Pedro Sánchez se ha emocionado mientras comparecía para explicar su renuncia como diputado, hasta el punto de que se le ha visto en dificultades para contener las lágrimas. Aunque este gesto ha generado empatía, también han sido unos cuantos los que se han reído de la imagen, tanto en redes sociales como fuera de ellas.
Sin embargo, burlarse es un error. Llorar está bien, incluso en público y aunque seas un hombre. Sánchez no ha dado ningún espectáculo: se ha mostrado humano y ha demostrado que lo que estaba haciendo era importante para él.
El noble arte del llanto masculino
Obviamente, no es el único hombre que no ha podido reprimir el llanto en público. Barack Obama lloró en enero mientras hablaba de los tiroteos en universidades y escuelas. Durante los Juegos Olímpicos vimos lágrimas de alegría, pero también de tristeza, como las del tenista Novak Djokovic tras ser eliminado.
E históricamente no siempre ha estado tan mal visto que un hombre llorara: en la revista Aeon se preguntaban el año pasado qué ha ocurrido con el noble arte del llanto masculino, recogiendo ejemplos de hombres tanto históricos como ficticios que derramaban lágrimas sin sentir vergüenza, sobre todo durante la Antigüedad y en la Edad Media.
Entre ellos se incluye a Aquiles tras la muerte de Patroclo, a 20.000 caballeros después de que Roland muriera, a los samuráis de El cantar de Heike, a Lancelot al verse separado de Ginebra, a San Jerónimo, a San Ignacio de Loyola y al propio Jesucristo, es decir, el hijo de Dios, ahí es nada.
La autora del artículo, Marina Benjamin, explica que no está claro el porqué de este cambio cultural que nos ha llevado a rechazar las lágrimas masculinas, sobre todo en público, pero podría haber influido la mayor urbanización y la menor conexión con la gente que nos rodea y con la que trabajamos.
Es decir, estamos cada vez más aislados y el llanto ajeno, en lugar de despertar nuestra empatía, nos resulta incómodo. De ahí, quizás, las burlas y también que las lágrimas (no solo las de los hombres) hayan dejado de ser una expresión de sensibilidad para pasar a verse como una muestra de debilidad.
La catarsis
Cuando somos bebés todos lloramos por igual, tanto niños como niñas. Este llanto es una señal social que en un primer momento indica indefensión y desamparo, como explica el psicólogo Ad Vingerhoets. Los humanos somos los únicos que seguimos llorando de adultos para expresar una emoción, rasgo que los hombres solemos reprimir: según un estudio (de 1982, eso sí), las mujeres lloran de media 5,3 veces al mes y los hombres, solo 1,3 veces.
Cuando somos adultos, el llanto sigue expresando de algún modo esta indefensión. La psicóloga Amaya Terrón cuenta a Verne que llorar “libera energía, es catártico. Nos ayuda a no sentir la presión de esa emoción que tenemos dentro”.
Incluso cuando lloramos de alegría, explica Vingerhoets en una entrevista publicada en la web de TED, es porque nos sentimos sobrepasados por las emociones y, de nuevo, indefensos. “No sabes cómo expresarte, así que lloras”.
Además de esta catarsis puramente psicológica, hay estudios (aún pocos, recuerda AsapScience) que apuntan que las lágrimas provocadas por la emoción contienen niveles superiores de hormonas asociadas al estrés, por lo que llorar podría ayudar a expulsar estas sustancias del cuerpo.
Empatía y compasión
Pero las lágrimas son, sobre todo, una señal social que ayuda a despertar “la empatía ajena”. Si no lloramos, explica Terrón, es más difícil que los demás sepan que lo estamos pasando mal.
De hecho y como recogía el Telegraph, cualquiera de nosotros puede verse afectado por una dolencia psicológica, “pero los hombres tienen menos tendencia a buscar ayuda que las mujeres”, precisamente porque cualquier muestra de (aparente) debilidad se critica y ridiculiza.
En este sentido, el llanto es una señal social que comunica nuestra indefensión y que promueve la compasión y la empatía. Es una forma de pedir ayuda que, según el neurocientífico Michael Trimble, autor de Why Humans Like To Cry, surgió antes incluso que el lenguaje.
“No deberíamos tener miedo de nuestras emociones -explica Trimble en una entrevista publicada en Scientific American-, especialmente las relacionadas con la compasión, ya que nuestra capacidad de sentir empatía y en consecuencia de llorar es la base de una cultura y una moral que son exclusivamente humanas”.
De hecho y como apunta el doctor Nick Knight en un artículo publicado en el Independent, las lágrimas muestran “no solo conexiones profundas con nuestro mundo -pasado, presente y futuro-, sino que también permiten celebrar este hecho de forma visible. Además, está demostrado científicamente que nos hacen sentir mejor”.
En definitiva, dejad que Sánchez llore, aunque no os sea simpático. Algún día vosotros necesitaréis llorar y tendréis que escoger entre reprimir las lágrimas o enfrentaros a las carcajadas ajenas.
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