Hace unas semanas, Kate Petrova, investigadora en Harvard, publicó un hilo en Twitter sobre unas víctimas colaterales e inesperadas de la pandemia: las velas perfumadas. En su relato explicaba cómo, entre enero y noviembre, algunas de estas velas comenzaron a recibir muchos comentarios negativos en Amazon. No es que las velas no oliesen, sino que estas personas no podían olerlas. Según la investigadora, este fenómeno podría estar directamente relacionado con la anosmia -o pérdida del olfato- que han sufrido las personas con covid-19. Para algunos pacientes fue la primera señal de contagio y hubo quien no logró recuperar este sentido hasta meses después de pasar la enfermedad.
Este síntoma empezó a ser conocido en España a partir del 22 de marzo, cuando la Sociedad Española de Neurología (SEN) publicó un informe que relacionaba la anosmia con la covid-19 e instaba a los sanitarios a tenerlo en cuenta para detectar posibles pacientes. Después de un cuestionario a 790 participantes, la institución determinó que un 68% de los contagiados por la covid-19 manifestaban la pérdida de olfato como primer indicio de la enfermedad, y que un 5% sufrió la anosmia como único síntoma.
En algunos casos, esta pérdida del olfato ha hecho que muchas personas tengan que aprender a distinguir algunos olores como perfumes, ambientadores o velas. Según el experto Pablo Sarrió, responsable de la Unidad de Olfato del Departamento de Otorrinolaringología del Hospital San Carlos de Madrid, la recuperación del olfato es muy variable entre pacientes y no se conoce un patrón claro. Las terapias de rehabilitación en los hospitales se personalizan según el paciente y suelen consistir en el entrenamiento olfativo con un kit de cuatro o más olores. “Dedican 10 minutos por la mañana y por la tarde a olfatear estos botes detenidamente. También realizan ejercicios de identificación, de asociación a imágenes y de memorización. Suelen tener un cuadernillo para plasmar los resultados de todo el proceso y tener una valoración subjetiva cada semana”, explica el especialista. Los entrenamientos se rediseñan tras las evaluaciones para determinar nuevas pruebas de olfatometría según los progresos de los pacientes.
Sarrió considera que dos meses es un tiempo prudencial para esperar la recuperación del sentido tras pasar la covid, y transcurrido ese periodo recomienda acudir a un médico especialista. Igualmente anima a los afectados a realizar estos entrenamientos olfativos con objetos que tengan en casa y de manera frecuente, para tratar recuperarlo con mayor rapidez.
Hemos preguntado a cuatro personas que pasaron la enfermedad y perdieron el olfato cómo es volver a distinguir los olores.
De no oler nada a tener que cambiar de perfume
Elena Sánchez-Malave se contagió al principio de la pandemia, el 21 de marzo. Salió a la calle para hacer recados y, de repente, cayó en la cuenta de que ya no olía. En esos momentos no se conocía que la pérdida de olfato y gusto era un síntoma de covid por lo que no lo relacionó. “Olía como raro, pero no sabía explicarlo porque no se asemejaba a nada que hubiese percibido antes”, explica Elena. Decidió hablar con una amiga doctora y le confirmó que en su hospital incluían la anosmia como síntoma del coronavirus.
Unas semanas después, la malagueña de 32 años sufrió otros síntomas: vómitos y diarrea. Al llamar a urgencias lo relacionaron con una gastroenteritis y nunca le hicieron pruebas para confirmarlo. “Cuando se levantó el confinamiento me hice una prueba serológica en una clínica privada. Los resultados mostraban que había pasado la enfermedad y tenía anticuerpos”, aclara Elena. Aunque no le dieron ningún consejo para rehabilitar su olfato, siempre se mostró optimista, para ella la clave fue tener calma y esperanza en recuperarlo.
En su caso la mejora del olfato fue progresiva, “recuerdo que fue en mayo, estaba preparándome el desayuno y empecé a darme cuenta de que volvía a oler el café, la fruta o el yogur. Fue una gran alegría porque sentía que podía volver a disfrutar de la comida, que es una de las cosas que más me gusta”, destaca Elena.
Al principio los olores picantes los percibía sin demasiado esfuerzo pero hubo otros que estaban distorsionados, por lo que llegó a cambiar su perfume: “Tuve que comprar uno más cítrico del que usaba. El mío me dejó de oler y posteriormente, cuando fui recuperando el olfato, ya no me gustaba. Mi sentido había cambiado”. Elena recuperó el olfato al completo en agosto y con ello también volvió a percibir su colonia como siempre.
"Me hacía ensaladas sin aliñar"
Álvaro Collazos, de 21 años, se contagió en octubre durante su Erasmus en Estocolmo. En el país apenas había limitaciones: Suecia no aplicó restricciones hasta finales de noviembre y desde el inicio de la pandemia optó por la responsabilidad ciudadana como estrategia contra el virus. Los primeros síntomas de Álvaro fueron tos y dificultad para hablar de forma continuada. Días después tuvo fiebre, congestión, dolor de garganta y pérdida de olfato y gusto.
“Al principio me asusté pensando que nunca más volvería a oler ni saborear. Empecé a buscar en Twitter casos de gente y algunos decían que habían tardado cinco meses en recuperarlo”. En su caso la pérdida duró un mes, pero menciona que olía continuamente “como a laca y queso rancio”. Durante esos meses recuerda oler especias como curry muy de cerca y no percibir nada. Sin embargo, más adelante empezó a distinguir comidas saladas de dulces. Al principio esa falta de percepción hizo que no se preocupase por cocinar comidas elaboradas, “me hacía ensaladas sin aliñar, pero me sentía como una vaca rumiando así que al final tenía que currármelo más”.
Hoy Álvaro siente que no ha recuperado por completo el olfato, porque aunque no tiene distorsiones olfativas, no percibe las cosas con la misma intensidad que antes. Algunos de sus compañeros del Erasmus ya no soportan su olor corporal o el del huevo, por ejemplo. Él, por el contrario, se alegra de no haber sufrido estas consecuencias: “Yo tenía un olfato bastante fino y, por ejemplo, me resultaba bastante molesto ir a tirar la basura, así que ahora en parte lo agradezco”, comenta el estudiante.
Una recuperación a solas
Madalina Anghel es estudiante de Enfermería y se contagió durante unas prácticas a mediados de octubre. Primero, le asaltaron el dolor de cabeza y de garganta. Y luego llegaron otros síntomas, como la pérdida del olfato y del gusto. Solo conseguía percibir olores si se acercaba mucho los objetos a la nariz. “En realidad no supuso ningún cambio en mi vida pero era bastante inusual no oler ni la comida, ni el ambientador, ni nada”.
Lo peor para esta mujer de 24 años fue pasar tanto tiempo encerrada en su habitación, llevando mascarilla y comiendo sola, para evitar contagiar a su familia. “En mi caso, la anosmia fue secundaria porque realmente suponía que una vez pasada la enfermedad lo recuperaría, como cuando te resfrías”, relata. A pesar de comentárselo a su doctora, nunca le dio indicaciones sobre estos síntomas ni qué hacer para llevar mejor la secuela.
Unos 10 días después la citaron para hacer una segunda PCR y al salir de casa se dio cuenta de que volvía a oler: “No fue por nada en concreto, simplemente volví a percibir el ambiente de la calle. Quizás en mi casa no me había dado cuenta porque no salía de mi habitación y llevaba mascarilla a todas horas. Pero ese hecho me dio esperanzas de tener un resultado negativo y así fue”. Ahora mismo, Madalina ha recuperado el olfato al 100% y no tiene ninguna secuela.
"Una buena tortilla de papas era como comer un corcho"
Araceli Martín (Gran Canaria, 24 años) también se contagió en octubre. Ella, al igual que Madalina, perdió el olfato de manera gradual. “Lo primero que dejé de oler fue mi perfume, me lo echaba un par de veces porque no lo percibía. Al darme cuenta de que estaba perdiendo el olfato empecé a probar con diferentes cosas como la ropa o la comida, pero no olía casi nada. Solo percibía olores fuertes como el ambientador de casa”.
Para ella la pérdida de olfato fue la señal para solicitar urgentemente una PCR y ponerse en aislamiento. Araceli se frustró bastante con la anosmia, “no podía oler ni la comida, era desesperante. Una buena tortilla de papas era como comer un corcho. Tampoco percibía mi olor corporal y cuando me duchaba nunca me sentía limpia del todo”. En su día a día tenía que comprobar varias veces que el gas estuviese cerrado antes de dejar la cocina porque le daba miedo no darse cuenta y que ocurriese un accidente.
Según se recuperaba de otros síntomas como los malestares corporales y el dolor de cabeza empezó a distinguir más olores, “al principio no olía como de costumbre, pero poco a poco fue volviendo a la normalidad, lo que más me costó notar fue la comida, si no me acercaba el plato no olía nada”, recuerda. Araceli, después de haberlo perdido durante dos semanas, valora mucho más el olfato: le resultó triste vivir sin él y no se había dado cuenta de lo importante que podía resultar en su día a día.
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