"¡Hay un caballo suelto en el hospital!": así han intentado los cómicos explicar los cuatro años de Trump

El presidente ha sido un filón, pero los humoristas no siempre se han sentido cómodos con el material

Alec Baldwin imitando a Trump en Saturday Night Live

“¡Nunca había estado tan contento de perder un trabajo!”. Alec Baldwin se alegraba así en Twitter de la derrota electoral de Donald Trump. El actor imita al presidente en Saturday Night Live desde 2016 y ya había afirmado que tenía ganas de despedirse del personaje y de un papel que el propio Trump había criticado en más de una ocasión: en diciembre de 2016, el presidente tuiteó que estos sketches eran "malos", "parciales" y "nada divertidos". En 2018 aseguró que la carrera de Baldwin estaba acabada y solo se había salvado por estas imitaciones y en 2019 aún insistía en que el programa no tenía gracia, dejando caer, de paso, una amenaza velada a la cadena que lo emite, NBC.

La actitud de Baldwin resume el trabajo de muchos cómicos estadounidenses en los últimos años: han tenido mucho material con el que trabajar, pero no siempre han podido, sabido o querido aprovecharlo. Y, por supuesto, cuando Trump ha dicho algo, ha sido para quejarse.

¿Cómo parodias lo que ya parece una parodia?

Miquel Pellicer, profesor de Comunicación Corporativa en la Universitat Oberta de Catalunya (UOC) y autor de La comunicación en la era Trump, explica que los humoristas estadounidenses han encontrado un verdadero filón en su presidente. No siempre fácil de aprovechar porque, en ocasiones, “la realidad ha superado la ficción”. Pone como ejemplo el relato de Trump de las conversaciones con Kim Jong-un, dictador norcoreano, que eran más parecidas a un sketch que a la crónica política. Trump llegó a decir que “se enamoraron”, que el dictador le envió “cartas preciosas” y que seguro que la prensa le criticaría por estas declaraciones "poco presidenciales".

Pellicer explica que no solo se trata de un personaje muy singular, sino que venía rodeado de una familia y unos colaboradores que también han dado juego a los cómicos. Y cita como ejemplo la imitación también en el Saturday Night Live que hizo Melissa McCarthy de Sean Spicer, su primer jefe de prensa. Según Politico, al presidente le molestó especialmente que la imitación la hiciera una mujer.

Kike García, codirector de El Mundo Today, coincide en que se ha hecho muchísimo humor y mucha sátira con Trump: “Otra cosa es si se ha ido mucho más allá del personaje”. A veces parecía difícil mencionar otra cosa aparte de su pelo, su color naranja o, en el caso de los cómicos estadounidenses, hacer algo además de imitar su voz. García coincide en la dificultad de dar una vuelta a algunas de las cosas que decía Trump: “Cómo haces la astracanada de la astracanada”.

Por ejemplo, en febrero de 2017, apenas días después de que Trump tomara posesión del cargo, los creadores de South Park anunciaron que el presidente no volvería a aparecer en la serie. En su opinión, su Gobierno ya estaba haciendo comedia y era imposible parodiar lo que ya era una parodia. A pesar del anuncio, Trump (en la serie, el profesor Garrison, que está en contra de la inmigración canadiense) volvió a aparecer en las siguientes temporadas, incluyendo un especial en el que el presidente no quiere hacer nada para frenar el coronavirus porque está matando a muchos mexicanos.

Hubo más cómicos que se manifestaron en esta línea: en 2017, Lewis Black dijo que sugerir que la presidencia de Trump es buena para la comedia es como decir que “una embolia es buena para echarse una siesta”. Wanda Sykes insistió en que no podía “escribir nada más gracioso o más ridículo que lo que dice Trump”. Y, ya después de las elecciones y en Saturday Night Live, Dave Chappelle recordó que Trump había llamado al coronavirus el “kung flu”, haciendo un nada sutil juego de palabras entre “kung fu” y “flu”, gripe en inglés. Porque, en fin, el coronavirus viene de China y es como una gripe y, bueno, creo que se entiende... “Pedazo de racista graciosísimo… -dijo Chapelle-. ¡Soy yo quien tiene que decir eso, no tú! ¡Está mal cuando tú lo dices!”.

Una estrategia que han usado algunos cómicos para hacer “astracanada de la astracanada” es usar las propias palabras del presidente. Para García, de El Mundo Today, uno de los mejores ejemplos es el libro The Beautiful Poetry of Donald Trump, de Rob Sears. Su autor recopiló tuits y declaraciones de Trump, y luego las reordenó y combinó para formar pequeños poemas usando las propias palabras del presidente, citando además las fuentes de cada verso:

My hands are normal hands

I buy a slightly smaller than large glove

The five fingers represent the five key factors every

entrepreneur dreaming of success must master

Mis manos son manos normales

Compro guantes ligeramente más pequeños que la talla grande

Los cinco dedos representan los cinco factores clave que todo

emprendedor que sueña con el éxito debe dominar

Es una estrategia similar a la de Sarah Cooper, que se hizo popular grabando vídeos en TikTok en los que hacía playback con declaraciones de Trump. Ella solo movía los labios, imitando sus gestos y, en ocasiones, la cara de pasmo que pondría un interlocutor que no tuviera que estar disimulando. A Trump no le hizo mucha gracia y bloqueó a la cómica en Twitter, pero sus vídeos se hicieron tan populares que Cooper sustituyó como presentadora a Jimmy Kimmel una noche y protagonizó su propio especial de Netflix.

Hay más ejemplos: la cómica británica Sooz Kempner ha grabado vídeos leyendo literalmente las declaraciones de Trump, pero imitando a Liza Minnelli en Cabaret. Antes de eso, el actor Billy West leyó tuits de Trump poniendo la voz de Zapp Brannigan, personaje de Futurama con un ego desmesurado. Y Mark Hamill hizo lo mismo, pero con la voz del Joker, personaje al que doblaba en la serie animada de Batman.

Por supuesto, ha habido hueco para la sátira más tradicional. García recuerda los Trump Documents, en los que la revista satírica The Onion simulaba la filtración de decenas de documentos de la Casa Blanca. Incluyendo el resumen diario que se le pasaba a Trump (y que era una hoja de pasatiempos infantiles) y una factura del contable del presidente, con cargos como una “donación de cortesía” al primer ministro de las Islas Caimán y un pago de 16,87 dólares por todos los impuestos de 2016.

¿Humor o activismo?

Dice el filósofo John Morreall que uno de los efectos del humor es que provoca distanciamiento emocional. Cuando te ríes de algo, sea Eurovisión o Pedro Sánchez, estás examinándolo con distancia, sin sentirte implicado. Eso ayuda a ver lo absurdo de algunas situaciones que sin este distanciamiento nos parecerían más o menos normales.

En The New York Times el periodista Dan Brooks escribía sobre cómo la ironía y el distanciamiento necesarios para el humor se habían convertido en indignación en los últimos años. Porque si Baldwin y Cooper tocaron la fibra sensible de Trump, el presidente hizo lo mismo con muchos cómicos. En opinión de Brooks, los presentadores y guionistas de programas satíricos como The Daily Show o Last Week Tonight a menudo no ofrecían humor sobre Trump, sino que compartían su enfado. Por ejemplo, cuando Samantha Bee insultó a Ivanka Trump en su programa Full Frontal. Uno de los motivos era que su público también estaba molesto con la última o penúltima salida del aún presidente por unas horas: “Los consumidores de esta comedia sienten tanta aversión hacia Trump que la irreverencia se puede interpretar como traición”.

En cambio, en Vox (el medio de comunicación estadounidense, no el partido político), el periodista Carlos Maza opinaba que los cómicos habían cubierto mejor la información sobre Trump que los medios de comunicación. Su argumento era que un medio tradicional tiene que tomarse en serio todo lo que diga el presidente de Estados Unidos, incluso aunque esté sugiriendo que hay que inyectar gel desinfectante para tratar la covid, pero presentadores como Stephen Colbert, John Oliver o la propia Samantha Bee pueden burlarse de estas afirmaciones sin piedad, en lugar de intentar desmentirlo o consultar a médicos para que expliquen lo obvio.

En este sentido, García, de El Mundo Today, apunta que “los cómicos estadounidenses se han puesto muy serios últimamente”, hablando de temas como el racismo y la política. “Puede ser un peligro, pero a un cómico se le permite, cuando se enfada, que simplifique”, cosa que no se le permite (comprensiblemente) a un periodista. En alguna ocasión, esta ira constante fue material para el humor, como en el episodio de Curb Your Enthusiasm en el que Larry David decide ponerse una gorra de Donald Trump para que la gente le deje en paz.

Este distanciamiento ha sido más fácil (o menos difícil) para los cómicos que no dependen tanto de la actualidad, como los monologuistas. Al contrario que los informativos satíricos, estos humoristas han podido hablar de modo más abstracto y general, sin tener que analizar cada tuit del presidente. Por ejemplo, The Washington Post recordaba en otra pieza sobre cómicos y Trump el bloque en el que John Mulaney comparaba al republicano con un caballo suelto en un hospital. En este fragmento, incluido en su especial de Netflix Kid Gorgeous at Radio City, Mulaney cree que “al final todo saldrá bien, pero no tengo ni idea de qué va a ser lo próximo que pase”. Y añade: “No ha ocurrido nunca, nadie sabe qué será lo próximo que haga el caballo. Y el caballo tampoco lo sabe. Nunca ha estado en un hospital. Está tan confundido como tú”.

Otra metáfora con un estilo similar es la de Emily Heller, que compara la presidencia de Trump con un metro que va a 800 kilómetros por hora. El in crescendo de Heller llega a cuando no sabe si el tren, que está parado en la parte superior de un giro, va a desplomarse o va a terminar la vuelta y atropellar a un montón de niños que están en la vía.

¿Demasiado Trump?

No había cómico que no mencionara a Trump en sus monólogos. Como apunta García, casi parecía una obligación: se hablaba de él todas las noches, se le parodió en Padre de familia e incluso tuvo serie de ficción propia, The President Show, protagonizada por un imitador y cancelada tras una temporada. El público parecía querer más. Como dice Mulaney en su bloque, cuando hay un caballo suelto en el hospital, tienes que estar pendiente todo el día del móvil para saber qué es lo último que ha hecho. “Las noticias no siempre son malas. A veces solo son raras… El caballo ha usado el ascensor… No sabía que supiera hacer eso”.

Pellicer habla de un “boom de Trump”. Hablar del presidente aseguraba audiencias no solo para los cómicos, sino también para los medios de comunicación y, por supuesto, para Twitter. El profesor de la UOC recuerda que hace unos años se ponía en duda el modelo de negocio de esta red social "y ahora no se discute. Trump la ha reinventado”. Antes de quedarse sin cuenta, claro.

Incluso se hacía broma con el hartazgo que podía sentir parte del público por la omnipresencia del presidente: Seth Meyers es el presentador de Late Night with Seth Meyers, de la NBC, donde cada noche hace comedia y sátira acerca de la actualidad. En 2019 lanzó un especial de comedia en Netflix. Este especial incluía un bloque de chistes sobre el presidente, pero también un botón para saltárselos.

Momento del especial de Seth Meyers en el que señala el botón para saltarse los chistes de Trump

En el monólogo cuenta cómo mucha gente le decía que la presidencia de Trump ha proporcionado material para su trabajo como humorista y que eso le hacía sentir “como un sepulturero en la Edad Media”. Tenía que responder cosas como “obviamente, nos sentimos fatal por la peste… Pero ha sido muy buena para el negocio”. Meyers también explicaba cómo mucha gente le responsabiliza, en parte, del hecho de que Trump sea presidente. El cómico fue el invitado en la cena para corresponsales de la Casa Blanca de 2011 y tanto él como el propio Obama contaron chistes sobre Trump, que también fue a la cena. Algunos medios aseguraron que esa noche de humillación motivó al empresario a presentarse a las elecciones, cosa que negó al Washington Post en 2016: “Es una narrativa falsa. Me lo pasé muy bien. Fue una noche fantástica”. Además y como recuerda el periódico, Trump llevaba amenazando con presentarse a las elecciones desde los años 80 y en el año 2000 se presentó a las primarias del Reform Party, el partido fundado por Ross Perot.

De hecho, podríamos preguntarnos si el humor y la sátira sirven para algo en política. ¿Influyó Tina Fey en la derrota republicana de 2008 por su imitación de Sarah Palin, candidata a la videpresidencia en Saturday Night Live? ¿Los chistes del Caiga quien caiga brasileño ayudaron a impulsar la victoria de Jair Bolsonaro, al darle espacio y notoriedad en televisión? ¿Cuánto ayudaron los memes de la alt-right a promocionar la imagen y el mensaje de Trump en la campaña electoral de 2016?

Hay teóricos que creen que el humor es esencialmente conservador. El filósofo Noël Carroll opina que refuerza las normas sociales y el statu quo aunque parezca burlarse de todo esto, ya que en realidad recuerda y subraya estas normas establecidas. No es tanto que el humor no pueda ser de izquierdas como el hecho de que la sátira necesita unos códigos comunes. En cambio, George Orwell escribía que cada chiste puede ser una pequeña revolución.

Hablando sobre los chistes que circulaban en los países soviéticos, el sociólogo Christie Davies negaba en su libro Jokes and Targets que la comedia tuviera algún efecto político. En su opinión, los chistes son un termómetro y no un termostato. Es decir, indican lo que ocurre, pero no lo pueden cambiar. Si los cómicos hablaron mucho de Trump durante la pasada campaña y toda su presidencia, era, sobre todo, porque el público estaba interesado en el personaje. Siguiendo las ideas de Christie, los cómicos respondían a lo que ocurría, reflejaban la realidad, ayudando quizás a explicarla, y no la modelaban. Como mucho, el humor puede ayudar a que no nos sintamos aislados, a poner de manifiesto que compartimos ideas y miedos con otras personas.

Humor progresista y memes conservadores

García, de El Mundo Today, recuerda que la mayor parte de los cómicos de los grandes medios (Stephen Colbert, Noah Trevor, Samantha Bee, John Oliver…) son progresistas. Pellicer, de la UOC, apunta además que con Barack Obama fueron menos críticos. En su opinión, meterse con Trump estaba bien visto, pero a Obama se le perdonaron muchas cosas.

Aunque los cómicos han sido más benevolentes con los demócratas estos años (como en el caso del Joe Biden que imitaba Jim Carrey en Saturday Night Live), también ha habido crítica hacia este partido. Como en el caso del vídeo titulado “Votante de Trump se siente traicionado por el presidente después de leer 800 páginas de teoría feminista queer”, en el que The Onion se ríe del academicismo de gran parte del Partido Demócrata, que lo ha alejado de muchos de sus votantes potenciales. Este personaje asegura que jamás habría coreado que metieran en la cárcel a Hillary Clinton “de haber conocido los textos fundacionales de la teoría de la interseccionalidad”. Para García este es uno de los mejores trabajos de la revista satírica en los últimos años.

En esta tendencia a ser más duros con Trump que con presidentes anteriores no solo influye el sesgo y las ideas de los humoristas, sino también el propio personaje. En su monólogo, John Mulaney admite que no se fijaba tanto en el tipo que había antes de que llegara el caballo al hospital: “Creo que el tipo anterior era bastante listo y parecía bueno en su trabajo y soy perezoso por naturaleza”. Al fin y al cabo, dice Mulaney, si dejas a tu bebé con su abuela, cuando llegas a casa no corres a ver la grabación de la cámara escondida en el peluche. Te fías.

No todos los humoristas son contrarios a Trump, claro. Por ejemplo, Joe Rogan dijo que prefería a Trump antes que a Biden, aunque antes había manifestado su apoyo al demócrata Bernie Sanders. Aunque, al menos entre los cómicos más conocidos, sí parece haber menos conservadores. En 2015, The Atlantic se preguntaba por qué no había un programa satírico como The Daily Show, pero de derechas, y por qué los cómicos republicanos, como Larry The Cable Guy, evadían los temas de actualidad. Una de las explicaciones que daban es que el humor político tiende a reírse de los poderosos y de las convenciones, una actitud con la que tradicionalmente se ha sentido más cómoda la izquierda.

Pero justo cuando The Atlantic publicaba este artículo, las cosas estaban comenzando a cambiar, aunque no en los medios tradicionales. En redes sociales estaba cobrando fuerza un ejército memético que iba a apoyar a Trump con un humor envuelto en varias capas de ironía. Se trataba, en su mayor parte, de provocaciones que sus autores excusaban alegando que "solo era una broma”. Como cuando Milo Yiannopoulos preguntó a sus seguidores si preferían tener cáncer o ser feministas.

El tono, descrito por Whitney Philips y Ryan M. Milner en su libro The Ambivalent Internet (el internet ambivalente) hacía que resultara difícil saber cuándo alguien hablaba en serio, cuándo estaba de broma o, como ocurría casi siempre, cuándo se daban las dos cosas a la vez. En todo caso, ha permitido que surjan algunas estrellas en redes que se presentan como cómicos. Como Steven Crowder, que suma más de cinco millones de seguidores en su canal de YouTube.

Incluso Trump ha usado esa excusa con sus propias declaraciones. Por ejemplo, en la ya mencionada referencia a las cartas de Kim Jong-un o tras sugerir que podría ser buena idea inyectar desinfectante para curar la covid. Después de que varios científicos avisaran de que esto era peligroso (es decir, después de tratar con seriedad las afirmaciones del presidente de Estados Unidos), Trump aseguró que estaba siendo sarcástico y que solo lo había dicho para ver la reacción de los periodistas. Quizás alguno de estos periodistas había visto el monólogo de Mulaney y pensó que a lo mejor no era buena idea que un caballo propusiera tratamientos médicos o bromeara sobre una pandemia.