Como ya sabe cualquier lector que no acabe de llegar de un viaje de varios años por el Sistema Solar, ElRubius ha anunciado que se muda a Andorra, un país en el que se paga, como máximo, un 10% de IRPF. No es el primer youtuber que lo hace, pero es probablemente el más famoso, lo que ha provocado que se multipliquen los debates acerca de su decisión. ¿Deberíamos respetar que youtubers, empresarios y deportistas intenten pagar la menor cantidad de impuestos posible? ¿O marcharse a otro país es una actitud insolidaria y que perjudica, aunque sea de modo indirecto, a todos sus conciudadanos y a gran parte de sus fans?
Los filósofos no suelen hablar de youtubers, pero han dicho mucho sobre sueldos y empleos. Recordamos las ideas de tres de los más influyentes.
Robert Nozick: un youtuber tiene derecho a quedarse todo lo que gana
Uno de los argumentos más conocidos contra los impuestos es el que explicó Robert Nozick (1938-2002), en su libro Anarquía, estado y utopía, publicado en 1974. En este texto, el profesor de la Universidad de Harvard exponía un experimento mental protagonizado por el baloncestista Wilt Chamberlain, con el que quería demostrar que los principios de la redistribución son incompatibles con la libertad.
En su planteamiento, Nozick parte de que LeBron James (por actualizarlo un poco) es un jugador popularísimo. Tanto que, sin duda, podemos imaginar que un millón de personas quieran pagar 25 euros por verle jugar durante una temporada. Eso significaría que James tendría a final de año 25 millones de euros, mucho más de lo que muchísima gente gana en un año. (Podríamos poner el ejemplo con ElRubius, pero los youtubers aún no cobran a sus fans por ver sus vídeos).
A Nozick esto le parece justo porque cada uno de los agentes ha entrado en la transacción de forma libre. Y, según Nozick, cualquier distribución de propiedad que sea el resultado de intercambios libres es justa, dé lugar o no a desigualdades. Lo importante no es si LeBron James o ElRubius tienen más o menos dinero, sino cómo adquirieron sus ingresos y su riqueza.
Si quisiéramos mantener la igualdad previa al momento en el que James se forra gracias a su público, el Estado tendría que intervenir continuamente, compensando mediante tasas e impuestos. Para Nozick, esta intervención atentaría contra la libertad, porque los seguidores de James querían pagar por verle.
En el mismo libro, Nozick va aún más allá y compara los impuestos a los trabajos forzados: que el Estado tenga derecho a una parte de mis ingresos es como si me obligara a trabajar unas horas al mes para quedarse con esa parte de mi sueldo bajo la amenaza de un castigo (una multa o la cárcel, por ejemplo). Nozick apunta que es un tipo de esclavitud mucho más benigno que otras formas, pero aun así sigue siendo inmoral.
John Rawls: un youtuber y sus fans no están solos en el mundo
El libro de Nozick venía en respuesta a los argumentos de John Rawls (1921-2002), filósofo estadounidense y también profesor en Harvard. Tres años antes, Rawls había publicado Una teoría de la justicia, un texto en el que intentaba definir las bases de un sistema justo y duradero de cooperación social, tal y como contábamos en este otro artículo.
Este sistema no nos debería impedir disfrutar de nuestra suerte y talento, dice Rawls, pero tampoco nos debería castigar por no tenerlos. Por ejemplo, alguien podría alegar que un youtuber se ha ganado a su público con su trabajo, y esto es cierto. Pero si tenemos un buen empleo o una cuenta corriente llena de dinero también depende de factores como si nuestra familia tenía medios para pagarnos una educación o el ordenador desde el que grabamos los vídeos, e incluso de si vivimos en un país rico o en otro sumido en la miseria.
El estadounidense proponía otro experimento mental para intentar tener todo esto en cuenta: imaginemos que nos reunimos para escoger los principios fundamentales de la sociedad. Pero con una advertencia: no sabemos cuál será nuestra posición. Ignoramos si seremos hombres o mujeres, ricos o pobres, sanos o enfermos, youtubers de éxito o tuiteros de medio pelo. Estamos bajo “el velo de la ignorancia”, en lo que Rawls llama la “posición original”.
En esta situación, Rawls cree que nos pondremos en lo peor, por lo que llegaríamos a dos principios básicos:
1. El principio de la libertad, que asegura libertades básicas e iguales para todos los ciudadanos, como la libertad de expresión y de religión.
2. El principio de la diferencia: las desigualdades solo se permiten si benefician a los miembros peor situados de la sociedad. Según Rawls, para saber si una sociedad es justa no hay que mirar la riqueza total ni cómo está distribuida. Basta con examinar la situación de quienes lo están pasando peor.
Como explica Jason Brennan en Political Philosophy (Filosofía política), para Rawls la desigualdad no siempre es negativa, ya que “anima y permite que la gente trabaje duro, y use su talento y sus recursos de forma inteligente”. No tendría ningún problema con que un youtuber, un jugador de la NBA o una escritora se hicieran millonarios. Eso sí, la única justificación para estas desigualdades es que formen parte de un sistema que beneficie a los más desprotegidos. No solo mediante la recaudación de impuestos: por ejemplo, puede ser buena idea pagar un buen sueldo a los médicos o a los maestros, pero no porque su carrera sea más difícil o su trabajo más meritorio, sino para asegurar que todo el mundo tenga una atención sanitaria y una educación decentes.
Michael J. Sandel: tu éxito no es solo mérito tuyo
Michael J. Sandel (1953) sigue la corriente comunitarista iniciada con Tras la virtud, libro del filósofo Alastair MacIntyre. Como explica Victoria Camps en su Breve historia de la ética, Sandel opina se manifiesta en contra del individualismo y afirma que formamos nuestras convicciones morales “en diálogo con los demás”.
En su libro Justicia: ¿hacemos lo que debemos?, este profesor (sí, correcto) de la Universidad de Harvard recuerda algunas de las objeciones más habituales a las ideas que defienden el libre mercado y la meritocracia. Incluyendo la “suerte”. Los banqueros, youtubers y profesores de Harvard no han llegado a su posición únicamente por su esfuerzo. Por mucho que hayan trabajado (cosa que Sandel no niega), no escogen ni el país, ni la familia en la que nacen. Ni siquiera pueden reclamar el mérito de ser más o menos inteligentes, o más o menos buenos jugando al fútbol porque en eso también influye la lotería genética.
Incluso las cualidades que una sociedad valora en un momento determinado también son en parte arbitrarias: si Lionel Messi hubiese nacido en el año 1800, a nadie le habría importado que fuera muy bueno chutando piedras. Nacer en una sociedad que valora a futbolistas, fundadores de redes sociales y youtubers también es una suerte y no un mérito. Sandel subraya que la gente tiene derecho a lo que gana siguiendo las reglas. Pero si el sistema impositivo exige parte de lo ingresado para ayudar a los más desfavorecidos, no nos podemos quejar de que el sistema esté quitando a estas personas algo que merecen moralmente.
En La tiranía del mérito, Sandel recuerda además “la convicción meritocrática de que las personas se merecen la riqueza (cualquiera que sea) con la que el mercado premia sus talentos hace de la solidaridad un proyecto casi imposible”. En este contexto en el que parece que todo lo que nos ocurre es mérito o fallo nuestro, ¿por qué los triunfadores iban a deber nada a los miembros más desfavorecidos? ¿Por qué nos molesta que los youtubers (y deportistas y músicos) se muden a Andorra? “La respuesta a esta pregunta dependerá de si se reconoce que, pese a todos nuestros afanes y esfuerzos, no somos seres hechos a sí mismos ni autosuficientes; somos afortunados por hallarnos en una sociedad que premia nuestros talentos particulares, no merecedores de ello”.
Sandel propone en su libro un camino intermedio entre la falsa meritocracia y la “opresiva igualdad de resultados”. Apuesta por “una amplia igualdad de condiciones que permita que quienes no amasen una gran riqueza o alcancen puestos de prestigio lleven vidas dignas y decentes, desarrollando y poniendo en práctica sus capacidades en un trabajo que goce de estima social, compartiendo una cultura del aprendizaje extendida y deliberando con sus conciudadanos sobre los asuntos públicos”. También propone bajar los impuestos al trabajo, gravando “el consumo, la riqueza y las transacciones financieras”. Y recuerda, por ejemplo, cómo Warren Buffet señaló hace unos años que “él, un inversor milmillonario, pagaba un tipo fiscal medio más bajo que su secretaria”.
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