14 cosas que hacía tu madre que juraste que jamás harías

Llega un momento en la vida en el que hijos e hijas nos convertirmos en nuestras madres

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El cambio es sutil. Un día te descubres a ti misma sacándote los puños por debajo del jersey o estirando esa molesta arruga que le ha quedado a la alfombra. Es posible que no lo sepas, pero una madre habita en ti. Arraigadas desde nuestra más tierna infancia, las conductas maternas están ahí, agazapadas, esperando su momento para manifestarse y echar por tierra miles de promesas de no atormentar a las nuevas generaciones con las frases hechas, las creencias de dudosa procedencia y las falsas amenazas con las que tuvimos que crecer.

Gracias a Facebook sabemos que es una pandemia y gracias a los psicólogos, que no es fácil librarse de todas esas cosas que formaron parte del extenso código que asimilamos para entender el mundo. Por eso, da igual que no tengas ninguna intención de reproducirte en toda tu vida. Ni siquiera importa que seas hombre. Tarde o temprano la madre que llevas dentro saldrá a la luz y acabarás haciendo alguna de estas cosas que hace muy poco odiabas:

1. Tener plena conciencia de tus riñones

¿Cuándo cae una en la cuenta de que es una madre? ¿Cuándo siente las pataditas? ¿Cuándo da a luz? ¿Cuándo empieza a parecerle sorprendentemente guapo Ricky Martin? No. Una sabe que se ha convertido irremediablemente en una madre -peor, en SU madre- cuando empieza a meter compulsivamente la camiseta por dentro de los pantalones de su hijo, y hasta la pilla con los leotardos, para taparle bien los riñones. No importa que estos simpáticos órganos ya estén recubiertos por varias capas de piel.

Cuando una (o uno; nadie está exento) se convierte en “madre” deja de creer en los virus y en las bacterias y se consagra definitivamente a la creencia de que andar descalzo o llevar la zona lumbar al aire acabarán con la humanidad. De esa misma secta es la que pensó que poner a su hijo una prenda que le hiciera parecer un zapatista y ponerle un nombre tan encantador como “verdugo” era una buena idea.

2. Criticar el pelo de la gente

Hasta hace muy poco, no tenías nada que objetar a las rastas, crestas o cualquier ocurrencia capilar que te cruzaras por la calle. Sin embargo, notas que de un tiempo a esta parte, ves más favorecidos a los hombres que solían llevar el pelo largo cuando se cortan la coleta.

De todas formas, no hace falta ser un punky o Gloria Trevi para despertar recelos capilares de una madre. “Soy una persona normal, con mi pelo ondulado por los hombros y una media melena morena sin mucho misterio”, se queja la escritora y bloguera Amaya Ascunce, quien libra una constante batalla con su progenitora por los centímetros de rostro que lleva al descubierto. Esto ocurre porque la de Amaya, que llegó a crear un blog -Cómo no ser una drama mamá- para exorcizarse de las frases maternas, es sólo una más de las personas que han comprendido que se empieza llevando el pelo por la cara y se acaba haciendo cosas raras.

Escena de 'The Ring' con la que sentirse muy identificada/o en estos casos.

3. No saber/querer disfrutar del placer de tomarse un zumo tranquilamente

No has podido beberte un zumo de naranja con calma en toda tu vida y eso pasa factura. El trauma te ha llevado a bebértelo de un trago incluso después de pagar 3,75 euros por él en el bar de la esquina. Lo peor de todo es que, aún después de descubrir que has pasado media vida viviendo en un engaño tú también amenazarás a tu descendencia con la pérdida de los superpoderes de esta bebida para que no lleguen tarde al colegio. La frase de tómate el zumo rapidito que se le van las vitaminas es todo un clásico de frases de madres.

4. Hacer mucho ruido por las mañanas

Gastaste tanta energía intentando no hacer ningún ruido cuando llegabas tarde los viernes por la noche que ahora lo compensas encendiendo la radio a tope mientras te duchas o pasando la aspiradora los sábados por la mañana. Por supuesto, todo esto tiene que hacerse con las persianas subidas.

5. Comerte hasta “lo negro” del plátano

Seguramente fuera una madre la que inventara esa mítica frase que dice que “del cerdo se aprovecha todo”. Porque sí, una vez que dejas de vivir solo ya no se puede tirar NADA a la basura y todo se puede aprovechar. Así nació otro clásico de las patrañas alimenticias, por el que te viste obligado a comerte ese churro negro blandengue entre arcadas. Hay todo tipo de versiones como “le quitas lo negro al plátano y está buenísmo” o directamente "lo negro del plátano está buenísimo", como nos cuenta Amaya Ascunce sobre su Drama Mamá, no sin antes dejar claro que promete que no dirá está frase a sus hijos.

6. Creer que te puede dar un aire aunque no sepas muy bien en qué consiste

No sabes lo que es “un aire” ni como te puede “dar” exactamente -por poner “esa cara”, por bizquear, por acostarte con el pelo mojado...- pero has vivido con un miedo constante a que te de uno y ahora empiezas a inquietarte por tus hijos. El siguiente paso es temer a que se te peguen las tripas por tragarte un chicle (otra de las grandes mentiras de madres, como recoge este artículo de Buena Vida) o a quedarte ciego por... ver la tele demasiado cerca. El mundo está lleno de peligros -reales y ficticios- esperándote en cada esquina.

7. Usar a los Reyes Magos, Papa Noel y el ratoncito Pérez para conseguir lo que quieres

Sabes por experiencia propia que casi nadie se ha traumatizado al descubrir que no hacía falta buscar entre los restos de la comida ese diente desaparecido tras morder una manzana o que ese señor de ojos azules pintado con betún no se llamaba Baltasar. Por eso, y por mantener la ilusión de los pequeños (por supuesto), no sólo te unes a la mentirijilla global, sino que la utilizas para conseguir tus propósitos, como que un infante se porte bien. De ahí a contarles a tus hijos que los Reyes prefieren que les dejes un Baileys que un vaso de leche debajo del árbol, hay solamente un paso.

8. Hablar con “pajaritos”

Imagínense cuántas madres le han tenido que decir esto a sus hijos e hijas para que el dicho se mantenga desde la Biblia y Las mil y una noches hasta nuestros días. Esta antigua y extraña manera de relacionarse con el mundo animal puede ser la causa de que tarde o temprano acabes llamando “guauguaus” a los perros sin saber muy bien por qué.

9. Tener argumentos imposibles de rebatir

A Rajoy le hubiera sobrado la tele de plasma con un argumento que tuviera por lo menos el mismo peso que un “porque soy tu madre”. Esta frase y “porque lo digo yo y punto” son posiblemente las que discusiones familiares ha zanjado. La autoafirmación del “yo madre” indica que el proceso de conversión en madre ha sido completado. En casa de Lorzagirl, hija, madre y bloguera, este reforzamiento del sentimiento maternal ha evolucionado: “La frase que más repite mi madre es 'un respeto a una madre', que usa, medio advertencia medio amenaza, cuando cree que nos estamos riendo de ella. Normalmente va acompañada por un 'mis hijos es que son tontos' que es muy bueno para la autoestima”.

Estás deseando ser madre o padre para poder usar esta y la de “cuando seas madre comerás dos huevos”.

10. Amenazar con coger la puerta y marcharte

Una pequeña dosis de victimismo y amenazas entran dentro de la letra pequeña del contrato de maternidad. “¿Qué he hecho yo para merece esto?”, empiezan a decir algunas madres que ya se han olvidado de lo de la semillita. Nota: rompemos una lanza en favor de las madres con nuestra convicción de que una pequeña dosis de victimismo y amenazas entran dentro de la letra pequeña del contrato de cualquier relación humana.

11. Desconfiar de las amistades de los adolescentes

Nostalgia: aquella rebeldía de los vídeos de Aerosmith

¿Que a fulanita le dejan ir al concierto de One Direction? ¿Fulanita sí va la fiesta de Carlos? ¿Puede llegar a las once a casa? Da igual. Porque el día que fulanita, con unos padres excesivamente permisivos y unos valores morales atrofiados decida tirarse por un puente, tú no querrás estar en su pellejo. Y lo sabes.

12. No ser el Banco de España ni accionista de una eléctrica (por desgracia) ni hija/o de un cristalero

Como la maternidad es toda una institución, no es extraño encontrarse el síndrome del funcionario quemado mezclado con la autoafirmación del “yo no”. Esta negación era extensible a diversas empresas de servicios, y gracias a ella y a la tradición oral no hemos olvidado los nombres de las distribuidoras de electricidad anteriores a la concentración del mercado. “Cuando no apagábamos las luces mi madre me decía: '¿Tú te crees que somos los dueños de la Sevillana?'. La sevillana era la eléctrica y hoy ya pertenece a Endesa. Yo lo sigo diciendo con la Sevillana”, confiesa María José Llerena, periodista y sí, totalmente madre.

13. Tener complejo de alto diplomático pero hacer la guerra fría

La madre de Lorzagirl, tal y como ella misma nos relata, ha sido una experta en resolver conflictos de baja intensidad: “Cuándo nos peleábamos, la frase era 'que no tenga que intervenir'... ¡Ni que fuera la ONU! 'Que no tenga que intervenir' era la versión políticamente correcta del 'como vaya para allá con la zapatilla te enteras' que decían las otras mamás (y que, ahora que lo pienso, también suena muy a ONU)”. Amenazar con la zapatilla es el equivalente familiar a los misiles soviéticos en Cuba.

14. Dominar la telequinesia ente otros superpoderes

En su monólogo sobre los juguetes de playa, Luis Piedrahita describe a las madres como “seres todopodersosos”, en los que la gente buscan “amparo” y “sosiego”, y divide el drama de perder dentro de casa la pelota de las palas de playa en tres actos con sus tres correspondientes frases de un diálogo madre-hijo (minuto 5,25 del vídeo a continuación):

- Mamá, ¿dónde está la pelota de las palas?

- En su sito.

- Mamá, no está ahí.

- ¿Pero has mirado bien?

- [con miedo] Mamaaaaaa.

- ¿Qué pasa, que tengo que ir yo?

Y tu madre va, la pelota se acojona y aparece.

 

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