“No se puede hacer más lento” susurraba cadenciosamente el mago argentino René Lavand en cada uno de sus espectáculos, obrando pequeños milagros con una baraja de cartas. Mostraba los naipes con su única mano para subrayar con esa ingenuidad natural, propia de los mejores ilusionistas, la imposibilidad de cualquier trampa.
Y entonces rompía una de las reglas básicas de la magia, no repetir nunca un truco, para repetirlo, pero aún más lento. Nos cuenta el cartomago Woody Aragón que “la personalidad de René ha sido muy influyente y su forma de hacer es un referente para muchos magos. Sin embargo, curiosamente, no ha creado “escuela" como hicieron otros. Él mismo confesaba "He tenido muchos alumnos y no sé si fracasaron ellos como alumnos, o yo como maestro". René era un intérprete extraordinario y su talento fruto más de su intuición artística que del análisis. Era el más grande, pero creo que ni él mismo sabía explicar por qué lo era.”
René Lavand, que falleció el pasado sábado, perdió la mano derecha con nueve años en un accidente de tráfico. Ya había nacido en él el interés por el ilusionismo: había sido en una actuación del mago Chang, aparentemente oriental pero en realidad un artista panameño -algo muy habitual en la escena mágica de entonces-. Un jovencísimo Héctor René Lavandera, que años más tarde mutilaría su apellido del mismo modo que forzosamente se mutilaría una de sus extremidades superiores, quedó fascinado con la magia sobre el escenario del falso oriental.
Tan fascinado que ni siquiera cuando poco después el accidente le dejó sin mano derecha se amortiguó su deseo de seguir haciendo magia. Al contrario, se convirtió en un impulso extra. “Hay una anécdota que presencié en Londres relacionada con Lavand”, nos cuenta Woody Aragon. “René dio una conferencia y al final hubo turno de preguntas. Un chico le dice '¿Pero qué hay que hacer para conseguir hacer la magia de forma tan profunda y personal como usted?'. René se quedó callado unos segundos y le dijo: 'Pierda una mano'. La gente se rió pensando que era una broma, pero creo que la frase tenía una carga mucho más profunda: el limitar ciertos caminos le hicieron especializarse en otros, hizo de sus limitaciones una ventaja, hasta el punto de que le definieron y sin duda, esa es una de las grandes lecciones que dejó René Lavand.”
Las necesidades del físico de Lavand le llevaron a crear este estilo único y pausado, pero que tiene una estructura férrea que lo sustenta. Ricardo Sánchez, dueño de la tienda decana madrileña Magia Estudio, subraya la importancia de los excelentes guiones de sus juegos y añade: “Lo que le hizo único era la estructura de sus charlas. Sabía medir perfectamente el componente narrativo y poético, que era muy fuerte, pero procurando que no pisara la magia. Él podía estar contando algo muy bonito y poético, pero cuando llegaba la magia paraba, y se producía un estribillo, como en una canción, algo que va repitiendo una y otra vez a lo largo del juego cuando suceden las cosas mágicas. Al ser manco, además, sucede que en su magia no puede sobrar nada, lo que le da una pureza técnica fantástica, siempre va al grano.”
En la magia de Lavand, tan estudiada y tan falsamente simple, abunda el amor por los detalles. No se trata solo de las citas a Borges o a Unamuno que dignifican los trucos de tahúr, sino de la pasión por los tics que van marcando el ritmo mágico. Ricardo Sánchez nos cuenta su favorito: “Lavand medía sus sesiones de magia con una copa de vino. Empezaba con una llena y se la iba bebiendo con cada juego. Y cuando acababa la función, coincidía con la copa vacía. Es una forma fantástica de medir el tiempo de una actuación”
Lavand comenzó su carrera, por petición de su familia, donde no creían que un mago manco pudiera llegar a triunfar, como ayudante en un banco. Allí, en los descansos entre turnos recibió sus primeros aplausos, que se multiplicaron hasta extenderse por todo el continente americano cuando participó en 1963 en el show televisivo de Ed Sullivan tras una gira triunfal por Las Vegas, donde demostró más pericia con la baraja que cualquier tahúr. En España se hizo extraordinariamente conocido en la década de los ochenta gracias a los míticos programas de Juan Tamariz -con quien tenía una gran amistad- Por arte de magia o Magia Potagia. Su indiscutible carisma escénico se acentuó en una curiosa intervención como actor en la película Un Oso Rojo, donde daba vida a un canalla llamado El Turco.
Su anécdota más popular relacionada con la magia, sin embargo, implica a una de las superestrellas sobre un escenario, David Copperfield, gran admirador del argentino. En una ocasión Copperfield viajó hasta Lausanne, en Suiza, solo para verlo actuar, y Lavand aseguró en su momento que, pese a lo halagado que se sintió, “Copperfield no tiene nada que ver con lo que yo hago. La diferencia es abismal. Él viaja con cinco toneladas de equipaje y yo con cincuenta gramos, lo que pesa una baraja; él viaja con miles y miles de dólares en materiales y yo con cinco dólares, que es lo que cuesta una caja de cartas.”
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