Giovanni Frazzeto ha escrito un libro sobre neurociencia en el que no sólo habla de estudios y resonancias magnéticas, sino también de Caravaggio, de sus abuelos sicilianos, de una madrugada durante la que escribió un soneto y de sus experiencias en páginas de citas online.
En Cómo sentimos (Anagrama, 2014), este biólogo molecular que trabaja en el Instituto para Estudios Avanzados en Londres y en Berlín ofrece una panorámica con lo que la ciencia sabe sobre los sentimientos y las emociones, y también todo lo que aún desconoce y para lo que necesita la ayuda del arte, de la filosofía y de nuestra experiencia cotidiana. El libro ha sido traducido a varios idiomas, entre ellos, recientemente el español.
1. Los sentimientos son algo más que química
Frazzetto no cree que los sentimientos se puedan reducir a mera química: “Tenemos que distinguir entre emociones y sentimientos -explica en una entrevista concedida a Verne-. Las emociones son lo que entendemos como reacciones químicas y los sentimientos, nuestra comprensión de estas emociones”. Aunque usamos el cerebro para comprenderlas e interpretarlas, “esta distinción es importante”.
Corremos el riesgo de ser demasiado deterministas, afirma: “No podemos describirlo todo basándonos en la química del cerebro”. Y cita como ejemplo el duelo: como explica en su libro, según la última edición del Manual de diagnóstico y estadístico de las enfermedades mentales, publicado por la Asociación Estadounidense de Psiquiatría, una persona en proceso de duelo cuyos síntomas duren más de dos semanas es candidata a recibir un diagnóstico de enfermedad mental.
Sin embargo, “el duelo es un sentimiento universal, el precio que pagamos por amar a alguien, y cada uno de nosotros lo experimenta de manera diferente -nos explica-. Si la psiquiatría comienza a considerar el duelo como una enfermedad mental a partir de una duración determinada, lo que está haciendo es intentar establecer un duelo con talla única para todos. Y no lo es: no se debería intentar estandarizar los sentimientos de esta forma”.
2. Cada uno de nosotros siente de manera diferente
Frazzetto explica que lo más difícil de estudiar las emociones en el laboratorio es “entender las diferencias. Los estudios nos ayudan a saber qué es universal, pero es más difícil entender nuestras diferencias personales, tanto por genética como por experiencia. Tú cerebro es diferente al mío por cómo reacciona a la vida. Entender estas divergencias es un reto fascinante y no hay que dejarse llevar por la tendencia a convertirlo todo en estándar”.
3. Desconocemos mucho de la relación entre cerebro y sentimientos
Esta pretensión de uniformizar lo que sentimos viene del optimismo provocado por el éxito de herramientas como las imágenes por resonancia magnética del cerebro. Pero en opinión de Frazzetto, estas imágenes “sólo son un mapa. Vemos dónde ocurren las cosas, pero el cerebro es más complejo. No podemos asociar una región del cerebro a una emoción concreta, ya que de este modo olvidamos que todo el cerebro está conectado e implicado en estos procesos”.
Y añade, recuperando una comparación incluida en su libro, que ver una resonancia magnética es como estar en el London Eye, la famosa noria de Londres, y contemplar la ciudad de noche: “Las luces nos indican en qué barrios hay más actividad, pero en realidad no sabemos qué pasa dentro de esos edificios iluminados”. ¿Y algún día podremos llegar a saber qué está ocurriendo dentro? “No lo veré en vida. No es una mala idea, pero no es posible en la actualidad”.
En el libro recuerda un premio Ig Nobel de neurociencia, concedido por haber hecho una resonancia magnética a un salmón muerto al que mostraron imágenes de individuos en situaciones emocionales concretas, para luego preguntarle al salmón qué sentimientos creía que esas personas experimentaban. El estudio, que puede parecer ridículo, era una crítica a la enorme cantidad de falsos positivos que se pueden obtener con esta técnica si no se aplican los procedimientos adecuados.
4. Hay que aprender a sentir: tanto lo bueno como lo malo
El peligro de tratar el duelo como una enfermedad es creer que sólo deberíamos sentir las emociones positivas: “Pero si no nos acostumbramos a sentirlo todo, incluso lo que nos resulta desagradable, e intentamos suprimir estos sentimientos, por ejemplo, con alcohol o drogas, perdemos también la capacidad de experimentar las emociones positivas”. Y añade un factor importante: “No podemos olvidar que todos los sentimientos, incluyendo la tristeza y la ira, tienen una función evolutiva”. Por ejemplo, en el libro explica que si no sintiéramos culpa, “estaríamos continuamente cometiendo errores. No habría incentivo para cambiar o mejorar nuestra conducta”.
Esto no quiere decir que no podamos, hasta cierto punto, gestionar los sentimientos: “Siempre podemos aprender a llevar una vida emocional mejor y más plena. Lo importante es ser más consciente de lo que sentimos y centrarnos en estos sentimientos. Por ejemplo, si aspiramos a ser felices, tenemos que estar plenamente presentes en cada momento de nuestra vida y cultivar lo que nos hace felices, porque la felicidad es la acumulación de múltiples momentos de alegría”.
5. La relación entre internet y los sentimientos es complicada
Frazzetto no es tan optimista respecto a internet y las redes sociales, por mucho que nos ayuden a ponernos en contacto con centenares de historias y de experiencias personales cada día. No es tecnófobo (tiene cuenta en Facebook y en Twitter), pero considera que “las redes sociales son más virtuales que reales. Sí que hay historias, pero a mí me preocupa más la cantidad. En Facebook puedes ver muchas de esas historias en muy poco tiempo y eso hace que sea todo muy confuso”.
Opina que “internet siempre será diferente en este sentido por la falta de contacto humano: no miramos a los ojos a la gente. Estamos ‘desaprendiendo’, olvidando cómo sentir y cómo relacionarnos con otras personas”.
En el libro comenta este punto especialmente en el capítulo dedicado al amor y en referencia a las páginas de citas online, sobre todo en las que intentan aplicar la neurociencia a las relaciones, con tests que, por ejemplo, incluyen medir el índice y el anular para conocer los niveles de testosterona recibidos durante el embarazo.
Pero estos métodos olvidan la complejidad de un sentimiento (y de una experiencia) como el amor y no tienen en cuenta que aún desconocemos mucho acerca tanto de estos sentimientos como del cerebro, por no hablar de la importancia de tomar riesgos y de vivir, como ya se ha apuntado, experiencias plenas. “Estamos olvidando cómo seducir -nos cuenta-. Ya no vamos a un bar a conocer a alguien, sólo comprobamos si está online”.
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