabajo, lejos de lo que pueda parecer, no está relacionado con la noche, la cara cubierta ni la velocidad en los trazos. Realiza los murales a primera hora de la mañana, en domingo o cualquier otro día festivo, con tranquilidad. Realiza jornadas de trabajo que pueden alcanzar el mediodía. “En el 99 % de los casos no pido permiso”, dice Dreucol, quien afirma que Málaga -a pesar de las muchas multas que ha recibido a lo largo de su vida- no es una ciudad donde se persiga demasiado al grafiti. “También es verdad que he aprendido con el paso de los años a elegir sitios menos peligrosos para pintar, donde los vecinos lo aceptan más o qué tipo de paredes son las más factibles”, asegura. Igualmente, cree que hay algo psicológico en quién lo ve trabajar con un pincel en vez de un bote de espray. “El pincel se asocia a algo más ligero y legítimo, mientras que el espray a algo más agresivo y nocturno. Sin embargo, lo que haces puede tener un mensaje mucho más agresivo que una grafiti”, describe Dreucol. “Al final es lo mismo: pintura sobre la pared”, remata.
Puertas tapiadas con bloques de hormigón o muros que rodean solares son dos de sus lienzos preferidos. En ellos, igual critica el turismo masivo o la falta de limpieza en el centro histórico que relata lo que ocurre a su alrededor mientras pinta o reproduce un correo electrónico en el que le invitaban a participar en un evento sin contraprestación económica acompañado de una peineta. La protesta sobre lo que rodea al mundo del arte siempre está ahí, pero también lo que ocurre a su alrededor en Málaga, lugar que conoce a la perfección y que, a través de sus trabajos, también va descubriendo a quien la visita durante sus paseos. Y sin cita previa ni pago de entrada por las calles de la ciudad.
La mayoría de sus obras son efímeras -de su barbudo, obra que ya considera inmadura y de juventud, apenas queda un trabajo junto al Teatro Cervantes y dos en el barrio del Soho, que quizá pronto desaparezcan- y vuelan cuando se levantan nuevos bloques de viviendas o se rehabilitan viejos edificios. Hay más murales con su firma derribados que pintados encima por otros grafiteros quienes, en general, respetan su obra. Pero la calle es la calle, las reglas son las que son y es imposible ir contra ellas. Por ello, cuando alguien lo hace y supuestamente daña uno de sus trabajos, él lo toma de excusa para crear una nueva obra. Es lo que hizo cuando alguien pintó un pene con brocha y pintura plástica blanca sobre uno de sus murales: en vez de borrarlo, decidió tomarlo como referencia y pintarla de nuevo a mayor tamaño destacando sobre su trabajo. “Prefiero usar la creatividad y el ingenio que la testosterona y el guantazo que han regido siempre las calles”, subraya.
A veces, él mismo se cansa de sus trabajos y los borra para realizar otra obra. “Es como desbloquear pantallas de un videojuego: una vez que descubro una pared en la que he pintado y no pasa nada, ya sé que tengo un sitio donde puedo trabajar una y otra vez”, afirma. La cercanía a su obra y la libertad que le da tener un trabajo -ligado a lo artístico, pero sin ninguna relación con su obra- han convertido a Dreucol en un referente del arte urbano independiente. “No me puedo dedicar 24 horas al arte, pero a cambio tengo la ventaja de no rendir cuentas a nadie: hago lo que me da la gana”, sentencia el artista que no quiere volver a entrar en el circuito del arte. “Pero soy consciente de que, si el sistema quiere, me absorberá”, aclara. Que se lo digan a Banksy.
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