La alt-right nos pilló a muchos por sorpresa. Estábamos acostumbrados a un discurso de la derecha muy diferente: rígido, anquilosado, defensor del orden y de las convenciones. Pero, casi de repente, la extrema derecha estadounidense empezó a comunicarse con memes y a burlarse de sus adversarios, a quienes identificaba con la norma establecida a subvertir.
Como explica la periodista irlandesa Angela Nagle en su libro Muerte a los normies, la derecha pasó a usar el arma principal de la contracultura de los 60, la transgresión, aprovechando los medios del siglo XXI. Su objetivo era (y es) maquillar el racismo y el machismo hasta hacerlos parecer originales y modernos. Un intento que funcionó lo suficiente como para ayudar a que Donald Trump fuera elegido presidente de Estados Unidos en noviembre de 2016.
Y al principio todo parecía una broma pesada.
Por las risas
En su libro, recién editado en España por Orciny Press, Nagle explica cómo la alt-right usó el lenguaje de los memes para salir de rincones más o menos oscuros de internet y acabar centrando gran parte del debate político.
Sus ideas no son nuevas, pero sí el lenguaje, heredado de foros como Reddit y 4Chan. Estos memes y ataques se presentan envueltos en varias capas de ironía. Ya sea deshumanizar a las mujeres o rechazar a las minorías, todo se hace por las risas. Y cuando alguien se muestra dolido, se redoblan estas burlas y se le echa en cara que no sea capaz de aguantar una broma. Quien no lo entienda es un normie (un normalito, alguien que no se entera de lo que ocurre en internet). Ya no se trata de epatar al burgués, sino de epatar al progresista.
El tono, descrito también por Whitney Philips y Ryan M. Milner en su libro The Ambivalent Internet (el internet ambivalente) hace que resulte difícil saber cuándo alguien habla en serio, cuándo está de broma o, como ocurre a menudo, cuándo se dan las dos cosas a la vez. Un ejemplo es el de la rana Pepe: la derecha supremacista se apropió de este personaje en 2015 y lo convirtió en un símbolo no muy velado de sus ideas, pero muchos (incluyendo el medio de ultraderecha Breitbart) han defendido más de una vez que solo se trata de un meme inocente. Es broma, ¿por qué os enfadáis?
La referencia a Breitbart no es casual: las ideas de esta extrema derecha crecieron al margen de los medios convencionales, creando (o impulsando) una cultura de internet y unos medios alternativos por su cuenta. También ayudó un puñado de figuras mediáticas, ya fueran de la alt-right más dura, como Richard Spencer, defensor de un etnoestado blanco, como de la llamada alt-light, que blanqueó estas ideas para que llegaran a un público más amplio. Aquí cabe mencionar a figuras como Mike Cernovich y Milo Yiannopoulos, que escogieron como principal enemigo al feminismo.
Y todos, claro, contando con el apoyo del ejército memético procedente de los foros antes mencionados, que acuden corriendo a cualquier llamada para llevar a cabo sus labores de acoso. Un ejemplo lo tenemos en los ataques a Leslie Jones, actriz de Cazafantasmas, que fue objeto de una campaña de insultos instigada por Yiannopoulos y que llegó a la publicación de sus fotos personales.
La respuesta de la izquierda de Twitter
El subtítulo del libro hace referencia a “las guerras culturales en internet que han dado lugar al ascenso de Trump”. Y es que Nagle no habla solo de cómo la derecha ha centrado el debate a base de memes y titulares escandalosos, sino también de cómo la izquierda, en su opinión, no ha sabido dar respuesta a este movimiento.
Según Nagle, la guerra memética de la derecha fue en gran parte una reacción al discurso de la izquierda en espacios como Tumblr y Twitter. Las principales preocupaciones de esta nueva cultura no estaban en la desigualdad económica, sino en asuntos como la fluidez de género, la identidad cultural y la interseccionalidad, “el término académico estándar para reconocer las múltiples variedades de las marginalizaciones y opresiones cruzadas”.
La autora señala cómo, a pesar de su aparente vulnerabilidad, esta izquierda de Twitter a menudo se ha comportado con una agresividad comparable a la de la derecha, todo “tras la seguridad del teclado”. Se cultivó, escribe, “una cultura de la fragilidad y el victimismo mezclada con una cultura agresiva de ataques y humillaciones en grupo, además de intentos de destruir las reputaciones y vidas ajenas”, en lo que se llamó cry-bulling, el acoso entre lágrimas. En definitiva, para parte de esta izquierda lo más importante era señalar errores ajenos con el objetivo principal de dejar claro que uno no los compartía.
Mientras la izquierda caminaba de puntillas, con miedo a quedar señalada para siempre por sus propios compañeros, la actitud de la derecha fue justo la contraria: buscó el enfrentamiento y lo provocó de forma abierta, como cuando Yiannopoulos preguntó a sus seguidores si preferían tener cáncer o ser feministas.
¿El fin de la transgresión?
Como escribe Nagle, esta versión trol de la derecha entiende “el valor de la transgresión, originalidad y contracultura a menudo mejor que sus contrapartidas de la izquierda”, hasta el punto de que, en su opinión, la victoria de Trump no supone tanto el retorno del conservadurismo como la confirmación de la hegemonía del inconformismo, aunque solo sea en apariencia.
Al fin y al cabo, esta derecha está liderada por un presidente lascivo apoyado por una figura libertina como Yiannopoulos, todo con ayuda de un ejército online de racistas, maleducados y amantes del porno. Poco de eso tiene que ver con la derecha conservadora tradicional.
Eso sí, toda esta transgresión ambivalente también tiene sus riesgos. Cuando salieron a la luz grabaciones de Yiannopoulos defendiendo la pederastia y el antisemitismo, no pudo defenderse, como hacía habitualmente, con el escudo de la broma y de la ironía. Su carrera se dio por terminada.
Pero, como apunta Nagle, lo grave es que Yiannopoulos ha caído por un escándalo “y no tras una batalla de ideas”. Del mismo modo, los memes a costa del puñetazo a Richard Spencer fueron muy graciosos, pero no evitaron que en su primer acto público tras la victoria de Trump, 200 personas le aplaudieran, algunas de ellas haciendo el saludo nazi, mientras él gritaba: “Hail Trump, hail our people, hail victory” ("hail Trump, hail a nuestro pueblo, hail a la victoria").
La broma ya no tiene gracia, concluye Nagle, que propone aprovechar la victoria de esta temible derecha en las elecciones estadounidenses para rechazar la dialéctica de la provocación: en lugar de intentar trolear al trol, apunta, habría que pensar en construir algo nuevo. Algo que no dependa ni de insultos ni de linchamientos.
Pastillas rojas, incels y Forocoches
El feminismo ha sido uno de los principales objetivos de esta derecha estadounidense, que ha aprovechado la existencia de multitud de foros llenos de machismo y de resentimiento, en los que a menudo se mezclan quejas en principio incompatibles: los mismos que lamentan no poder disfrutar del sexo en una sociedad más abierta las relaciones esporádicas, también anhelan el retorno a un pasado tradicional centrado en la familia.
Por ejemplo, el subforo de Reddit The Red Pill (la pastilla roja). Esta referencia a Matrix se usa para describir el despertar de la prisión mental del progresismo a la supuesta realidad de una sociedad que -dicen- odia a los hombres. La metáfora de la píldora roja también la ha usado el núcleo duro de la alt-right para intentar negar el racismo.
Todo esto puede que le recuerde a algún lector a Forocoches, especialmente tras lo ocurrido los últimos días después de la publicación de la sentencia de La Manada. Y no es casual: este foro ha adoptado muchas de las ideas de esta derecha machista estadounidense, importando términos como beta (el hombre débil, que está por debajo de los alfa en la escala social) y cuck (cualquier hombre que intente ganarse el favor de las mujeres sacrificando su hombría), además de acuñando los suyos propios, como "planchabragas".
Otro de los grupos machistas a los que hace referencia Nagle en su libro es el de los incel, que también tenían su subforo en Reddit (cerrado hace unos meses, aunque ya hay nuevos). Los incel son “célibes involuntarios” que buscan en estos espacios consejo y desahogo ante su frustración sexual. En las últimas semanas se ha comenzado a hablar de ellos también en España, después de que Alek Minassian, de 25 años y habitual de estos foros, matara a 10 personas en Toronto tras arrollarles con una furgoneta.
Esta respuesta violenta no es tan extraña si tenemos cuenta que uno de los ídolos de los incel es Elliot Rodger, que en 2014 mató a siete personas en la Universidad de California en Santa Bárbara antes de suicidarse. Rodger dejó vídeos y un manifiesto en los que se expresaba su pesar por el aparentemente insoportable drama de seguir virgen después de haber pasado más de dos años en la universidad: “Soy el tipo perfecto y aun así os arrojáis a estos hombres odiosos en lugar de a mí, el caballero supremo”. En un mensaje en Facebook antes de su atentado, Minkassian saludó “al caballero supremo Elliot Rodger”, referencia habitual en los círculos antifeministas de internet.
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